Por sus patios y galerías transitaron cinco generaciones, aprendieron a leer, jugaron y tienen los mejores recuerdos de su infancia. El cariño por la escuela y un gran sentido de pertenencia los hace decir con orgullo que fueron alumnos o alumnas de "la Arzeno". Entre las actividades planificadas durante el año para celebrar su centésimo aniversario, esta noche se realiza una cena en el hotel Ariston.
Reunidos con La Capital en la biblioteca, Adriana Elia y José Bellia recuerdan en compañía de sus hijas su paso por la escuela, la amistad, los encuentros y enseñanzas. El matrimonio, casados desde hace 45 años, son la tercera generación de su familia que vino a la escuela. Antes lo hicieron María, la mamá de José y su abuela Agripina.
A su lado están sus hijas Fernanda, Brenda, Lucrecia, Virginia y Bárbara. Ellas también cursaron la primaria en la escuela. Por sus patios y galerías ahora juegan Guillermina, Agustina y Manuel (nietos del matrimonio), el último eslabón de la cadena, los más chicos de la familia. Quizás en unos años también puedan contar su historia.
Desde que ingresó a la escuela la hija mayor y terminó la más chica, el matrimonio Bellia formó parte de la cooperadora y del club de padres del colegio. Esta participación que surgió de Adriana y que José acompañó les permitió además ser testigos y colaboradores de varias reformas que se realizaron en la escuela. "El cariño por la escuela hacía que se generara también un vínculo de amistad con el grupo de padres, que hasta el día de hoy mantenemos", dicen.
José cumplirá pronto 72 años y cuenta que todavía se reúne con algunos amigos de la primaria. Recuerda a Marta López, su maestra en los dos últimos años de primaria: "Hasta el día de hoy, la pasamos a buscar cuando organizamos un encuentro. En esos tiempos, el docente estaba al frente del mismo grupo varios años, y eso establecía un vínculo diferente al que pueden tener ahora nuestros nietos".
Adriana y José se pusieron de novios con 17 y 15 años, "desde el 29 de mayo del año 1965", detalla el hombre, y enseguida sus hijas festejan de que su papá recuerde la fecha. "Celebramos el día que nos pusimos de novios y no tanto la fecha de casamiento", agrega Adriana. Entre recuerdos y anécdotas, celebran su historia de amor, la familia y sus doce nietos. "Somos muy unidos y nos gustan mucho las reuniones", dice la pareja que se conoció en el colegio.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Amistad que nació en la escuela
"Eramos cuatro muchachos que cursábamos la primaria, practicábamos básquet y fútbol, y siempre estábamos juntos. Entre ellos estaba el hermano de Adriana. Primero fuimos vecinos del barrio, luego compañeros en la escuela y así nació esta amistad que tenemos desde chicos", cuenta José.
La historia de Adriana no es igual a la de su marido. Al terminar la primaria, no mantuvo la relación con sus compañeras, sin embargo el aniversario de la escuela logró reunirlas nuevamente. "Estamos empezando a organizarnos con varias amigas". En este vínculo que supieron forjar en la infancia y ahora las encuentra en su vida de adultas, destaca: "Antes no teníamos tantas actividades fuera del colegio como ahora y los padres tampoco. Los amigos eran los de la cuadra, teníamos todos las mismas expectativas y volcábamos casi todas nuestras inquietudes en la escuela y en esas reuniones. Hoy muchos alumnos ya no son del barrio y me parece que no existe tanta unión como había en ese momento", describe Adriana.
Fernanda, la hija mayor de las Bellia, se suma a la charla y destaca algunas diferencias respecto de las familias actuales. "La mayoría de las madres no trabajaban y se abocaban a las tareas de la casa. Hoy trabajamos mamás y papás y a veces no hay demasiado tiempo de acompañar a nuestros hijos como lo hacían nuestros padres, es distinto y eso se siente", apunta.
Entre tantas mujeres
Hasta que cada una de sus hijas formó una familia (entre la mayor y la menor se llevan ocho años), José convivió con seis mujeres en la casa. El padre relata cómo vivía cada embarazo cuando todavía no se podía conocer el sexo del bebé. "Siempre hacía apuestas con los amigos y quería un varón porque había jugado al fútbol toda mi vida. En los nacimientos de las chicas, mis suegros y mi mamá siempre estaban presentes, pero como mi papá no iba, lo llamaba luego para contarle. Cuando nació mi hija menor no se aguantó más y cuestionó cómo había hecho para tener tantas mujeres", recuerda con gracia. José no logró que sus hijas jugaran al fútbol pero sí que tres de ellas integraran la primera división de hockey en el Club Provincial.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
Por el reencuentro
"Las emociones son las que te conectan, recuerdan la infancia y los tiempos de la primaria, los momentos vividos en la escuela, la alegría, la amistad y el aprendizaje compartido con las maestras", destaca Fernanda. "Esto nos pasa cuando nos encontramos con alguien de la escuela, porque nos lleva a ese momento de nuestras vidas, aunque ahora seamos desconocidos. Sentís que el tiempo no pasa cuando un compañero nos vuelve hacer reír o nos cuenta una anécdota".
