Cada época instaura una relación singular entre el sujeto y su cuerpo, que va trasmutando y adaptándose a los vaivenes del momento. En esta sociedad del consumismo masificado, el cuerpo, nuestro cuerpo, se ha transformado en objeto de consumo y es usado como tal, como si se lo separara de la persona, como si no fuera parte de ella. Cuerpo como escenario donde se representan las tendencias de una cultura muchas veces violenta, despiadada, que convierte a nuestra anatomía en un territorio expuesto al maltrato. Lugar donde se registran los sufrimientos subjetivos.
Muchas patologías que tienen al cuerpo como protagonista se han acrecentado en los últimos tiempo. Los cortes infligidos de manera voluntaria en los brazos, piernas u otras partes —como el tórax— no son fenómenos nuevos pero aparecen hoy de manera frecuente en las poblaciones más jóvenes. Son autolesiones en la piel: rasguños, rayones, cortecitos o cortes más grandes (algunas marcas son más sencillas que otras de ocultar) y se las provocan con las uñas o cualquier elemento punzante. Son cicatrices mudas que sin embargo expresan un gran malestar interno, gran angustia, dolor, bronca o impotencia.
Estas conductas agresivas aparecen tanto en púberes y adolescentes como en jóvenes, y se dan en ambos sexos. Los terapeutas y los médicos suelen verlas más en la adolescencia un momento de la vida en que se juega una profunda crisis que se libra principalmente en el cuerpo. Muchos chicos y chicas, en esta etapa clave, presentan una tendencia a ser impulsivos, a desbordarse, a no poder controlar su cuerpo al que todavía sienten como ajeno. Intentan rebelarse, ponerse a prueba en la búsqueda de los excesos. Generalmente no tienen conciencia de lo que hacen, no lo pueden pensar...sólo lo actúan. Y lo hacen con o contra ellos mismos. De esa manera expresan, por un lado, el proceso de constitución de su identidad por el que están atravesando, y por otro, muestran la vulnerabilidad, la fragilidad y la conflictividad de su momento.
En jóvenes y adultos que vienen arrastrando cuestiones relacionadas con su proceso adolescente sin resolver, donde han quedado cicatrices sin curar, situaciones traumáticas o duelos que no han podido ser elaborados, la automutilación puede aparecer.
Esta manera de autoflagelarse, a veces, solitariamente, aparece como un secreto muy íntimo. Sienten vergüenza y no quieren que nadie, ni los más cercanos, se enteren. Otros jóvenes lo hacen en forma grupal, como una especie de ritual en el que todos se cortan el cuerpo, en un lugar en el que no los ve ningún adulto. En otros casos puede ser tomada como un rasgo de pertenencia al grupo de amigos. Hay chicos se unen en páginas web haciendo causa común. Así las automutilaciones y autolesiones se convierten en objeto de culto y exhibición.
No es raro que algunos estimulen a otros (con cierta predisposición a agredirse) a tomar este camino. No se trata de una imitación de algo que ven y quieren repetir (no es contagioso) sino que al verlo en otros ven facilitada la decisión de poner en acto ese impulso irrefrenable de automutilarse.
Al efectuarse cortes en su cuerpo, al que paradójicamente sienten como un cuerpo ajeno, exponen su intento fallido de apropiarse de lo que les pertenece. Es un modo muy particular que les permite recuperar cierta sensación de estar vivos.
No tienen conexión con sus propias sensaciones, con su funcionamiento corporal, y como pueden, buscan encontrase a través de estos actos autoagresivos. Generalmente estas acciones van acompañadas de otros síntomas: problemas de alimentación como la bulimia, la anorexia, exceso de alcohol y drogas. Sintomatologías diversas que aparecen en un cuerpo descontrolado al que el sujeto (adolescente, joven) no puede poner un límite.
Los adultos suelen preguntarse si los cortes en la piel no responden a una idea de suicidarse, si no implican un deseo de muerte real. Generalmente no, aunque puedan tener esas fantasías.
Lo que vemos es que remite a la necesidad imperiosa de dejar de sufrir, de no estar en ningún lado para no sentir más dolor, de poder alejarse. Cortar con la congoja. Aparecen las marcas como única salida del malestar psíquico. Es tanta la intolerancia a cualquier sufrimiento interno que lo transforman en físico. Sólo el corte puede acallar la angustia.
Pero claro, el alivio que produce es momentáneo. Esto hace que se repita el circuito, en forma adictiva. Una y otra vez, agrediéndose cuando les estalla el dolor y lo hacen cuando sienten esa necesidad. De algún modo, el sujeto tiene el poder de hacerlo cuando quiera, de controlar sus sensaciones placenteras y desagradables.
"Me corto cuando no puedo más conmigo", me dijo Carla, de 16 años. "Cuando discuto con mi mamá siento el impulso de rasguñarme todo, como la única manera de sacármela de encima", comenta Juan, de 18. "Se lo que estoy haciendo cuando me corto, pero también no, porque no lo pienso. Me alivia esa sensación terrible" menciona María, de 20.
Es un grito silencioso, que pide ayuda. Pedido donde no hay palabras que expresen ese dolor, sólo una voz lastimosa cuya demanda no se puede descifrar con facilidad.
Estas lastimaduras en la piel no son figurativas, lo dominante es la descarga motriz y una escasa elaboración simbólica de los procesos que está atravesando. Estos jóvenes presentan un mundo representacional empobrecido donde lo sensorial predomina sobre las palabras. Es pura descarga de aquello que no pudo ser tramitado, representado, y deriva en actuaciones, en las patologías del acto, donde surgen las conductas que tienen que ver con la puesta en acción sobre el cuerpo.
Suele ocurrir que los adultos le restan valor a estos actos y los toman como una simple imitación de grupos de adolescentes. Algunos padres los minimizan afirmando que el adolescente lo hace para llamar la atención, afirmación que no explica nada.
Así le quitan la relevancia que tiene para ese hijo o hija, evitando interpelarse sobre lo que le ocurre. Es necesario develar ese mensaje que aparece en un lugar vacío, que intenta quedar oculto, enigmático, indescifrable, con la imposibilidad de desplegarlo en palabras.
No es infrecuente que algunos padres se enteren de esto cuando se los comunican de la escuela o cuando las marcas ya no se pueden ocultar. Suelen reaccionar con mucho enojo, bronca y hasta castigan a sus hijos, no pudiendo comprender lo que les sucede. Otros se angustian mucho, demasiado, quedando en un lugar de no saber qué hacer.
Los brazos rasguñados son un pedido de auxilio que provoca gran impacto y horror, que genera impotencia tanto en el joven como en sus padres. Es fundamental trabajar con los adultos para que ellos puedan ayudar a su hijo. Un adolescente o joven que necesita contención y apoyo, que busca sentirse querido y respetado. Hacerlo sentir culpable es el peor camino. Dañarse, seguramente, es la única forma que encontró para apaciguar su dolor.
Como padres o tutores lo mejor es asumir el tema y pedir ayuda profesional, ante la incertidumbre o el desconsuelo. Puede ser el primer paso hacia la solución.