La Escuela Nº 26 Leandro N. Alem rindió homenaje a sus alumnos y docentes que pasaron por la institución ubicada en una de las islas frente a Rosario
06:10 hs - Martes 09 de Diciembre de 2025
Primero está la puerta de ingreso formada por un arco blanco de material que corona en semicírculo con el escudo de Entre Ríos. Después el patio, el mástil y la vieja campana que cada mañana llama a clases. Después hay que subir los dieciséis escalones que llevan a la escuela, construida en alto para sortear las inundaciones. Su disposición es en ele: hacia la derecha, los tres pequeños salones; hacia el frente, el comedor, la cocina, el baño y la pieza para la maestra-directora. Pero primero está el río, la corriente mansa del arroyo Las Lechiguanas por el que llegan en lancha varios de los alumnos. Son casi las 9.30 de la mañana, en la planta alta de la escuela hay festejos y solo se agitan un poco las enormes banderas argentinas colgadas desde la galería superior. El cielo está plomizo y hay anuncio de lluvias, pero por ahora en el Charigüé el río está planchado.
De nivel inicial hasta sexto año de la secundaria en total son 14 alumnos, pero para el acto del centenario de la Escuela Nº 26 Leandro N. Alem faltaron algunos. Alineados en dos filas, un grupo de chicas y chicos de guardapolvo blanco se forman en el patio de adelante y se preparan para el izamiento de la bandera. Desde algún parlante suena Aurora y todos cantan. Un coro de padres sonríe y saca fotos. La mayoría de ellos son exalumnos. En el acto alguien dirá: "Hoy nos encontramos los de ayer y los de hoy".
Un rápido repaso por su historia podría decir que en 1925 se firmó la primera acta de la escuela, que funcionaba entonces hasta segundo grado con un total de 42 alumnos inscriptos. Que su primer director fue José Albisu y que a lo largo de los años atravesó varias mudanzas dentro del Charigüé, hasta que en 1994 se inauguró el edificio que ocupa hoy, sobre un terreno donado por el pintor Raúl Domínguez.
Donde hubo ñandúes
Para tomar una referencia, desde La Fluvial hasta el ingreso al Charigüé, serpenteando desde el río grande hasta la boca del riacho Los Marinos, se tarda en lancha unos 10 minutos con río calmo, el doble si está picado. Y desde ahí, navegando ya por Las Lechiguanas, otros 10 minutos hasta llegar a la escuela de la isla entrerriana, ubicada a la altura del kilómetro 428 del Paraná.
El nombre del paraje surgió de la denominación de uno de los primeros loteos en la zona y según cuenta Raúl Domínguez en el libro "El Paraná y las islas", charigüé es una voz guaraní que proviene de chari o charito (ñandú) y güé (algo que fue, donde hubo).
El nacimiento de la escuela no fue azaroso, sino una respuesta a una demanda creciente de un espacio de enseñanza para los hijos de criollos que se dedicaban principalmente a la pesca y a las nuevas familias de quinteros inmigrantes llegados a principios del siglo XX por la zona. En el libro de Domínguez se recuerda también el arribo de la tierrera Jacuzzi - Arbide, que se encargaba de extraer arcilla para fabricar ladrillos destinados a las obras en Rosario. "Esta firma y otras —dice Domínguez— dieron trabajo a los isleros, tarea dura con mano de obra barata, sumergidos en zanjones profundos buscando la capa de arcilla pura".
Arellano, Balbi, Cáceres, Catalá, García, Simó y Taborda son algunas los apellidos de las familias asentadas que aparecen en el censo realizado por la policía en 1957. Pero hoy, en las tierras "donde hubo ñandúes" que alguna vez habitaron los indios chaná, solo un puñado de familias —algunas descendientes de aquellos pobladores históricos— construyen su vida a orillas del Paraná.
Evelin es exalumna de la escuela y cuando en 2017 terminó el secundario hizo algunos años de magisterio en Rosario, en el Instituto Nº 16 Bernardo Houssay. Una carrera que no descarta retomar más adelante. "Me encanta volver a esta escuela, es el refugio de todos, el lugar donde nos encontramos", dice.
Una larga semana en la escuela
Apenas termina el acto Silvina Escudero luce una sonrisa luminosa, pero se le nota el cansancio de una semana a puro preparativo para el acto realizado el último jueves de noviembre. Hace tan solo un mes que esta docente con 17 años de servicio tomó posesión como personal único (PU) de esta escuela, donde hace las veces de maestra, secretaria, directora y hasta personal de limpieza. Llegó como reemplazante y su anterior escuela está en Nogoyá, donde ella vive: "Estuve todo el año allá y cuando salió este cargo me animé. Acá tengo catorce alumnos y allá once, pero son solo de primaria".
