Hasta hace un par de años usaba un jopo extraño, alto como una super bocha de helado vaporoso, flotando sobre una frente amplia y una cara larguísima. Hoy, el hombre de 50 años, se aplastó el pelo y tiene unos bigotes a lo Pancho Villa. De un viejo rumor surge que hubo un tiempo en que este australiano que arribó a Londres para quedarse a inicios de los 80 arrojaba periodistas por la ventana de los hoteles o les sumergía la cabeza en los inodoros. Dicen que era un tipo complicado. Ahora él sabe que son cosas que no se deben hacer. Está escrito que el hombre hoy piensa que debe controlarse un poco, que esa tensión interna era muy buena para la música pero no para sus vecinos y reporteros. De todas formas, ya nada es como antes. Nick Cave ya no es un asustaviejas pero sigue generando canciones formidables. Su nuevo disco, "Dig Lazarus Dig" es, dicho groseramente, una hemorragia de música y palabras. Es como si la fórmula fuera: escribir la canción, abrirle la cabeza, volver a escribirla, despanzurrarla... quiero decir, ser un poco como el Dr. Frankenstein. El video del single, también llamado "Dig Lazarus Dig", se parece a un video de hip hop. Allí aparece el nuevo ejemplar a puro bigote y pelo achatado bailando como si fuera un negro rapero. Claro, un rap al fino estilo Nick Cave. En fin, un Lazarus selecto, un Cave que ya no escribe sus historias personales, ahora es Lazarus, al que levantan de la tumba, un pobre zombie en una Nueva York del futuro del futuro, alucinado y tan demonio como el mismísimo Bob Dylan aunque, se sabe, Nick nunca tuvo buena prensa. Y los Bad Seeds, sus fieles compañeros de rutas, suenan estupendos, con sus bases de blues y todos los trucos aprendidos en los largos y escabrosos años.