Con un Mundial de Fútbol que comienza en Rusia en menos de un mes, el ánimo popular comienza a retemplarse después de varias semanas de malhumor social y corrida cambiaria.
Por Jorge Levit
Con un Mundial de Fútbol que comienza en Rusia en menos de un mes, el ánimo popular comienza a retemplarse después de varias semanas de malhumor social y corrida cambiaria.
Cuando el mes que viene el Banco Central atraviese por otro vencimiento de las Lebac, (las letras en pesos que ofrece a más de 40 por ciento de interés y que suman la mitad de las reservas), se sabrá si el FMI ya le otorgó un crédito a la Argentina. También si los movimientos en el gabinete económico han tenido resultado y qué porcentaje de la reciente devaluación del 20 por ciento se trasladó a los precios.
El 21 de junio, el mismo día del vencimiento de las Lebac, una bola de nieve financiera que el gobierno deberá ponerle fin en algún momento, la selección de fútbol jugará su segundo partido en el Mundial frente a Croacia. Cinco días antes habrá enfrentado a la debutante e ignota futbolísticamente Islandia, un equipo que aseguran los europeos no juega mal pero que en la Argentina se piensa que será un simple trámite camino a la copa.
Por la amplia diferencia horaria con Rusia, que cuenta con más de diez husos horarios, el partido con Croacia, que se jugará en la localidad de Nizhni Novgorod, a unos 500 kilómetros al este de Moscú, coincidirá con el cierre de los mercados en la Argentina. Esa tarde se sabrá si la selección tiene serias chances de seguir en el Mundial o volverse a casa, como ocurrió tempranamente en Corea-Japón con Marcelo Bielsa como entrenador. Pero también si el Banco Central pudo lograr que los tenedores de Lebac renueven esos títulos y no se pasen al dólar y así el valor del tipo de cambio no sufra variaciones.
En una sola jornada, el país enfrentará posibilidades maniqueas de humor social: sobresalto en la economía más una selección que no convence, o éxito financiero del Banco Central junto a un equipo nacional casi clasificado para los octavos de final de la Copa del Mundo.
En un país casi sin matices, la primera opción derivará en elogios al plan gradual de ajuste fiscal y a la elevación a la categoría de ídolo del entrenador del seleccionado. Si ocurre la segunda, el gobierno sufrirá un nuevo descrédito político que afectará su intención reeleccionista y el técnico será despellejado.
La tendencia al éxito rápido, fácil y sin demasiado sustento es alimentada habitualmente desde el poder. Las promesas del gobierno de reducir la inflación en los primeros años de gobierno, bajar la pobreza drásticamente, no cobrarle impuesto a las ganancias a los trabajadores y suponer que sólo con buenas intenciones alcanza para la felicidad general, ha demostrado que no es factible en la Argentina. Por su parte, la oposición está fragmentada, tiene vicios históricos y personajes difíciles de explicar que vuelven a escena, y otros que no aceptan que les pasó la hora. Si hubiera accedido al poder el cuadro sería tan frágil como el actual, incluso posiblemente peor.
Cuando el lunes pasado el director técnico Jorge Sampaoli presentó la lista definitiva de los 23 jugadores que viajarán a Rusia pareció un espectáculo donde arrancaba el camino al éxito. Con varios jugadores que no han demostrado en los últimos mundiales estar a la altura de las circunstancias, con otros nuevos que nunca practicaron con el plantel y con un entrenador sin demasiados antecedentes futbolísticos en el país (pero sí algunas señales reprochables en su comportamiento público) ¿será probable que la selección traiga el preciado título? ¿Y si lo gana, se acabarán los problemas de los argentinos y este país pasará del desánimo a la felicidad permanente?
La alimentación del exitismo, como también exacerbar el nacionalismo en lo político o futbolístico siempre ha sido un recurso del poder gobernante de turno, que sin embargo tiene resultado sólo en el corto plazo. Porque cuando regresa la realidad, inflige en la población una sensación de desasosiego, un malestar general que se traduce en la búsqueda de soluciones mágicas a las dificultades y permite la aparición de personajes impresentables que ganan audiencia. Ocurrió estos días cuando un autocalificado periodista, ex carapintada, que pasó por varias agrupaciones políticas para intentar, sin éxito, obtener un cargo, debió ser sacado del aire por las autoridades del canal porteño donde pronunciaba insultos y barbaridades a diario. Si bien hubo un repudio generalizado a sus "editoriales", recibió infinidad de mensajes de apoyo no sólo a través de las redes sociales, sino también de personas que acceden a un micrófono desde una radio, por ejemplo en esta ciudad, para manifestarle solidaridad con su pensamiento y valentía por hacerlo público. Es la contracara del éxito.
La selección va a Rusia, donde vive un pueblo que ha pasado por tres siglos de dinastía zarista de la familia Romanov, por 70 años de gobiernos soviéticos comunistas, por una guerra mundial que casi lo lleva a la extinción como Nación y en donde murieron 20 millones de rusos entre civiles y militares. Atravesó también por un capitalismo salvaje que enriqueció a una oligarquía empresaria y llevó a millones a la pobreza. Se recuperó parcialmente en base a sus inmensas riquezas naturales, pese a la aparición de líderes que ganan elecciones democráticas pero que no están emparentados con fruición con las libertades públicas.
La Argentina no es la única sociedad con dificultades ni está condenada al fracaso eterno. Pero enarbolar el exitismo, en cualquier ámbito, puede tornarse muy peligroso por la sensación de frustración general que genera cuando no se alcanzan las metas soñadas. La historia está llena de esos ejemplos.
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