A seis meses del comienzo de la pandemia, Rosario pasó de ser considerada como un caso ejemplar en la lucha contra el Covid-19 a estar apuntada como una de las ciudades del país que más preocupan por la velocidad de contagios. ¿Qué pasó? ¿Cómo se mide el éxito o fracaso de las políticas sanitarias ante una pandemia de estas dimensiones? ¿Por la cantidad de contagios, recuperados o muertos? ¿Por la capacidad de respuesta del sistema de salud?
El primer caso de coronavirus en la ciudad apareció el 14 de marzo pasado (un joven rosarino que regresó de viaje de Inglaterra), y en los primeros meses de la pandemia la curva de afectados estuvo en la ciudad totalmente aplanada y bajo control. Por esos días, las autoridades sanitarias de Rosario y la provincia no se cansaban de advertir que no había que confiarse y que todo podía cambiar: “Estos números no nos pueden hacer bajar a un escenario de exitismo”, alertaba el 4 de mayo el secretario de Salud municipal, Leonardo Caruana. El funcionario tenía en claro que la película recién empezaba. Sin embargo, políticos y medios de comunicación se apresuraron y compraron la foto de ese momento. Así, instalaron la idea de que la ciudad tenía una especie de inmunidad contra el virus producto del vasto sistema de salud pública con que cuenta. La euforia y el exceso de confianza llevaron a algunos a hablar incluso del “modelo rosarino” en la lucha contra el coronavirus.
“Coronavirus en Rosario: qué se hizo en la tercera ciudad más grande del país para aplanar la curva de contagios”, titulaba el 22 de mayo Clarín. “Rosario no es un milagro”, decía el 29 de mayo el diario Perfil y daba cuenta de “cómo la ciudad había controlado la pandemia”. “Muchos usan a Uruguay como ejemplo, pero deberían buscar modelos más cercanos que son aún más exitosos”, argumentaba. Y las razones las depositaba en “la planificación que hace Rosario de la salud pública, diseño urbano y políticas de Estado que trascienden los gobiernos”. Como remate de la nota el medio porteño se permitió hasta un chiste: “Si Susana Giménez lo hubiera tenido en cuenta quizás hubiera tomado otros rumbos (en referencia a su éxodo a Punta del Este)”. “Rosario, la ciudad argentina que da el ejemplo en la pandemia”, señalaba el 22 de junio pasado la DW Español (un canal de televisión de origen alemán, filial de la cadena internacional Deutsche Welle).
https://twitter.com/dw_espanol/status/1273756256247992321
Incluso, por aquellos días, más precisamente el 9 de mayo, el propio presidente Alberto Fernández elogió en conferencia de prensa los resultados de la estrategia de la ciudad que en ese momento tenía muy pocos casos: “Rosario ha trabajado muy bien y ha podido superar en gran parte el problema”.
Hoy todo ese exitismo que rodeaba a Rosario se desmoronó. La curva de contagios se disparó y el sistema de salud está al borde de la saturación (no del colapso, porque no se va a derrumbar ni destruir). ¿Pero esto significa fracaso? Desde ya que no. Incluso, hasta el reconocido sistema sanitario español (la joya de la corona del Estado de bienestar ibérico) se vio seriamente tensionado en el peor momento de la pandemia en ese país. “No era un éxito no tener casos, tampoco es un fracaso tenerlos”, repite por estos días Caruana.
Sin duda que Rosario tiene un destacado sistema de salud, con políticas claras, infraestructura de calidad y recursos humanos muy capacitados. El sector público se consolidó en el marco de un plan que implementaron los gobiernos municipales del socialismo en las últimas décadas. La ciudad cuenta con una vasta red de servicios de atención primaria y de media y alta complejidad asentada en doce hospitales municipales y provinciales, y más de 70 centros de salud repartidos en todos los barrios, que brinda un servicio de cercanía que ahora está posibilitando buscar a los casos sospechosos y trazar un cerco para evitar nuevos contagios.
Y la salud privada en las últimas décadas también mostró en Rosario un gran dinamismo con fuertes inversiones en infraestructura, equipamiento, tecnología e instalaciones que la han puesto a la vanguardia en el país.
Así y todo, durante los meses “exitosos” de pocos contagios, la provincia, la ciudad y el sector privado tuvieron que fortalecer el sistema de salud, que de no haberlo hecho no hubiera sido capaz de dar la respuesta que está dando ahora. Los números hablan por sí solos: las camas con respiradores pasaron en el sector público de la provincia de 155 antes de la pandemia a 271 en la actualidad. Y en Rosario de 73 a 140 (sumados hospitales provinciales y municipales). Además, se montó un centro de aislamiento para 1.200 pacientes leves, lo que está permitiendo que no se ocupen camas en hospitales. Y se adquirieron los equipos de protección personal para los agentes de salud, que son quienes están poniendo el cuerpo, el tiempo y el conocimiento para cuidar la vida de todos (al margen, ¿por qué se diluyeron los aplausos?, ¿la sociedad no se da espacio para el reconocimiento y la gratitud?).
Sin dudas que esta situación excepcional y absolutamente inédita es una prueba de fuego para todos los sistemas sanitarios, el de Rosario también.
En medio de la lógica desesperanza y el enojo de la sociedad por la pandemia y sus múltiples consecuencias negativas, es difícil que se valore lo que no sucede. Hoy la ciudad registra en total 13.115 contagiados y 118 fallecidos por Covid-19, pero, ¿cuántos hubiera tenido sin el sistema de salud público y privado de calidad con el que cuenta? Es verdad que los contrafácticos son imposibles de probar. Pero con apenas un poco de imaginación uno puede hacerse la idea de ese hipotético escenario.