En una reunión familiar, hace quince años, el poeta Mario Trejo (1926-2012) susurró al oído del cronista: "El tema filosófico del tango es el paso del tiempo; esa es la gran inquietud que recorre toda su letrística, más que cualquier otra". Si el hallazgo del gran bardo refería a lo que habían escrito Homero Manzi, Enrique Santos Discépolo, Homero Expósito o Celedonio Flores, entre tantos, hoy en Rosario quien viene a refrendar su hipótesis, con sus propias letras y su meditación, es el cantante, bandoneonista, compositor y poeta Leonel Capitano: "El tiempo se va con las cosas que se van... Y sí, yo le canto a esas cosas; estoy parado en un lugar de contemplación y todas mis letras tienen un carácter evocativo, soy tanguero ...". Y para que ello ocurra, en toda la obra de Capitano hay, a la vez, un presente que escurre entre sus manos: este joven de 36 años, que está a punto de celebrar sus veinte temporadas de recorrido profesional como autor, no evoca el callejón con el farolito de la Buenos Aires de hace una centuria, sino el ayer próximo de su Rosario actual, la ciudad que ama y que eligió. "Yo me hice cargo de mi tiempo", sentencia.
"Capitano dividido veinte" se denomina el espectáculo que ofrecerá esta noche a las 21 en el Teatro La Comedia (Mitre y Ricardone). Con el latido de dos décadas al hombro, tomando como punto de partida el momento en que se subió a cantar por primera vez un tango de su autoría, Leonel estará acompañado por un quinteto dirigido por el pianista Joel Tortul, con Cecilia Zabala en contrabajo, Alicia Petronilli en bandoneón, Alfredo Tosto en percusión y Simón Lagier en violín. Otros entrañables amigos se sumarán: el Trío Escolaso (de los guitarristas Mariano Mattar, Damián Cortés y Andrés Guzmán), Noelia Moncada ("la más grande cantante de tango de la actualidad", dice Capitano) y el pianista porteño Agustín Guerrero. Los afectos, en síntesis, otra vez, hechos canción.
En este diálogo con Escenario, Capitano también acomodó el espejo retrovisor para rearmar la memoria que lo ha constituido, hasta estos días, como uno de los músicos más interesantes, osados y sensibles del panorama tanguero actual.
EM_DASHDesde que arrancaste, hace un par de décadas, en cuanto reportaje te hicieron decías que el tango estaba ninguneado, rezagado en cuanto a su difusión, ¿seguís pensando lo mismo?
—Básicamente sí porque el corpus de acción de los mecanismos culturales no ha cambiado mucho pese a los buenos intentos que se han hecho tanto desde el Estado como desde la parte auto gestionada. En los últimos veinte años -casualmente son los que estoy celebrando como profesional- hubo cambios sustanciales en algunas cuestiones, pequeñas batallas culturales ganadas, como por ejemplo las nuevas posibilidades de difusión de la música, que entonces no existían. Y también hay un cambio que se traduce en la generación de artistas y procesos culturales, pero eso no se corresponde con la generación de público. Se piensa que por añadidura esos cambios van a traer un mayor público, pero no es así, nos queda un trabajo muy grande por hacer en ese aspecto. En el 96, cuando empecé con el grupo Baruyo, éramos nosotros, la orquesta de Domingo Federico en la UNR, el trabajo que hacía Javier Lo Re... y nada más. Hoy en Rosario son ochenta propuestas y diez orquestas típicas, y no sólo recrean repertorio, sino que es condición hacer temas nuevos. Recuerdo cuando nos arriesgábamos a hacer nuestros primeros temitas cantados; bueno, hoy eso está en un proceso de experimentación, con Pasaje Noruega, Evelina Sanzo y otros músicos. Se ve un cambio concreto. Pero también vemos que el único programa de aire de tango en el país es "Asunto Tango", y eso habla de la trama mediática, no sólo contra el tango...
— ¿Trama mediática contra el tango? ¿No pasa lo mismo con el folclore, la música clásica, el jazz?
—Con la música clásica quizás sí, pero está sostenida por la demanda mundial, la tradición mundial, tiene otra estructura. El jazz sí tiene menos difusión aún que el tango. El folclore se sostiene más desde lo provincial; están los festivales, tiene otro soporte. Fijate cuánto costó que estos festivales pongan en valor propuestas como las de Fander (Jorge Fandermole), Juan Quintero o Raúl Carnota. La obra de Fander, con un corpus impresionante, recién ahora tiene un reconocimiento.
EM_DASH¿Sostenés entonces tu pesimismo respecto de la expansión del género?
—No, soy optimista. Al tango lo mueve el baile, pero el detenerse a escuchar tango también está en crisis. El tango tiene un mensaje y necesita que alguien se detenga a escucharlo.
EM_DASH¿Fue una preocupación para vos "tener que ser renovador" dentro del tango?
—No me preocupó nunca. Sufrí en algún momento una mezcla de indiferencia y exageradas críticas de parte de algunos elementos de la ortodoxia tanguera cuando salí a cantar mis letras con mi grupo, a los 16 o 17 años. Eran tangos en los que buscaba replicar un estereotipo de los años veinte, un modelo que consistía en tomar un personaje y describirlo, satíricamente o con un tono mordaz. Era una estructura que funcionaba y yo la trasladé a los años 90. Por entonces yo pensaba que se trataba de actualizar los elementos secundarios del tango a la época en que vivía. Después entendí otras cosas más profundas, claro, pero en aquel tiempo sentía que la cosa iba por ahí, y me cayeron muy duro con las críticas.