Dice que la movilidad y la organización son claves para dar clases en el Charigüé. Es que cada lunes, tras realizar trámites burocráticos vinculados a la escuela, llega en auto desde Nogoyá hasta la guardería ubicada debajo del puente Rosario - Victoria. Ahí toma la lancha que la deja en la escuela, donde se queda a dormir de lunes a viernes en un cuartito ubicado cerca de la cocina. Los viernes, al terminar la jornada escolar, emprende el camino de regreso. "El lunes es el día más complicado para mí, porque tenés que ir a la departamental, a la librería, ir a la despensa. No tenés que olvidarte de nada", apunta.
No obstante, dice sentirse a gusto en su primera experiencia como maestra de isla. "No sé si otras escuelas tienen las comodidades de esta, que es de material, tiene agua caliente, WiFi, impresora, libros. Y si bien recién estoy conociendo a la comunidad hay mucha colaboración de las familias, están muy presentes", dice.
Rafael Godoy tiene 28 años y es profesor de economía de secundaria. También oriundo de Nogoyá, en la escuela está a cargo del ciclo orientado en ciencias sociales y humanidades. "Ahora tengo una alumna en 4° y otra en 5°", cuenta el docente, que desembarcó hace dos meses en el Charigüé. Al igual que la maestra-directora, él también duerme de lunes a viernes en el establecimiento, en uno de los salones del ala sur. "Yo acá les doy prácticamente todas las materias. En Nogoyá les daba a veinte alumnos y acá a dos, esto es más cómodo, lo más complicado es el hecho de quedarse, porque uno deja familia, amigos o te perdés el cumpleaños de tu mamá", cuenta.
Desde hace 15 años que Estela Taborda es la cocinera de la escuela. Hija de una familia histórica de la isla, su mamá Irma fue también cocinera en la Leandro N. Alem. "Yo me acuerdo cuando estaba mi mamá que ella cocinaba a leña", recuerda la mujer, que se encarga de lunes a viernes del desayuno y almuerzo de los alumnos. Si bien vive en Granadero Baigorria, todavía conserva la casa familiar del humedal donde se crió.
Resistiendo inundaciones
La ceremonia por el centenario fue breve, poco más de 15 minutos. Hubo poesía, un video con la palabra de los nenes y nenas, y la colaboración de las familias en algunos trayectos. Hasta empanadas y una torta, infaltable en un cumpleaños con una cifra tan redonda. Sobre el fondo del comedor improvisado como salón de actos se sentaron las familias.
Maximiliano y Silvina son los papás de Jonás, de 9, y celebran que desde hace un par de años se haya habilitado el ciclo orientado en la escuela del Charigüé. "Sino —dicen— se hacía muy difícil para una familia mandarlos a Rosario o a Granadero Baigorria para que terminen de estudiar". Paola fue a la primaria de la N° 26 cuando ésta funcionaba en la casa de Beatriz "Betty" Peralta, a un par de casas de distancia de donde se encuentra ahora. "Acá vinieron mis tres hijos y mi nieto; y siempre que puedo ayudo con la escuela, siento orgullo y agradecimiento", cuenta la mujer. Hizo de 1° a 4° de la secundaria en una escuela de barrio Rucci y en 2017, cuando se habilitó el trayecto completo de la secundaria, pudo terminar en la isla junto a su hija. La primera promoción del ciclo orientado en ciencias sociales y humanas.
Casi sobre el final de los festejos, Camila pasa al frente y lee el poema "Mi escuela entre las islas". Arranca así: "Entre ríos y barrancas, donde el viento va y regresa, se levanta mi escuelita, con su alma siempre atenta". Su mamá también fue exalumna y mientras recita su pelo negrísimo cae como cascada. "Me crié acá, ya estoy muy acostumbrada", dirá después a La Capital. Ella está en cuarto año del secundario y su sueño al terminar la escuela es estudiar en Rosario algo vinculado a la fotografía.
Elida se crió junto a sus doce hermanos en la isla a mediados del siglo pasado. Hija de Juana y Ramón García, fue alumna cuando la Alem estaba en otro terreno, en una casa de material de dos pisos. Vive en Rosario, mira las fotos del acto y reconoce la vieja campana ubicada junto al mástil: "Cuando era chica yo era la encargada de tocar esa misma campana para ir al recreo".
En el acto, Paola leyó un texto que decía: "Fundada en tiempos en que la educación rural era un desafío que exigía coraje y vocación, esta escuela ha sabido mantener viva la llama de las enseñanzas, resistiendo inundaciones, aislamientos y cambios sociales. En cada aula, en cada lancha escolar que atravesó el río, se refleja la condición de que que la educación es el motor que construye el futuro. Hoy honramos a quienes fueron sus primeros docentes, a las familias que confiaron en la escuela como espacio de encuentro y crecimiento. Y a los alumnos que con su risa y aprendizaje dan sentido a la tarea cotidiana". En el libro "Charigüé, vida y alma", Betty Peralta —maestra y luego directora entre 1956 y 1987—escribe: "Unos maestros sembraron y otros recogieron, lo importante es que el fruto esté en buenas manos".