"El prodigio": Secretos, manipulación y el poder del relato

El director chileno Sebastián Lelio (“La sagrada familia”, “Una mujer fantástica”, “Desobediencia”) llegó a Netflix con una película que no tiene nada que ver con el catálogo más comercial y digitado por los algoritmos de esa plataforma. Y esa es una gran noticia. “El prodigio” es un film pensado para la pantalla grande, detallista y profundo, y para disfrutarlo (por la fotografía, la ambientación, la banda de sonido) lo ideal sería mirarlo con concentración y sin interrupciones, como si estuviéramos en una sala de cine.

Basada en la exitosa novela “The Wonder” de la irlandesa Emma Donoghue (coguionista de la película junto a Lelio), “El prodigio” nos traslada a un pequeño pueblo irlandés en 1862, un pueblo que años atrás sufrió una hambruna y que ahora está dominado por sacerdotes ultraconservadores. Allí llega Lib Wright (Florence Pugh, cada vez más madura y brillante en sus actuaciones), una enfermera inglesa que es contratada junto a una monja para observar y controlar durante dos semanas lo que todos en el pueblito rural consideran un “milagro”: el caso de Anna O’Donnell (Kila Lord Cassidy), una nena de 11 años que lleva cuatro meses sin comer pero que, en apariencia, goza de muy buen estado de salud.

Por supuesto que la enfermera descree por completo del sentido divino y milagroso que le otorgan al caso tanto la familia de la niña, la misma niña y las autoridades del pueblo. Por eso encara una investigación muy paciente y silenciosa, al tiempo que establece una relación de confianza con Anna, que muy de a poco irá revelando traumas de su pasado.

Lelio se aleja del trillado debate entre ciencia y religión para construir una película mucho más interesante: un thriller dramático de tiempos lentos pero hipnótico, atravesado por temas como el fanatismo religioso y la manipulación en el centro mismo de una sociedad patriarcal. Incluso en la película puede leerse un link con este presente de posverdad, donde la realidad cada vez importa menos y el poder del relato a veces se vuelve apabullante.