"Este 2 de abril me voy a sentar a ver el documental, no lo vi terminado, así que voy a dejar que me sorprenda". La frase la dijo ayer en diálogo con Ovación Claudio "Tato" Petruzzi, ex jugador de las inferiores de Rosario Central, ex combatiente y uno de los protagonistas de "La clase 62", un trabajo audiovisual de TyC sobre "los futbolistas que Malvinas se llevó" y que se verá, a las 10 de mañana, a 35 años de la guerra y en el Día del Veterano y los Caídos en la Guerra de Malvinas.
La filmación ofrece material de archivo y entrevistas a un grupo de cincuentones que en 1981, siendo apenas unos pibes, tuvieron que cambiar la cancha por la trinchera, para cumplir con el servicio militar obligatorio y terminar en medio de un conflicto bélico tan cruel como absurdo. Las imágenes estarán disponible en el sitio web, con material adicional.
Diez de esos ex jugadores volvieron del espanto y recuerdan su historia en este documental. Además del el ex arquero auriazul se compilaron los testimonios de Juan Colombo (Estudiantes de La Plata), Héctor Cuceli y Sebastián Rebasti (San Lorenzo), Omar De Felippe (Huracán, actual técnico de Vélez), Gustavo De Luca (River), Javier Dolard (Boca), Luis Escobedo (Los Andes), Sergio Pantano (Talleres de Remedios de Escalada) y Julio Vázquez (Centro Español). Intérpretes del horror.
El 2 de abril de 2014, La Capital había publicado los múltiples perfiles de Petruzzi. Sólo faltaba este, el de "personaje" de documental. Es que este hombre nacido en Monte Maíz, en cuna de hinchas de River, se formó como arquero en el club Lambert y allí en su pueblo jugó hasta que se vino a vivir a una pensión de la Terminal de Omnibus y probó en Central.
A la mañana cursaba en el Normal 3 y a la tarde entrenaba en la Granadero Baigorria. Jugó con Ariel Cuffaro Russo y Claudio Scalise, entre otros, y no se llevó materias al terminar el secundario.
Paso a paso todo se iba dando como lo había pergeñado. Hasta que salió sorteado para el servicio militar. Se despidió de su mamá diciendo: "No llores vieja, la colimba no es la guerra", y partió con sólo un mes de instrucción a cuestas, dejando novia y fútbol en Rosario.
Mucho de lo que siguió lo contará en el documental. "La gente de TyC me contactó a través de esta nota del diario, en noviembre pasado, pero recién en diciembre pudimos reunirnos en un bar de San Telmo en Buenos Aires. Sé que no todo lo que conté va a salir, seguro editarán las historias. Yo llevé mucho material. Camisetas y cartas: sí porque hace poco encontré las que les escribí a mi mamá. En ellas hay cosas relacionadas con el fútbol, les mandaba mensajes a mi hermano Horacio, nueve años más chico que yo. Ahí le decía que extrañaba no jugar, pero le prometía volver y seguir jugando en Central, en esos años tenía sueños de selección", recordó.
Los papeles los garabateó en abril de 1982, desde Puerto Argentino, donde cumplía el rol de camillero. Llegaron a su familia en mayo. "Eramos un grupo de ocho soldados y suboficiales que a veces dormíamos en un galponcito de una casa de kelpers, otras veces en una carpa. Recuerdo la Pascua: mi familia me mandó una encomienda con dulce de batata, lo mejor que le podía pasar a uno y tus compañeros. Había muchos pibes que jugaban a la pelota en sus pueblos pero no vi allá a ninguno de los del documental. Sólo me contacté con Escobedo hace un par de años".
En Malvinas, Petruzzi cavó pozos de zorro (refugios) y fue bailado por superiores. Pero no fue estaqueado ni estuvo en el Belgrano, resaltó. Volvió en un proceso ingrato de desmalvinización; no lo esperaba el fútbol ni su novia ni un trabajo. Rindió el ingreso a medicina de la UNR.
Hoy tiene 53 años, una familia y trabajo. Está en pareja con Patricia desde hace 22 años y es padre de Francisco, de 21; Vicente, de 17, y Dante, de 16 años. Milita como ex combatiente, es neonatólogo en el Hospital Eva Perón, socio honorario de Rosario Central junto a otros 30 ex combatientes y sigue jugando al fútbol. A veces de arquero, otras en el mediocampo (para los equipos Malvinas 82 y Parque Field, de la liga de Bancos y Seguros).
"Para mí es una satisfacción poder volar aún y sacar con la punta de los dedos una pelota que va al arco. También seguir contando nuestras vivencias: les pueden servir a los pibes que creen que porque no llegan a primera se les cierran las puertas. Hay que seguir apostando. Se abren otras".