La posibilidad de que el seleccionado nacional de fútbol quede afuera del Mundial de Rusia el próximo año ya se percibe en el país como una verdadera catástrofe. Si bien el martes se definirá la clasificación, el amor propio popular, ligado al narcisismo chovinista, ya se observa menguado al tener casi que mendigar por un puesto de repechaje para enfrentar a un equipo de Oceanía que sabrá mucho de ovejas pero nada de fútbol.
¿Por qué los mejores jugadores del mundo, los mejores pagos, estrellas en sus clubes del exterior y de la Argentina no pueden formar un equipo competitivo? La fase clasificatoria del Mundial ya se "devoró" a dos directores técnicos y está a punto de suceder lo mismo con el histriónico actual si el equipo no obtiene una plaza para Rusia. Los técnicos han probado distintos esquemas de juego, renovado el plantel, pero nada ha cambiado. Y es probable que en caso de llegar al Mundial, con esta escasa producción futbolística le cueste superar la primera ronda.
Resulta más que claro que la suma de individualidades y sólo las buenas intenciones no son suficientes para un logro colectivo. Es un poco lo que ha sucedido en este país durante las últimas décadas: recursos naturales envidiables, suelos más fértiles del mundo, liderazgo en educación en América latina, mano de obra calificada y profesionales e intelectuales reconocidos en todo el mundo no fueron suficientes para un modelo exitoso. El amargo resultado de esas oportunidades desperdiciadas lo arrojó la última medición del Indec sobre la realidad socioeconómica del país: el 28,6 por ciento de los argentinos son pobres y el 6,2 por ciento son indigentes. Lo mismo que ocurrió con el fútbol en esta etapa clasificatoria, desde la restauración de la democracia ninguno de los gobiernos, de distinta orientación política, ha logrado hasta ahora reducir esos números tan intolerables como incomprensibles.
Si se considera que el fútbol es el reflejo de lo que sucede en el país, el entendimiento sobre lo que ocurre se podría inferir. La Asociación del Fútbol Argentino (AFA) estuvo gobernada por décadas por un dirigente transversal a la política que, como algunos de los espías de la ex Side, sobrevivieron a todos los gobiernos. La AFA llegó a la conducción internacional del fútbol, cuya decadencia se profundizó con las denuncias en los tribunales norteamericanos por cohecho, lavado de dinero, arreglo de partidos y designación de árbitros para favorecer a determinados equipos. También por las sospechas de pagos millonarios para la designación de las sedes de los mundiales.
A nivel local, a la muerte del caudillo dueño del fútbol por años le sucedió una anarquía dirigencial que ni siquiera pudo garantizar una elección transparente para elegir autoridades. El fútbol en la Argentina ha sido siempre un negocio para algunos pocos que siempre se han mantenido al margen de las miradas del fisco, mientras que cualquier argentino fuera de ese círculo áulico de privilegio es rigurosamente controlado por los recaudadores de impuestos.
En la Argentina nunca se sabe cuánto ganan los entrenadores, los jugadores y menos aún se conoce el monto real de las transferencias, las comisiones de los intermediarios ni el dinero que efectivamente ingresa a las tesorerías de los clubes, que siempre están en déficit. Es un misterio funcional a todo un sistema permeable al circuito negro de los fondos para evadir. En España, por el contrario, Lionel Messi casi va preso por no haber pagado los impuestos que correspondían de acuerdo a sus ingresos.
Pero el circuito cuasimafioso del fútbol argentino no termina de cerrarse sin la participación de las llamadas barras bravas, que no son otra cosa que grupos violentos de presión funcionales en muchos casos a los directivos y que con impunidad cometen todo tipo de delitos. Quienes las han querido enfrentar no han tenido el apoyo del Estado y debieron abandonar el intento.
Un ejemplo de la libertad de acción de esos grupos fue el ingreso a la cancha de la barra de Boca cinco minutos antes de comenzar el partido frente a Perú. Lugares reservados, medios económicos para un show colorido y otras ventajas fueron otorgadas seguramente por la AFA, como si sus integrantes fueran celebridades del país de la misma escala que René Favaloro o César Milstein.
A esto se suma que dirigentes sindicales han llegado a tener gran injerencia en el fútbol. ¿Qué tiene que hacer un sindicalista, cuya única tarea es defender a los trabajadores, en la conducción de un club de fútbol? ¿Sólo es el amor por una camiseta?
Un buen ejercicio para entender un poco más cómo el fútbol es el reflejo de la sociedad argentina es volver a ver la película "Papeles en el viento", una comedia dramática protagonizada por Diego Peretti y Pablo Rago, entre otros.
Si la Argentina es incapaz de arreglar su fútbol con las estrellas que brillan en todo el mundo, la tarea para refundar un país en base a la equidad, la educación, el trabajo y la igualdad de oportunidades se torna una tarea de muy difícil desarrollo. Esa es la verdadera tragedia nacional.