La ceremonia del domingo estuvo a punto de ser absolutamente perfecta y francamente olvidable. Con muy pocas excepciones, cada favorito ganó el premio que le correspondía, Jimmy Kimmel lanzó los dardos contra Trump que eran esperables y se burló de Matt Damon como todo el mundo suponía. Justin Timberlake hizo lo que sabe hacer muy bien aunque su número hubiese quedado mejor en los Grammys y los afroamericanos hicieron las paces con la Academia llevándose dos de los premios principales de actuación para Viola Davis y Mahershala Alí. Y cuando Faye Dunaway leyó el último cartón de la noche y dijo "La La Land", nadie se sorprendió en lo más mínimo porque era lo que todo el mundo esperaba escuchar. Si allí hubiese terminado todo, en pocos meses ya ni recordaríamos lo que pasó ni qué es lo que dijeron en los discursos de aceptación . Pero cuando el productor de esa película, Jordan Horowitz, cambió su discurso, y su expresión, y dijo: "perdimos", a lo que enseguida agregó: "lo siento, hubo un error". "«Luz de luna», son ustedes los que ganaron como mejor película", también transformó para siempre la historia de esta ceremonia. Es cierto que en un primer momento fueron muchos los que quisieron comerse crudo a Warren Beatty y a Dunaway, atribuyendo la confusión a un problema de chochera, que ciertamente Horowitz y todos los que estaban en el escenario la pasaron muy mal y que Kimmel y los productores contratados por la Academia para organizar el show se consideraron inmediatamente despedidos, pero ahora que el papelón quedó atrás y que los encargados de contar los votos de la firma PricewaterhouseCoopers han asumido que toda la culpa fue de ellos, nadie olvidará la entrega de premios del 2017. Fue como uno de esos partidos de fútbol en donde el 0-0 parece inamovible hasta que faltando dos minutos dos golazos cambian por completo la onda en el estadio, o esas películas que no parecen ir a ningún lado hasta que nos sorprenden con un final inesperado que nos hacen salir del cine felices y contentos. Fue ciertamente un final de película, y de haber sabido cuál sería el impacto, Kimmel probablemente habría preparado el cierre con la misma devoción con la que organizó el ingreso de un grupo de turistas en el Dolby, sin dudas el otro momento memorable, que tampoco alcanzó para levantar los rátings.