Con la extrañeza de lo infrecuente pero sin la distancia del peregrino, la pianista argentina Martha Argerich interrumpió anoche una ausencia de siete años en los escenarios del país con un admirable concierto en el teatro El Círculo de Rosario, ofrecido a dúo con el local Daniel Rivera.
Esquiva al intercambio con el público y la prensa, Argerich, de 71 años, se alejó en la última década de casi toda presentación solista y se cobijó en formatos de cámara u orquestales y, en ese contexto, su retorno de anoche en forma de dúo (porque Rivera ocupó ese lugar y no el de un piano secundario) enfatiza su valor.
La afinidad musical y personal entre Argerich y Rivera resultó decisiva para consumar el regreso de la pianista a la Argentina, ausente desde 2005, con un programa que eludirá a la Capital Federal y tiene previstos dos encuentros más en Rosario (esta noche y el jueves 25) y otro el martes 23 en la ciudad de Paraná.
El concierto inaugural en el El Círculo, a sala llena, comenzó con la Sonata en Re mayor KV 381, de Wolfgang Mozart, uno de los compositores más afines al estilo interpretativo de Argerich.
La pieza, tocada a cuatro manos, expresa uno de los momentos de esplendor creativo de la música homófona, donde la sonata se convirtió en la estructura por excelencia de una música dictada con melodías cantables, de tipo vocal aunque -como en este caso- se escriba para instrumentos, con intervalos y silencios simétricamente racionados en el pentagrama.
Esa estructura que proyecta un ensamble perfecto entre la melodía y la función armónica es precisamente la que le permite a Argerich, con un toque refinado y distante a cualquier afectación, alcanzar una expresión pura y al mismo tiempo poderosa.
Ya en formato a dos pianos, Argerich y Rivera interpretaron Variaciones sobre un tema de Haydn Op. 56, de Johannes Brahms, cuya adaptación para piano es mucho menos célebre que la conocida para el esquema sinfónico.
Es un mosaico sonoro que habilita a los intérpretes a mostrar la versatilidad de su carácter a través de ocho variaciones y un finale, que Brahms construyó sobre una melodía de dudoso origen y tal vez inspirada en la música folclórica.
El repertorio clásico de Argerich se clausuró con el popular poema sinfónico Les Preludes, una pieza afirmada en el repertorio de la pianista y cuya sonoridad cobró autonomía respecto del sentido programático con que el autor la concibió.
Después del intermedio y con el formato a dos pianos que se extendió hasta el final de la noche, Argerich y Rivera abandonaron los pentagramas perfectamente engarzados del clasicismo para abordar las disonancias y los desafíos a los criterios tonales más tradicionales con creaciones del siglo XX.
El Concertino en la menor Op.94, de Dimitri Shostakovich, abrió la serie que prosiguió con la Suite Nro. 2. Op.17, de Serguei Rachmaninoff. En el Romance de esta última obra Argerich enseñó su singular pulso para el instrumento, que cambió por el virtuosismo para la Tarantella que coronó la suite.
La despedida programada fue la suite Scaramouche, de Darius Milhaud, una obra difundida en varios formatos de la cual la adaptación para piano es la hija menor.
Ciertamente festiva, Argerich y Rivera transitaron como comodidad por las atmósferas tonales inusualmente diferenciadas de cada uno de sus movimientos.
La aprobación del público forzó un adelanto del programa del concierto de esta noche, donde los lenguajes de lo clásico y lo popular se cruzarán en uno de sus puntos de contacto más reconocidos: la figura de Astor Piazzolla.
En ese camino de diálogos, los pianistas presentaron Astoriando, del compositor argentino Luis Bacalov, a modo de insinuación del programa que hoy recorrerán, otra vez en el Teatro El Círculo, Argerich, Rivera y el bandoneonista Néstor Marconi.
No quiero ser una máquina de tocar el piano -declaró hace 25 años-. Un solista vive solo, toca solo y come solo. Es muy poco para mí.
Argerich vive con esa contradicción entre la exigencia propia, el precio de la exposición y la exuberancia de sus propias ambiciones musicales.
La amistad y la proximidad estética con Rivera la arrimó de nuevo a los escenarios argentinos. Y esa comunión sólo admite la apología. (Télam, por Mariano Suárez, enviado especial)