"No soy yo cuando me enojo". Más que a confesión suena a advertencia. Aunque el doctor David Banner se resista a admitirlo, desde que, durante una prueba nuclear, quedó expuesto a la radiación no hizo otra cosa que escapar de sí mismo. Porque se da cuenta de que cuando lo domina la ira se convierte en una amenaza y no sólo para sus seres queridos sino para todo el que se se le cruce en el camino. No le queda otra salida que partir. Que morir un poco. Mochila al hombro, la vista en el horizonte, sale en busca de su destino. Como el doctor Richard Kimble en "El fugitivo"; como Kwai Chang Caine en "Kung Fu". Una tradición en la edad de oro de la televisión. Pero el viajero que huye, como bien apunta el tango de Alfredo Le Pera, tarde o temprano detiene su andar. Tarde o temprano debe enfrentarse consigo mismo. Debe darse cuenta de que también es él cuando se enoja. Aunque no le guste, aunque le dé miedo. Ese es el conflicto que imaginaron para el nuevo superhéroe que Stan Lee y Jack Kirby crearon en 1962 para Marvel Cómics. Un hombre que, como todos los hombres, es un sueño y una pesadilla. Y no lo soporta. Un malestar que a fines del 1800 ya había insinuado Robert Lewis Stevenson en su novela "El extraño caso del Dr. Jekyll y Mr. Hyde". Y más tarde Sigmund Freud puso en blanco sobre negro. Impiadosamente. Hizo que sus pacientes se reconozcan. Que se enfrenten con sus monstruos más recónditos. Los verdes y los otros también.