Digno heredero de la gesta popular de diciembre del 2001, el Movimiento Giros irrumpe en la vida política rosarina cuatro años después. Con una notoria militancia juvenil en sus filas y basada en una amalgama que incluye los aportes teóricos de Carlos Marx, Antonio Gramsci, José Carlos Mariátegui, Rosa Luxemburgo, Robert LeFevre, Simón Rodríguez y el subcomandante zapatista Marcos, la organización alcanzó gran visibilidad en su relativamente corta historia, sobre todo a partir de su asentamiento en el «territorio insurgente» de Nuevo Alberdi y de la apertura allí de la Escuela del Territorio Insurgente “Camino Andado” (ETICA), de nivel secundario.
—Manuel Salinas: Se remonta a abril de 2005. Al principio éramos cinco o seis; algunos con recorrido diverso, pero con un denominador común: varios habíamos estudiado en el Complejo Educativo Gurruchaga. En los primeros años de la facultad nos encontramos con otros compañeros que compartíamos una misma inquietud y sobre todo una misma negación: que a la práctica política había que darle una vuelta de tuerca, para que verdaderamente recuperara su poder transformador.
—¿Alguno venía de una práctica en partidos de la izquierda tradicional?
—M.S.: No. Incluso eso nos permitió encontrarnos en esas negaciones: a las prácticas de esa izquierda, al carácter «oenegeísta» de muchas organizaciones que intentaban de algún modo incidir en algo, a las prácticas «caritativas», e incluso a los modos tradicionales de inserción en los barrios.
—Alejandro Gelfuso: También sumaba mucho el tema de cómo nos había pegado a nosotros el 2001, como generador de militancia.
—M.S.: La implosión de 2001 nos impactó fuertísimo. Siempre nos reivindicamos como un movimiento hijo de ese 2001. En principio, en función de todas las revaluaciones conceptuales que nos traía ese 2001, pero también recogíamos el guante de que no se había logrado construir una alternativa política real que disputara el poder.
—Más allá de que allí eclosionó la lucha contra el neoliberalismo en la Argentina...
—A.G.: Sí. Además, fue la puesta en escena de muchas organizaciones que venían construyéndose desde afuera, tanto los movimientos campesinos como los piqueteros.
—¿Qué relación política tuvo Giros con estos últimos?
—M.S.: En un primer momento se los valoró como emergentes de 2001, a la cabeza de esa revuelta popular. Nos vinculamos con el Frente Darío Santillán; pero esa articulación se fue complicando con el tiempo, por una cuestión si se quiere identitaria.
—A.G.: Sumado al hecho de que en Rosario el movimiento piquetero no generó la misma experiencia de desarrollo que en otros sitios. Dos años después, la nueva realidad sociopolítica (con el kirchnerismo ya en el poder, y avanzando en una reinstitucionalización de la política) hizo que como método de lucha o forma de visibilización empezara a complejizarse y a decaer como factor de poder.
—¿Cuáles son las líneas teóricas que sostiene el movimiento, más allá de las ideas de Gramsci que se hacen evidente en su «praxis» y en los documentos?
—A.G.: El revolucionario italiano es para nosotros una referencia insoslayable, no solamente en cuanto al modelo de militante, que debe complementar teoría y práctica (la idea de «praxis»). El mismo término de Ciudad Futura lo adoptamos a raíz de ese libro de Gramsci, que plantea un imaginario sobre una sociedad distinta, que debe ser «prefigurada» en ésta. En cierto sentido, fue superador de Marx.
—Con un notable aporte en el análisis de la superestructura, poco desarrollado por el teórico alemán, y en la revalorización del papel de los intelectuales...
—M.S.: En ese sentido, uno de los ejes fundamentales que encontramos en nuestra lectura gramsciana es la constante reactualización de una teoría, que había sido manejada de manera bastante ortodoxa. Esta nos da un elemento diferencial como movimiento autónomo: la capacidad de recoger una realidad concreta que se da en los territorios y a partir de eso reflexionar desde esa práctica y reconceptualizar todo lo que sea necesario, poniendo en acto la idea de «intelectual orgánico».
—Respecto del viejo debate en la izquierda en cuanto al modelo de organización entre «espontaneidad» (sostenido por Luxemburgo) y «conciencia» (priorizado por Vladimir Lenín), ¿dónde se posiciona Giros?
—A.G.: Sin duda cerca de la revolucionaria polaca. Nosotros retomamos mucho la lectura de experiencias de revoluciones que se complejizaron como la Bolchevique de 1917, y allí la crítica de Luxemburgo es muy clara y certera. A eso lo unimos con el concepto zapatista de «sociedades civiles»: no es ni la multitud amorfa ni tampoco solamente un núcleo de sectores (sector sindical, sector docente, etcétera).
—¿Cómo se organiza estructuralmente el movimiento?
—M.S.: En principio, tenemos un esquema básico en áreas, no de compartimentación, en donde tratamos que de los distintos territorios que hoy conforman Giros participe la mayor cantidad de militantes. Son tres grandes núcleos: los «proyectos estratégicos», que tienen una organización celular; lo que llamamos las «patrullas rojas», lanzadas este año, y las «herramientas autónomas», como puede ser el caso de la Universidad Rebelde, con el aporte de militantes externos a Giros, pero que tienen un nivel concreto de participación en proyectos del movimiento.
—Pero no hay un «comité central», la típica fórmula leninista...
—A.G.: No. Lo que hay, sí, es una coordinadora, donde están representados cada uno de estos proyectos y las patrullas, con una reunión semanal que garantiza las cuestiones operativas.
—¿Cómo definen a las patrullas rojas?
—A.G.: Es el movimiento de masas propiamente dicho de Giros, donde ingresa todo el afluente de militantes nuevos.
—¿Cuál es su visión sobre el fenómeno kirchnerista?
—M.S.: En 2010, tras la muerte de Néstor Kirchner, hicimos una jornada abierta de discusión sobre todo lo que se generó a partir de ese hecho. Un tema fue la nueva relación entre juventud y política. Somos bastante críticos en nuestra valoración de ese fenómeno, expresado por ejemplo en la agrupación La Cámpora.
—A.G.: No nos imaginamos confluyendo o construyendo con el kirchnerismo porque vemos determinados límites en cuanto a su construcción política. Tenemos una diferencia fundamental respecto de la concepción en torno a 2001. En buena parte del kirchnerismo hay una visión negativa de esa gesta histórica. Nosotros creemos que allí hubo cosas que deben replantearse. No obstante reconocemos avances en las políticas de inclusión.
—Más allá de que el kirchnerismo disputó renta ante ciertos sectores corporativos, como el caso de la resolución 125 y la ley de medios, no hubo militancia activa de base en esos conflictos, con disputa del espacio público, por ejemplo, a la vera de las rutas...
—M.S.: Ese déficit de construcción desde abajo es lo que nosotros cuestionamos. Sobre todo el paradigma de militante que propone el kirchnerismo, que hoy se refleja bastante en sus organizaciones juveniles.
—¿Cómo se posiciona Giros ante el Estado?
—A.G.: Concebimos al Estado como un garante de relaciones sociales, pero un garante no neutral. En esa correlación de fuerzas, para que el Estado comience a ser garante de otro tipo de relaciones, hay dos pasos: construir relaciones sociales distintas (la «prefiguración» gramsciana del doble poder), que intentamos desde nuestra autonomía; pero eso luego hay que plantarlo ante el poder real del Estado, ya sea para consensuar o para confrontar.