—¿Nunca un aliento?
—Sí, sí. Un día Gerardo Quilici, que siempre fue un gran maestro para mí, dijo de un tema mío, "Milonga del ganador", que era algo muy bien hecho, que le recordaba las cosas que escribía Celedonio Flores en los años 20. Y para mí eso fue muy importante, porque yo siempre fui un cultor de la tradición en cuanto a analizar los poetas del tango, ver qué buscaban, qué no, cómo traducían la experiencia social argentina en esas letras. Y sabía que lo que yo hacía era respetuoso, y honesto. Pero bueno, con el tiempo entendí también esas críticas, era un poco irreverente con las cosas que escribía... (risas).
—Tanguera, tu poesía siempre ha sido esquiva en cuanto a recoger la sombra de viejos paisajes ¿Lo tuyo es el "aquí y ahora"?
—Este es otro de los porotos que me anoto, viéndolo a la distancia. Yo me hice cargo de mi tiempo. Y no sólo de eso, sino también de mi lugar real, de mi ciudad. Cuando hice la revisión de qué tangos iba a elegir en estos veinte años, me di cuenta que es casi imposible no encontrar en cada letra algún elemento que no remita a Rosario, alguna referencia al río, a la calle: "Pasaje Saguier", un vals que compuse; "Candombe pa'l loco Castro" (? por Echesortu / hasta el arco / que da al palomar); "Mochila Mon" , un personaje de las milongas (por su nariz / el pasado pasó más turbio y más lento / como el gotán que lo arrastró / de Saladillo hasta el centro). Es decir: no he sentido el pudor de decir aquí está, este es el lugar y el tiempo donde vivo. Es aquí y ahora. Lo que me viene de aquellos paisajes del tango es el lugar desde donde estoy sentado para observar. Entonces sí siento que soy muy tanguero, estoy en un lugar contemplativo, hay un carácter muy evocativo. Me emociona evocar. Claro que hay otros temas: ser abandonado por una mujer o ser uno el abandonador; no olvidemos que la poesía manziana es de una culpa y un reproche permanentes: "Hoy al retornar / pensé encontrar el reproche de tu olvido / y tan sólo hallé el castigo de todo tu perdón". Lo mío es entender la necesidad dejar plasmado el presente, y entonces para eso hay que pararse en el paso del tiempo. El tiempo se va con las cosas que se van. Mirá vos, en cinco días cierra La Chamuyera (el histórico bar de Corrientes al 1500), yo le hice una milonga en la que cuento toda su historia, y ahora estoy empezando a escribir un tango de despedida, porque soy consciente de que se va algo que hicimos con nuestras propias manos durante catorce años, y que se va algo que estuvo en la grieta del sistema, sobreviviendo. Y se nos va porque la sociedad en que vivimos no soporta su existencia. Estoy plantado en eso, las cosas se van y soy evocativo.
Lejana Buenos Aires
Con cinco discos solistas grabados (entre ellos los reconocidos "Nostalgias de futuro", 2003, y "Pi", 2009), Capitano ha realizado muchas giras por Sudamérica, Cuba y Europa (junto a su amigo Joel Tortul y también con la orquesta de Carlos Quilici). Sin embargo, en ese panorama se percibe algo curioso: ha tocado muy poco en Buenos Aires, algo extraño si se tiene en cuenta la expansión de su carrera que puede propiciar su presencia allí. "Nunca soporté vivir en Buenos Aires. Lo intenté en 2002 y en 2003. Víctor Hugo Morales y Noelia Moncada siempre me insistieron en que lo hiciera, pero nunca lo soporté. Ahora siento la necesidad, por el empuje de Agustín Guerrero, de a lo mejor hacer un show mensual allí, pero veremos. Simplemente no me fui por no haber soportado vivir ahí, nada más". O acaso sí haya algo más, que Leonel deja ver cuando comenta sus proyectos futuros. Entre tanta descripción, dice: "Lo básico es seguir trabajando desde la militancia, colectivamente, que es lo que me ha atravesado en los últimos años: todos para todos y eso es lo maravilloso que hacemos en Rosario".
Las huellas de Rubén Juárez
Intuitivo, visceral, el extraordinario bandoneonista y cantante Rubén Juárez fue para Leonel Capitano una referencia insoslayable: "Es quien más me ha influido, pero no porque yo, como él, toque el bandoneón y cante a la vez, sino por otras cosas: si hoy no tengo miedo a desproteger mi voz, si hoy lo que más me importa es el clima que se genera con mi música y así poder sentarme al lado de otro y cantarle a cualquier costo, eso lo aprendí de Juárez". "Rubén fue un genio -agrega Capitano-, como Joao Gilberto en la música brasilera, Freddie Mercury o Jimi Hendrix en el rock... Tuvo una carrera artística casi marginal, y pasó veinte años en el Café Homero quedándose a tocar allí hasta las nueve de la mañana, y su arte está construido con eso". Capitano tuvo la suerte de conocer a su ídolo y recuerda que éste una vez le dijo: "Yo no tocaba y cantaba así como me conocen ahora, ¿eh? Yo empecé a tocar y a cantar así a finales de los 80 o comienzo de los 90, a partir de quedarme recalando hasta las 9 de la mañana. Yo empecé a hacer arte ahí, a los 40 o 45 años". "Rubén Juárez basó su arte en esa marginalidad, y hay que asumir una vida así. A mí -concluye- me da vértigo escucharlo, hay cosas que él toca que no las entiendo ni siquiera para replicarlas, no ya para crearlas: su sonido, su swing, sus cosas intraducibles...".