Fernanda narra cómo fue el reencuentro con sus compañeras y compañeros con motivo del aniversario de la escuela: "Siempre nos reunimos varias amigas, pero pensé esta vez en hacer un grupo para reunir a todos para la celebración. De los cien alumnos y alumnas de ese entonces, fuimos setenta y desde ahí nos vimos dos veces más. De algunos chicos no supimos nada en todos estos años, pero al vernos sabemos que les confiaríamos a nuestros hijos". Cuenta que se emocionaron cuando vieron entrar a la maestra de primer grado, Ana María. Las funciones de cine y las distintas actividades que se organizaban los días sábados también lograban acercar a los niños y niñas. La escuela continúa siendo un espacio de encuentro, no solo para estudiar sino también para compartir momentos.
Una gran familia
La mayor de las hermanas recuerda las distintas comisiones que se formaban en la escuela como la de biblioteca o de Cruz Roja. "Se trabajaba en equipo, íbamos a leer a los grados más chicos y se hacían cosas muy lindas". Por su parte, Brenda cuenta que tenía un cariño especial por la bibliotecaria Isabel: "Cada vez que podía me escapaba un rato a la biblioteca, era el lugar preferido dentro de la escuela. Había respeto hacia docentes y directoras pero también cercanía".
"Era una gran familia, había un trato amoroso y personalizado de parte de las directoras, que sabían nuestros nombres", afirman. Durante la charla, aparecen los nombres de distintas maestras, varias que compartieron y recuerdos de viajes. Con una mirada actual, Lucrecia —la única de las hermanas que tiene chicos en la escuela— destaca la participación y el acompañamiento que mantienen las familias en actividades propuestas por la escuela. "Todos elegimos venir un día sábado si hay algún festejo y casi no entramos en la escuela. Se nota la presencia de los adultos y los chicos lo perciben".
La quinta generación
Lucrecia es mamá de Guillermina (3º grado), Agustina (2º grado) y Manuel en sala de 4 años. "Siempre quise que vinieran a esta escuela, pero cuando anoté a mi hija mayor, quedamos por sorteo en el puesto 13 de la lista de espera. Por suerte ese año se abría una sala nueva y tuvimos la oportunidad de ingresar".
"Que mis hijos vinieran a la misma escuela significó al principio un sentimiento muy fuerte. Cada vez que entraba al salón de actos me emocionaba y no paraba de llorar, ya sea porque actuaban mis hijos, llevaban la bandera o aparecían algunos recuerdos de mi infancia. Sentía que las otras mamás me miraban y no entendían qué me pasaba", revela Lucrecia.
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Foto: Celina Mutti Lovera / La Capital
>> Entre las primeras alumnas
Agripina abre el registro de esta familia como alumna de la escuela. A principios del siglo pasado llegó de Italia siendo una niña y no sabía leer ni escribir. “Mi papá quería que mi mamá aprendiera a firmar y escribir su nombre, entonces de adulta empezó a cursar en el turno noche”, cuenta María Zapulla de 94 años, hija del matrimonio. Con algunas dificultades para trasladarse pero con los recuerdos intactos, desde su casa también se animó a contar algo más de la historia de esta gran familia en su paso por la escuela.
Luego de su madre, María es la segunda generación que cursó la primaria junto a sus tres hermanas en las aulas de calle Ovidio Lagos y San Luis. “Era una linda escuela con un patio grande donde hacían las fiestas. También recuerdo muy bien los momentos del juego, y que mi maestra se llamaba Antonia Blando”, cuenta. Asegura que siempre le gustó la matemática, y que lengua le costaba un poco. “Tenía una amiga del barrio que una vez me hizo una composición para la escuela. La maestra me felicitó pero cuando me propuso hacer otra en clase, no supe qué hacer”, admite con gracia. Sin dudarlo, María eligió la misma escuela para sus hijos, José y Lucía, luego serían sus nietas y hoy los bisnietos.
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María, memoriosa ex alumna de 94 años.
Foto: Leonardo Vincenti / La Capital