Fito era un pibe flaquito, desgarbado e inquieto por naturaleza. Cuando integraba Neolalia, allá por el 79, soñaba con ser Charly, aunque era apenas "el chico que jugaba a la pelota, del 49585", su antiguo número telefónico de la calle Balcarce. Pero Páez creció, explotó popularmente con "El amor después del amor", y se convirtió en uno de los compositores más importantes de la Argentina y de habla hispana, más allá del rock inclusive, por ser un defensor de la canción como modo expresivo de una generación. Integra ese podio junto a Nebbia, García y Spinetta y está un paso adelante de Calamaro y Cerati, le moleste a quien le moleste. Es que el autor de "Giros" tiene un plus. Y es que siempre va por más. Puede tocar con una banda de rock bien power, como Coki & The Killer Burritos, o bien sólo con su piano, como en "Rodolfo", o con un set de cuerdas dirigido por Gerardo Gandini, como en "Moda y pueblo". Y siempre es Fito. El arriesga, condición clave de un artista que se precie de tal. Por eso se explica su pasión por el cine y su lanzamiento como director. Por eso "Vidas privadas", "De quién es el portaligas—" y la que vendrá. Su mundo cabe más allá que en una canción. Y siempre luce brillante sobre el mic.