Gustavo Gregorio fue, desde su adolescencia, público del rock. Uno de los miles que en la efervescencia de fines de los 60 y principios de los 70 era parte de la juventud que, arriba y abajo de los escenarios, escribía la historia de una música en ciernes: el rock nacional. Partícipe de esa movida, músico aficionado por entonces, Gustavo Gregorio fue, así, un testigo: iba a los ensayos de Almendra en la calle Arribeños; en otro hogar de otra calle porteña, Conesa, compartía los mates y canciones con Miguel Cantilo y Kubero Díaz en ensayos de Pedro y Pablo; había conocido a Moris en el 69 (más tarde "le haría sonido" en sus shows y tocaría con él); se cruzaba con Miguel Abuelo; era fan de Pappo (también, con el tiempo, sería bajista de una de sus bandas). Pero además de todo eso y de no perderse recital alguno, el bajista Gregorio empezó a estudiar: se entrenó en armonía con un maestro de generaciones, Juan Carlos Cirigliano; se adentró en el específico mundo del jazz; fue becario del Berklee College of Music de Boston, Estados Unidos, donde se graduó; y también luego editaría dos métodos de estudio para bajo eléctrico, residiría nueve años en Japón trabajando como arreglador y sesionista, y se radicaría finalmente en Madrid, donde vive hace 16 años haciendo más de lo mismo: música.
Su CD "Rock Argentino en Estado Sinfónico" (Grammers, 2016) es su maravilloso autorretrato. Son catorce canciones de los comienzos del rock nacional, elegidas y orquestadas por él mismo para una formación sinfónica, reunidas en una obra que de alguna manera expone su historia personal: el aura salvaje de esos temas sencillos, intacto, es ahora visitado por timbres nuevos, contrapuntos y una armonía más sofisticada, todos elementos acaso impensados en los tiempos de su génesis.
Tan hijo dilecto del rock y de aquella academia de la intuición como de los tratados de armonía y orquestación posteriores, Gregorio hizo realidad su sueño: las partituras fueron ejecutadas por la Orquesta Sinfónica de Kiev (en la misma capital ucraniana) bajo la batuta de un rosarino, Claudio Ianni, amigo y compañero suyo en Berklee, y sobre ese registro se montaron, en Buenos Aires, otros instrumentos y las voces de los autores originales de las canciones (salvo los casos de los extintos Luis Alberto Spinetta y Pappo).
Desde su casa en Madrid, Gustavo Gregorio dialogó con Escenario, en una conversación inevitablemente cargada de anécdotas del rock nacional. Habló de las canciones elegidas, el recorrido de su sueño y la quimera de grabar en Kiev. "Parte de la razón de mi homenaje a nuestros pioneros es el orgullo de ser integrante de un movimiento tan personal como propio", aseguró.
—¿Cómo fue tu contacto con los Almendra?
—Durante 1969 alguien me dice: "Hay un grupo nuevo, Almendra, están en el (Teatro) Payró". Voy a verlos y me vuelan la cabeza. Aún no habían grabado nada y hacían temas que nunca registraron, como "Mosca blanca", de Edelmiro (Molinari). Al otro día, como en medio de una obsesión, traté de encontrar en la guía telefónica el número de alguno de ellos y pude conseguir hablar con Emilio del Güercio. Le dije, en medio de un arrebato emocional: "Ustedes son mejores que Los Beatles". El me respondió como sonrojado que estaban empezando con mucha ilusión y me invita a un ensayo en la casa de la calle Arribeños del barrio de Núñez, donde vivía Luis con sus padres y hermanos. Esas visitas se repitieron muchas veces, donde pude escuchar no sólo los ensayos de los temas que incluirían en su primer LP, sino también la ópera que nunca pudieron estrenar. Spinetta fue como mi primer maestro.
—Moris, Kubero, Cantilo, ¿eran parte de tu entorno?
—En 1972 Pedro y Pablo editan el disco "Conesa". Miguel (Cantilo) y Kubero (Díaz) vivían y ensayaban en una casa sobre la calle que llevaba ese nombre, y yo me pasaba todo el día y todos los días allí tocando y componiendo canciones, muy animado por ellos. De todos modos, ya hacía tiempo que había quedado prendado por la belleza poética de "¿Dónde va la gente cuando llueve?", grabado para el primer disco de Pedro y Pablo en 1970 y mi elegido para recrearlo en mi disco, al igual que ese temazo de Kubero "Una manera de llegar" -que apareció en el disco Kubero Díaz y La Pesada- y que escuché tocar tantas veces en la casa de Conesa. Con Moris nos habíamos hecho amigos en 1969, yo tenía 16 años (le gustaba mucho mi "Blues de la cinta adhesiva", y su frase muletilla "vete pegote"). Le hice sonido en un par de conciertos en el Auditorio Kraft de la calle Florida. En 1970 me invita como guitarrista a un grupo que nunca llegó a existir, aunque está documentado en una nota de la revista Pelo. En 1978, al llegar a Madrid desde Colombia, lo encuentro y me dice que necesitaba un bajista para su trío; no lo dudé y viví dos gloriosos años de rock de primer nivel en todo sentido, junto a Ciro Fogliatta y Carlos Riganti, entre otros.
—También te diste el gusto de tocar con Pappo...
—A Pappo lo conocí en 1969 o 1970, yo andaba a pleno en el "circo rockero", siempre con mi guitarra y cantando mis canciones donde podía. En uno de esos días me mira y me dice: "Vos sos Hesperidina". Ya me había bautizado, como a tantos otros, al igual que a Miguel Vilanova, a quien le puso Botafogo. Ese apodo en realidad nunca me gustó ni lo entendí y además tampoco me gustaba ese licor, alguna gente me llamaba así (y muchos aún lo recuerdan) pero yo siempre evitaba divulgarlo. En 1984, luego de deshacer Riff, Pappo llama a Botafogo para hacer un nuevo cuarteto bajo el simple nombre de Pappo y él me recomienda como bajista.
EM_DASH¿Cómo fue el recorrido de grabar y editar "Rock Argentino en Estado Sinfónico"?
—Es parte de una evolución musical que se dio naturalmente. Hace tres años tuve una inquietud sinfónica. Un día me enfrenté ante la pantalla de mi Mac con una inmensa hoja repleta de pentagramas vacíos y me dije: "Me tiro a la pileta y empiezo a escribir. Pero, ¿sobre qué?" Y de repente apareció algo que me entusiasmó: homenajear a mis maestros del rock, aquellos que a finales de los 60 crearon este maravilloso movimiento y a los que veía desde mi adolescencia adonde fuera que tocaran.
—Elegiste catorce temas que tienen una simpleza visceral a los cuales les das una mirada compleja ¿Rompiste arreglos? ¿Reescribiste mucho? ¿Tuviste temores, respetos?
—Ni rompí ni reescribí del todo, me tomé todo el tiempo que precisé para ir hilvanando compás tras compás, y plasmar en la partitura lo que iba escuchando. Tardé semanas para completar un solo tema, cambiando una que otra cosa según iba avanzando y se iba afianzando el concepto de orquestación. No tenía ninguna prisa porque no tenía la menor idea de cómo iba a hacer para que se haga realidad este proyecto, y así fui haciéndolo, durante casi dos años. Temor, ninguno. Sí respeto, y mucho, por todos los compositores a los que estaba homenajeando.
Gastón D. Bozzano
Especial / La Capital