Cuando uno escucha “Chances”, el nuevo disco de Illya Kuryaki & The Valderramas (IKV), parece que los últimos diez años no hubiesen pasado. “The funk is back” reza una voz robótica en el comienzo de la explosiva “Helicópteros”. Y es cierto. Dante Spinetta y Emmanuel Horvilleur refrescaron su singular mestizaje de sonidos y lo pusieron ahí, en su punto más alto, justificando uno de los pocos regresos de la historia del rock argentino que no tiene tufillo a nostalgia o mero oportunismo. El dúo que se disolvió en 2001 —después de haber dejado su marca en los 90 con hits como “Abarajame” y “Coolo”— decidió volver a los escenarios en 2011, y el año pasado certificó su regreso con “Chances”, el álbum que los Kuryaki estarán presentado esta noche, a las 21.30, en Club Brown, avenida Francia y Brown.
En charla con Escenario, Dante Spinetta explicó los entretelones del regreso y dijo que IKV hoy ocupa un “lugar de privilegio”. También habló de la muerte de su padre y confesó: “Hacer este disco fue una especie de terapia para mí”.
—¿Cuál es el balance que hacés hasta ahora del regreso de Illya Kuryaki?
—El balance es superpositivo. Hay cosas que inclusive superaron lo que esperábamos. La respuesta creo que se dio por el disco nuevo, nosotros pusimos toda la fuerza ahí, porque no somos personas de un carácter nostálgico. Tenemos en cuenta el pasado, pero siempre nos movemos hacia adelante. El disco está explotando y sigue siendo nuevo en algunas regiones. La semana pasada salió en Estados Unidos, que es una región muy diferente, y venimos de hacer un trabajo fuerte en Colombia, donde tocamos en el festival Rock al Parque para 100 mil personas. Después también nos nominaron para los Gardel. En realidad todavía no estamos balanceando tanto, porque el disco todavía está fresquito y nos queda mucho por recorrer. Estamos disfrutando el día a día y fluyendo tranquilos.
—Diez años es mucho tiempo, ¿tenían miedo a las comparaciones con el pasado cuando editaron el disco?
—Era una presión que estaba ahí. Pero cuando empezamos a hacer el álbum nos dimos cuenta de que teníamos la bomba en la mano, que generábamos la misma química. Si el disco no era entendido, bueno... Hubo discos nuestros que en su momento no fueron entendidos, como “Versus”, y hoy es uno de los favoritos de la gente. La verdad es que empezamos a confiar cuando vimos lo que estaba saliendo. En principio teníamos un poco de miedo de que no se diera la química entre nosotros. Por eso no anunciamos que volvíamos al toque. Primero nos juntamos un par de veces en secreto en un estudio hasta que empezaron a salir las primeras canciones. Ahí salió el tema “Helicópteros”, que fue el que nos animó a volver, porque tenía la química y la parada que queríamos. Después de diez años de haber estado separados y con carrera solistas muy disímiles pudimos generar esa tercera cabeza que es IKV. Por separado somos como robots, y cuando nos juntamos somos como una especie de megatron (risas).
—¿Por qué decidieron volver? ¿Cuál fue el disparador del encuentro?
—En los últimos años nos empezamos a ver cada vez más, sobre todo por nuestros hijos, que tienen la misma diferencia de edad que nosotros (dos años). Después nos fuimos de vacaciones con los chicos, y ahí con dos guitarritas empezamos a armar temas. Creo que todo cerraba artísticamente para volver. También llegó un punto en que estábamos conformes con nuestras carreras solistas. Con (los discos) “Amor en polvo” (Emmanuel) y “Pyramide” (Dante) nos fue muy bien, entonces era un buen momento para volver sin sentir que volvíamos porque no nos iba bien. Eso sí, queríamos volver con algo fresco, no queríamos hacer una gira de Kuryaki porque sí, sólo de grandes hits.
—¿Qué distingue a “Chances” de los demás discos de IKV?
