La historia indica que la ciudad enfrentó otras epidemias y que éstas, lejos de erosionar la autoestima de la población y la confianza en la capacidad rosarina, sirvieron como disparadores de grandes transformaciones, produjeron profundos cambios.
Por Adrián Gerber
La historia indica que la ciudad enfrentó otras epidemias y que éstas, lejos de erosionar la autoestima de la población y la confianza en la capacidad rosarina, sirvieron como disparadores de grandes transformaciones, produjeron profundos cambios.
Así se explican el origen de la salud pública de la ciudad (en 1887 se crea la Oficina de Higiene, que luego en 1890 se transformó en la Asistencia Pública Municipal) y las construcciones de la primera red de agua corriente y la de cloacas y desagües. Todos estos avances se producen como respuestas a tres epidemias de cólera: la de 1867-68, que causó 420 muertes (Rosario tenía 20 mil habitantes); la de 1886-87, 1.256 fallecidos (50 mil habitantes), y la de 1894-95, 450 víctimas fatales (90 mil habitantes), según detalla la historiadora y profesora de la UNR Agustina Prieto.
El actual Hospital Carrasco nace como Casa de Aislamiento en 1897 y surge como respuesta a las numerosas enfermedades infectocontagiosas que aparecieron por aquella época. En 1900 Rosario sufre justamente la epidemia de peste bubónica: es la que menos muertos provoca, sólo 60 (sobre 112 mil habitantes), pero tuvo fuerte impacto desde el punto de vista socioeconómico para la ciudad porque fue totalmente aislada del resto del país por orden del presidente Julio Argentino Roca.
“En ninguno de los casos que he estudiado hay una idea de plantear que vengan a ayudarnos de afuera, la idea era organicemos y busquemos la salida. La puja entre las autoridades municipales y nacionales es un reflejo de esto. Son las autoridades municipales las que quieren comandar la solución, hacerse cargo, cuando desde la Nación presionaban para tomar las riendas de la situación. No piden nada al gobierno central de Buenos Aires”, señala Prieto.
Pero las epidemias no sólo movilizaron a los gobernantes locales, sino a la sociedad civil rosarina, que desarrolló acciones solidarias. “Las elites de la ciudad se comprometieron con las situaciones que generaron estas epidemias. Sus intereses estaban directamente afectados porque se dedicaban al comercio interno y al puerto. Se organizaron, hicieron colectas, crearon enfermerías, estuvieron muy interesadas en resolver el problema”, afirma la historiadora.
Esta paradoja de que las epidemias hayan sido agentes del progreso y la transformación de la ciudad puede estar en parte radicada en la singularidad de Rosario. No tiene un pasado colonial, carece de acta fundacional y tampoco es capital de Estado con los beneficios que esto trae, a diferencia de Buenos Aires y Santa Fe, por lo que la ciudad tuvo que crear su propio mito fundador. La idea de “ciudad autoconstruida”, “hija de su propio esfuerzo” es la médula de la identidad rosarina, es la que le dio carácter a la ciudad. Una idiosincrasia que está presente hasta el día de hoy, por más que la ciudad, en rigor, también es fruto del esfuerzo de toda la región que la rodea, la provincia y la Nación.
¿Cuál es el futuro de Rosario después del Covid-19? ¿Por qué debería ser diferente a estos antecedentes históricos? ¿Por qué esta pandemia podría no ser impulsora de transformaciones positivas para la ciudad? ¿Por qué esta vez debería ser la excepción? En este terreno no existen hechos inexorables. La ciudad no está predestinada a nada. No está regida por ninguna ley de la naturaleza o ley física. El futuro depende de lo que se haga hoy. De las acciones que emprendan los gobernantes, pero también el sector privado y la sociedad civil. La armonía entre municipio, provincia y Nación, y la aceitada coordinación del sector público y privado de la salud de Rosario para enfrentar la pandemia son por ahora señales que abonan el optimismo. La salida, seguramente, es por ahí.