"Ahora salió un tal Francisco, desde el Vaticano y con un bonete blanco, a decir que hay que animarse a ser bueno, que la risa sana. O sea, se hizo famoso con las mismas boludeces que estaba diciendo yo", dice Chiqui Abecasis y larga una carcajada.
"Ahora salió un tal Francisco, desde el Vaticano y con un bonete blanco, a decir que hay que animarse a ser bueno, que la risa sana. O sea, se hizo famoso con las mismas boludeces que estaba diciendo yo", dice Chiqui Abecasis y larga una carcajada.
Lejos está de ofender a Su Santidad, lo de Chiqui es simplemente humor. Es de los tipos que diga lo que diga seguro que terminará en un tono jocoso, porque, vaya detalle, sabe por dónde tiene que transitar para arribar a esa feliz sensación. "El don de la risa", justamente, se llama el unipersonal que presentará mañana y todos los viernes de abril, a las 21.30, en el teatro Mateo Booz (San Lorenzo 2243). En esta entrevista, explicará por qué estuvo a punto de ponerle a este espectáculo "Minchelohuebo!" (sí, así, mal escrito a propósito). Y es en el único momento en que fruncirá el ceño, aunque al instante regresará a su estado natural, el estado de gracia.
—¿Volvés con un espectáculo unipersonal a tu ciudad?
—En realidad vamos a usar Rosario como cabecera de playa durante un mes, todos los viernes en el Mateo Booz, y desde acá nos vamos a distintos sectores de la zona. "El don de la risa" es volver un poco a los orígenes, tiene esa cosa de stand up, salgo al escenario y no me voy hasta que termino, no me cambio de vestuario, nada, y hago la mía durante una hora y media.
—¿Por qué decís "hago la mía" con tanto énfasis?
—Porque mi espectáculo original se llamaba "Minchelohuebo!", escrito así todo junto, y no lo pudimos poner por esta queridísima ley de medios, estaban hechos hasta los afiches. Era "Chiqui Abecasis, el Don de la risa, en Minchelohuebo!", y yo aparecía mirando serio, y me dijeron "Che, no lo podemos hacer". Así que quedó sólo el afiche con "El don de la risa" y con cara de culo.
—¿Pero de qué te hartaste?
—Me hinché los huevos de estar en grandes elencos y aparecer diez minutos; de no poder trabajar más de lo que tenía que trabajar; que me corten cosas, que me saquen partes del monólogo. Estuve todo el tiempo trabajando para los éxitos de otros, ahora, por lo menos, tengo mi propio fracaso y como a mí los fracasos no se me suben a la cabeza, sigo siendo el mismo tipo de siempre.
—La verdad que la palabra fracaso mucho no te calza.
—No, ya lo sé, pero me di cuenta que lo que uno hace es enaltecer y adornar el espectáculo de otros, que se nutren de otros artistas, y la gente después sale hablando del humor, si se rió o no se rió. Estoy seguro que si uno va a ver un espectáculo de revistas, al otro día, en el asado con los muchachos, ningún tipo o ninguna mujer se va a poner a bailar la coreografía que vieron (representa ligeramente un paso de baile en medio de la nota). Ahora, que el chiste bueno lo van a contar, eso es seguro.
—Más allá de tu don de la risa, lo cierto es que en tus espectáculos siempre tocás el tema de la emoción.
—Sí, es cierto, trabajo con la emoción, me meto en esos terrenos pero siempre los saco. Llego a la sensibilidad, pero en el remate me voy para cualquier lado. Hago un monólogo que es una barrabasada (se tienta de risa una vez más), agarro colectora sin poner luz de giro, parto de la base que detrás de un buen hombre siempre hay una gran mujer, y termino para cualquier lado, es desopilante, pero con mensaje piola. Y canto cinco canciones en el unipersonal, entre ellas "Honrar la vida".
—El mensaje es bien para arriba, como es habitual en tus shows.
—Claro, el mensaje final es de optimismo, es serio, y tiene que ver con esto: que dejemos de pelotudear. Ahora salió un tal Francisco, con bonete blanco y desde el Vaticano, a decir lo mismo que decía yo en el mensaje del final en el espectáculo del verano en Mar del Plata. Y es que hay que animarse a ser bueno, a ser feliz, que la risa sana. O sea, este tal Francisco se hizo famoso con las mismas boludeces que estaba diciendo yo (risas), no sé si era agrandado el rosarino.
—¿Es cierto que sos uno de los pocos humoristas que ya tiene chistes clásicos?
—Sí, ¿sabés que ya son clásicos? Me pasa que la gente me los sigue pidiendo, porque por ahí mucho no los repito, entonces me siguen pidiendo el de la pitillera; el del tartamudo y el ciego, que sé yo, tengo varios, es como el cantante que les piden los hits.
—¿Qué opinión te merece algunos artistas que aparecen en el mundo mediático y que hasta se hacen llamar cantantes, como el caso de Ricardo Fort?
—Paahh, bueno, pero eso habría que analizarlo desde el punto de vista del espectáculo, porque desde el punto de vista personal, es penoso. Es gente que no tiene talento. Uno es un artista y no un chocolatero que quiere ser famoso.
—¿Sentís que lo tuyo, con humor y con tu buena voz para cantar, apunta a un show más integral y que se mantiene en el tiempo?
—Mirá, puede ser que se mantenga en el tiempo, pero cuesta mucho crecer. Desde el teatro cuesta mucho que la gente te descubra. Yo soy un bicho de teatro, a mí la tevé me cuesta, yo sé que a la gente le llego en el teatro. En la tevé tendría que buscar una fórmula para poder mostrar en una pantalla lo que puedo mostrar en un teatro, pero no hay forma.
—¿Y cuando estuviste cantando con tu hija Irina en "ShowMatch" no te sirvió de alguna manera para difundir lo tuyo?
—Puede ser, pero la gente te encara desde otro lado. Los que te descubren en teatro se van encantados, no se explican cómo logran tanta explosión de risa. En cambio, en televisión, como todo es de consumo inmediato, cuesta mucho comunicar y entonces hay que apelar al chiste.
—Eso no sería un problema, porque lo manejás muy bien.
—Pero el chiste lo contás vos, lo cuento yo, lo cuenta Lucho Avilés que lo lee al aire, y entonces sos un contador de chistes más. Y yo no soy un contador de chistes más, yo soy un showman, que bailo, canto, hago humor, interpreto, hago monólogos y demás, no tengo nada que ver con un contador de chistes, pero es un trabajo de todos los días.
—El humor cordobés tiene su sello. ¿Creés que existe un humor con sello rosarino?
—No, siempre en mis monólogos marco que soy de Rosario, pero no hay un humor rosarino, aunque sí hay rosarinos que hacemos humor. No tenemos una forma de hablar que nos identifique ni un sentido de pertenencia. En cambio en la música sí, cuando aparece un músico de Rosario dicen "che, otro rosarino más, a la pelota, ¿qué hay allá?" Y yo digo: "Nadie quiere laburar, muchachos, y este es el mejor camino. Al rosarino que no le gusta laburar le quedan dos caminos, hacerse artista o hacerse político, pero se hacen artistas porque tampoco es cuestión de no hacer nada toda la vida".
Por Martina Komar