Un caso de violencia escolar, uno más entre tantos otros, tuvo amplia repercusión en la sociedad por la sanción impuesta por la Justicia a dos niñas que agredieron físicamente a una compañera de curso en un colegio de Casilda. La jueza que intervino en la situación ordenó a las menores, de 13 y 14 años, la lectura de "El diario de Ana Frank". Una vez cumplida la tarea, deberán exponer frente al aula la interpretación de ese texto mundialmente conocido.
Ana fue una joven alemana-judía que no llegó a adulta porque murió a los 15 años de tifus e inanición en el campo de concentración de Bergen Belsen (baja Sajonia, Alemania ) a sólo un mes de la liberación por las tropas británicas, el 15 de abril de 1945, en el epílogo de la Segunda Guerra Mundial.
Los puntos de contacto entre la dramática historia de esa joven que conmovió al mundo con su relatos de padecimientos y ansias de vivir en libertad y las dos chicas de Casilda que maltrataron a una compañera parecen, en primera instancia, más que lejanos. Ana tuvo que esconderse con su familia más de dos años en Amsterdam para no ser descubierta y enviada a la muerte por la locura criminal y eliminacionista del nacionalsocialismo. Pero no logró salvarse.
Pasaron más de 70 años de su muerte, ocurrida a miles de kilómetros de la Argentina, donde dos niñas santafesinas tienen otros padecimientos, tan vitales como los de Ana aunque diferentes en su esencia. La magistrada, además de ordenar la lectura del diario de la joven, advirtió a las autoridades de las condiciones indignas en las que viven las dos familias involucradas, la víctima y las victimarias. Y requirió la intervención del Estado ante el grave cuadro de vulnerabilidad social que padecen.
Son vulnerables en cuanto a la condición de marginalidad porque la violencia no es patrimonio de un sector social y el desconocimiento de los sentimientos de los hijos tampoco. La violencia no es sólo generada por la condiciones socioeconómicas porque si así fuese sería difícil explicar, por ejemplo, por qué se la observa con cierta frecuencia en el ambiente del rugby u otros grupos de la sociedad sin carencias materiales.
Tal vez el punto de conexión entre estas situaciones que suenan lejanas lo ofreció hace varios años Otto Frank, el padre de Ana, quien fue el único del grupo familiar que sobrevivió a la guerra. Cuando regresó a Holanda tras haber estado confinado en un campo de concentración, sólo pudo encontrar el diario de su hija porque su esposa y la hermana de Ana también habían muerto.
En el mismo edificio de Amsterdam, frente a un canal, donde la familia Frank se ocultó de los nazis, se levanta hoy el museo en homenaje a la niña escritora. Entre tanta documentación, imágenes y tras un recorrido por la casa, aparece un video de Otto Frank, que murió en 1980, verdaderamente conmovedor. "Yo sabía que Ana había escrito un diario porque ella hablaba de eso. Lo dejaba por las noches en un portafolio que yo tenía al lado de mi cama, pero le había prometido a Ana que no lo leería. Y así lo hice. Cuando regresé y supe que mis hijas no regresarían, Mep Gies (una de las holandesas que ayudó a la familia a ocultarse) me dio el diario, que se salvó de milagro", comienza el relato.
"Me llevó mucho tiempo leerlo y debo decir que me sorprendió mucho saber sobre los sentimientos profundos de Ana, su seriedad, su autocrítica. Era una Ana diferente a la que yo conocía como mi hija. Ella –dice Otto Frank– nunca había demostrado este tipo de sentimientos profundos. Hablaba de muchas cosas, criticaba muchas otras pero sobre sus sentimientos sólo pude saber a través de su diario", expuso en el video en el que se lo percibe emocionado.
Y para terminar, el padre de Ana dejó una frase que trasciende los tiempos y los lugares geográficos. "Mi conclusión es, a pesar de mi buena y cercana relación que tuve con Ana, que la mayoría de los padres no conocen realmente a sus hijos. Sé, también –dice sobre el final–, que al leer el diario padres y maestros aprenderán mucho de él, porque para construir el futuro hay que conocer el pasado".
La jueza de Casilda Cristina Pecoraro, que ordenó la lectura de "El diario de Ana Frank", entendió que la literatura y un libro conmovedor, a pesar de las distancias de las situaciones, es el mejor vehículo formativo para intentar modificar conductas violentas. Tal vez los padres de ambas familias involucradas en este caso de agresión escolar también tendrían que leer a Ana. Y no deberían ser los únicos.