El bar de la esquina de Mitre y pasaje Fabricio Simeoni, la última construcción del centro que no presenta ochavas, finalmente será demolido. Desde el cierre del comercio, hace poco más de un año, se sucedieron abrazos, juntas de firmas y hasta un proyecto aprobado en el Concejo Municipal para que se preserve el local. Sin embargo, desde hace algunos días el lugar está vallado, a la espera de la picota. En su lugar construirán un edificio de ocho pisos.
Ni el sentimiento de varias generaciones que encontraron en sus mesas un refugio nocturno, ni el pedido de los grupos que defienden el patrimonio histórico de la ciudad pudieron evitarlo. La Secretaría de Planeamiento del municipio avaló la solicitud de demolición presentada por los dueños del edificio.
Según explicaron desde la repartición, "legalmente no se le puede denegar el pedido a un inmueble que no está incluido en el catalogo de preservación" y subrayaron que la nómina de edificios de valor patrimonial "fue confeccionada junto con el Concejo y es la que rige actualmente".
La edificación, construida a mediados del siglo XIX (cuando en la ciudad entró en vigencia la norma que obligaba a los edificios a ceder un triángulo de su terreno para mejorar la visibilidad en los cruces de calles) fue una de los tantas que rodeaba el viejo Mercado Norte, que durante unos cien años funcionó en el lugar donde se encuentra actualmente la plaza de la Cooperación (conocida como del Che).
En la década del 80, con el regreso de la democracia, el local se transformó en un lugar de culto. Fue el punto de encuentro donde artistas, músicos escritores y estudiantes universitarios compartían trasnoches. Tuvo varios nombres: en la primavera alfonsinista se llamó Don Nicanor, el último fue Jekyll and Hyde y cerró en julio del año pasado.
La esquina no esta protegida patrimonialmente, ni forma parte del catálogo que inmuebles de valor patrimonial o arquitectónico de la ciudad. Fue adquirida por la constructora Minervino para construir un edificio de planta baja y ocho pisos.
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"El proyecto fue supervisado por Planeamiento, se acordó un edificio abierto hacia el pasaje, que interactúe con la plaza", destacaron desde el municipio y aclararon "que por normativa e indicadores urbanos, el proyecto no tiene ninguna contraindicación".
Un año atrás
El bar Jekyll & Hyde bajó sus persianas en forma definitiva en julio del año pasado, después de que los dueños del inmueble decidieran ponerlo a la venta. La esquina vacía no fue leída como una buena señal por las organizaciones relacionadas al cuidado del patrimonio de la cuidad que organizaron un abrazo simbólico al edificio considerado "parte de la identidad de los rosarinos".
Además, se lanzó una petición dirigida al municipio para que se conserve la propiedad en la plataforma Change.org, que promueve reclamos ciudadanos.
Las iniciativas repercutieron en el Concejo Municipal, donde se aprobó un proyecto de la concejala Fernanda Gigliani (Iniciativa Popular) para que se estudie la posibilidad de incluir el inmueble dentro del catálogo de construcciones a conservar.
La iniciativa respondía a la inquietud de los vecinos de la emblemática esquina que hicieron llegar al legislativo local su reclamo y en consonancia con "la relevancia cultural, histórica y simbólica para toda la ciudad" que tiene la esquina.
El pedido generó un expediente que fue y vino varias veces entre el Concejo y el Ejecutivo. Allí, desde el Programa de Preservación se indicó que el inmueble nunca estuvo incluido en los inventarios y catálogos de interés patrimonial (ni en el de 2001 ni en el de 2008).
Y se consideró que "dentro de esta última normativa, el inmueble no cumple con los lineamientos urbanísticos y arquitectónicos planteados en los considerandos de la ordenanza Nº 8245/08" que sustentan la catalogación de inmuebles a conservar, donde "no están contemplados valores de tipo históricos, cultural o asimilables al patrimonio intangible".
Básicamente, "contestaron que el edificio no estaba catalogado porque no tenía valor patrimonial", apuntó Gigliani, ante la consulta de La Capital.
La despedida
Los integrantes del grupo Basta de Demoliciones fueron algunos de los que manifestaron su inquietud por la demolición del local. La coordinadora de la agrupación, Ana María Ferrini, recordó la historia "de esa esquina sin ochava, a la que imagino una esquina rosada, sitio de malevos y de cuchilleros como los hombres de los relatos de Borges", escribió en un posteo en el Facebook del grupo.
El viejo almacén de ramos generales, con un enorme sótano para guardar mercadería, apuntó, "fue uno de los tantos negocios que rodearon al Mercado Norte, que les dio vida. Quizá fue también un boliche para reunir a los puesteros, abastecedores y sus clientes, que amenizaban con el trabajo charlas, naipes y hasta algún cantor se animaba con su guitarra y su acordeón... solo imagino".
El Mercado Norte fue inaugurado en octubre de 1876, en la calle Mitre entre Tucumán y Pasaje Zabala y fue habilitado para cumplir la función de Mercado de Abasto para atender la demanda de las verduras y frutas consumidas en el centro de la ciudad. El lugar fue demolido en 1980 para construir la plaza de la Cooperación, más conocida como la plaza del Che.
Por esa fecha, la cortada empedrada había empezado a transformarse como un lugar de intensa vida nocturna. Ya funcionaba allí La Parrilla Norte que reunía a "la bohemia de los 60, nombres como Aldo Oliva, Rubén Sevlever, Rafael Ielpi, Kita Ulla Juan José Saer", según recuerda otra integrante de Basta de Demoliciones, Cristina Dagatti.
Y más tarde se fueron sumando en esa cortada numerosos bares con propuestas artística. El primero fue Don Nicanor, un bar con música en vivo, donde tocaban bandas y solistas de rock, blues y jazz. Después llegaron otros locales donde los habitués podían amanecer: Valequé, Zeppelin y Berlín, que se convertirá en un centro cultural, un museo autogestivo dedicado al Che.
Con el nombre de Jekyll and Hyde, la esquina de Mitre y pasaje Simeoni mantuvo ese espíritu hasta el año pasado. Fue uno de los tantos locales gastronómicos afectados por las restricciones propias de la pandemia y la clausura de la nocturnidad. En un año, el lugar se convertirá en un flamante edificio.