“Entonces, coraje y a esperar el día en que volveremos a casa”. (Del libro: Aquí no vuelan las mariposas. Poemas y Dibujos infantiles. Tezerín. 1942-1944).
Ilustración: Chachi Verona
“Entonces, coraje y a esperar el día en que volveremos a casa”. (Del libro: Aquí no vuelan las mariposas. Poemas y Dibujos infantiles. Tezerín. 1942-1944).
Cuando el día a día se transforma en un gran signo de interrogación cotidiana, quizás sea una buena ocasión para revisar ciertos acontecimientos que permitan aprender y hacer más liviana la historia. Aquello que nos toca transitar en el mundo entero ligado a las pestes, me llevó a recuperar algunos sucesos que subrayan la importancia de comprender a la relación ética, como aquel accionar en donde el otro —y no el yo— pasa a ser exclusivamente el protagonista único de la escena. Este “incansablemente hacerse responsable” del próximo, es el que pudo determinar, y muchas veces también hacer torcer, el rumbo político y subjetivo, de las historias. Esto, tanto válido para el mundo adulto como para el de las infancias de las cuales —afortunadamente— seguimos aprendiendo.
La primera de estas escenas nos conduce al universo de poemas y dibujos escritos por niños y adolescentes en el campo de concentración en Tezerín. Allí, varios años después finalizada la Segunda Guerra, encontraron enterrados estos cuadernos como metáfora del esfuerzo, hasta “último momento” de plantar semillas para que una memoria colectiva pudiera renacer en los surcos de la muerte y del olvido. La segunda, me ubica en mi propia biografía recordando las interminables filas (y riñas) para acceder a los comercios que vendían alimentos en los contextos de la hiperinflación del año 89.
Y ya para ir concluyendo este ecléctico viaje por un túnel del tiempo que me permite jugar como aquel protagonista de la novela Jumper(*) por las diversas escenas de la historia, me traslado ahora a plena crisis del 2001, aquí en nuestra ciudad; reuniendo en un mismo plano al coraje de la frase de Pocho Lepratti interpelando a la policía diciendo: “Bajen sus armas, que aquí sólo hay pibes comiendo”; con el aroma a panes recién horneados por maestras de escuelas públicas compartidos en comunidades arrasadas por el hambre y el desempleo; junto al aturdimiento de cacerolas y furias provocadas por los destrozos en los bancos como modos bien distintos para ubicar aquella relación ética con la otredad: como mero cuidado-de sí mismo; o fundamentalmente como cuidado del otro.
Así regreso entonces a marzo del 2020 y nos encontramos con un coronavirus el cual, mucho antes que al cuerpo, pareciera que ataca e infecta en forma implacable principalmente a los lazos sociales: desde batallas campales en supermercados, discusiones fragmentarias en los ámbitos laborales; y golpizas para quien exija acatar las cuarentenas, difieren bastante de los sobrados ejemplos de solidaridad que efectivamente (también) son constitutivos al ser humano y que ciertamente existieron —y van a existir— en nuestras sociedades.
Una crisis subjetiva
Si la crisis de 2001 puede ser considerada como una crisis subjetiva que se expresó como crisis económica, el coronavirus quizás pueda leerse como una crisis biológica que permita nuevamente reinaugurar (y no cancelar) la solidaridad social a través del amparo y del cuidado: dos caras capaces de contrarrestar verdaderamente a la muerte (no en su sentido biológico) sino fundamentalmente político y subjetivo. Es esta ética, este “puñado de verdades”, siguiendo al filósofo Badiou (2012), el que nos puede llevar a ser “el más resistente de todos los animales” para animarnos a fundar un sujeto nuevo. Lo anterior, para comprender de una vez por todas que cuanto menos tengamos para “poner en los platos”, más grandes tienen que ser entonces “las mesas” como modo de accionar y de revelarse éticamente en la existencia. Si partimos del acuerdo en que la pedagogía está constituida por problemas culturales, políticos, sociales y educativos propiamente dichos, este acontecer del coronavirus, nos ofrece la excusa perfecta para aprender a que solo valdría la pena “rendir” pleitesía, a un tipo de solidaridad colectiva que nos lleve necesariamente al cuidado de todxs; e interrogue, asimismo, en torno a quiénes son aquellas personas que más nos necesitan, menos tienen y que más sufren. Pudiendo estas categorías, estar contenidas, histórica, milenaria, ética y metafóricamente con las de pobres, desvalidos y descartados. O quizás más acertadamente para este contexto moderno de formas de propagación del virus, las desarrolladas por Bauman (2005) con las de “turistas y vagabundos”.
Habilitar este tipo de memoria urgente e inmediata para la adversidad, quizás sea también una forma de reconocer los pequeños gestos ético políticos que nos sostienen y rendir homenaje a todos aquellos quienes, a lo largo de la historia, dieron su vida por un futuro y un presente mejor. Pensar el cuidado desde una pedagogía de la inauguración comunitaria como ética, significa continuar las luchas por una solidaridad que busque hacerse carne en las aulas, fuera de ellas, y en todo aquello que está “clavado en la memoria”, en las políticas públicas y en el corazón.
(*) “Jumper” es una novela de Steven Gould que narra la historia de una persona con la capacidad para teletransportarse en el tiempo.
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