—Todos nuestros discos son distintos entre sí, porque representan un momento artístico y una parada estética. Este disco sigue teniendo ese hilo conductor entre todos los temas, al igual que los otros, y es un disco súper Kuryaki. Los arreglos de vientos los hicimos con el mismo arreglador de “Leche”, Michael B. Nelson, que fue arreglador de Prince mucho tiempo. Y mezclamos lo digital con la madera, como siempre, que es la combinación que más nos gusta. Hubo cosas que respetamos, pero también nos tiramos a la pileta con cosas nuevas. El tema “Amor” mezcla el bolero con el rap, en “El encuentro” aparece por primera vez el afrobeat y en “Soy música” aparece el reggae. El disco tiene mucho trabajo, además de inspiración.
—”Chances” se gestó en un período muy difícil, cuando tu papá estaba enfermo. Sin embargo en el disco no hay un clima de tristeza. Al contrario, es un trabajo que suena muy poderoso y vital, incluso en el tema “Aguila amarilla”, que está dedicado al Flaco. ¿De dónde creés que salió esa fortaleza?
—La mayor parte del disco ya estaba grabada antes de que pasara lo de mi padre, al menos las músicas y las estructuras. En ese período yo me agarré de la fe, del concepto de celebrar la vida, de no bajar los brazos y entender la muerte como parte de una transformación. “Aguila amarilla” tiene justamente ese espíritu chamánico, de que los chamanes no mueren, se convierten en animales, y para mí mi padre es un águila dorada que nos cuida. Hacer el disco con todos mis amigos —con Emme, los músicos, con Rafa Arcaute— fue una especie de terapia para mí, para poder juntar fuerzas y no quedarme deprimido en mi casa. Obviamente que hubo un momento para eso, paramos casi dos meses de grabar. Pero después tuvimos que seguir porque mi padre hubiese hecho lo mismo. Eso me lo pasó mi viejo, eso de no detenerse, de ir para adelante, porque la música te cura. En mi caso la música es parte de la familia, y cada vez que agarro una guitarra tengo un contacto con mi padre. “Aguila amarilla” fue un tema muy difícil de hacer y de cantar, y haberla escrito con Emmanuel me ayudó mucho. Necesitaba a alguien que me empuje, porque era muy duro hacerlo solo. Lo grabamos con guitarras de mi papá, con guitarras de (Gustavo) Cerati, y tiene esa carga emotiva súper especial. Cada vez que la tocamos en vivo en una celebración del amor y de la música de Spinetta, que es el número uno.
—Cuando IKV apareció tuvo que enfrentarse a muchos prejuicios, como ser “los hijos de” y hacer hip hop, que era algo totalmente extraño para la escena nacional. ¿Algunos de esos prejuicios siguen presentes?
—Creo que no. Hoy gozamos de un respeto muy grande, de la gente y de la industria. Yo lo siento en la calle, como también lo sentí cuando era irrespetado. La gente nos quiere, y la industria también, por eso nos nominaron a los Gardel. En otra época no nos hubiesen nominado a nada. Creo que estamos parados en un lugar de privilegio, tal vez por habernos plantado con nuestro estilo, y porque nunca pegamos un volantazo por cagones. Nos mantuvimos de frente siendo nosotros, y eso la gente lo reconoce. Es cierto que hay una parte de la industria que nos sigue marginando, hay un montón de radios que no se animan a tocarnos. Y eso pasa en Latinoamérica en general. Pero siempre fue así y no sé si va a cambiar. Es parte de la que te tenés que bancar por ser diferente.
—En una entrevista vos criticaste “este mundo de reality show, de mucha pelotudez”. ¿Creés que los verdaderos artistas perdieron espacio en el mercado y los medios?
—Hay un poco de eso. Los sellos tienen presupuestos cada vez más limitados y al armar esos negociados con canales de televisión ocupan su presupuesto en artistas que bué... Hay chicos que son muy talentosos, sí, pero el arte pasa por otro lado, y no por esos productos enlatados que juntan a un par de pibes que cantan bien y arman un disco. Creo que es un mal de esta época, y pasa en todo el mundo. Nosotros seguimos siendo resistencia en ese sentido. Creo que hay que buscarse un camino. A algunos les costará más, porque por ser diferente pagás un precio. Pero nosotros pagamos el derecho de piso hace rato. Y ahora le estamos dando como queremos darle.