Leontxo García, periodista español y uno de los más calificados divulgadores del ajedrez, sostiene que este juego, enseñado en edad escolar, puede resultar una herramienta vital para el desarrollo del cerebro de un niño. Pero advierte, entre todos los beneficios, un riesgo estadístico mínimo pero posible: la obsesión.
En “Gambito de dama”, una de las últimas series de Netflix, esta predisposición mental atraviesa la vida de Elizabeth Harmon desde que es depositada en un orfanato de Kentucky a los 8 años. Entre los rigores de formación y el temprano consumo de psicotrópicos, la niña encuentra una puerta de escape. La descubre por casualidad, cuando baja al sótano del hospicio a sacudir la tiza de los borradores y observa al viejo Shaibel (el ordenanza) sentado frente a un tablero jugando solo. La pequeña Beth o Harmon clava sus enormes ojos en los movimientos de las piezas. En el primer plano de esa mirada ya germina una precoz genialidad, un prodigio que comenzará a barrer rivales mayores, a abrirse paso en un mundo cerrado de hombres y perseguir, como meta final, el campeonato mundial, en manos de Vasily Borgov, un implacable jugador de la poderosa escuela soviética.
Gambito de reina | Tráiler oficial | Netflix
“Gambito de dama” (también conocida como "Gambito de reina", como se aprecia en el trailer) protagonizada por Anya Taylor Joy (vivió parte de su infancia en la Argentina), está basada en el libro homónimo de Walter Tevis (1983). La serie, creada por Scott Frank y Allan Scott, despliega a la par del drama detalles muy rigurosos de la teoría histórica del ajedrez. El guionista podría haber prescindido de este rasgo, pero su incorporación en la narración aporta un realismo ajustado. En el primer capítulo, cuando Mr Shaibel (Bill Camp) alecciona a Beth sobre aperturas y le menciona la defensa siciliana con la variante Najdorf, la cámara reproduce en el tablero los movimientos exactos de esa jugada. (Najdorf es Miguel, el gran maestro polaco nacionalizado argentino). También hay referencias a José Raúl Capablanca, Alexander Alekhine (más conocido como Aliojin), Mijail Botvinnik y Boris Spaski.
Curiosamente, o no tanto para el desarrollo de la historia, Spaski fue un campeón soviético destronado por el estadounidense Bobby Fischer, en 1972, en plena guerra fría. Como Harmon, Fischer fue un niño prodigio y atormentado. Como Spaski, Borgov (el rival y la obsesión de Beth) se muestra imperturbable, severo y rodeado por agentes de la KGB.
El paralelismo entre Harmon y Fischer es insoslayable. La simetría es psicológica e histórica. La ficción de Netflix se ubica entre los finales de la década del 50 y toda la década del 60. El mismo período en que empezó a despuntar Fischer, convertido luego en un símbolo del empeño solitario capitalista que somete con su genialidad a todo el buró ajedrecístico de la URSS. La guerra fría trasladada a un tablero de ajedrez.
Para Harmon el ajedrez es una obsesión, pero también un regulador anímico. Un punto de equilibrio en su torbellino mental. Como cuando ya crecida sorbe un poco de la cultura beatnik junto con el alcohol, el porro y el rock and roll. O como cuando se sumerge en el averno de las pastillas. En esos recuerdos duros y en un desamparo total, las 64 casillas del tablero le señalan la ruta de escape.
El “gambito” en ajedrez consiste básicamente en sacrificar una pieza para obtener ventaja posicional en el tablero. En el universo de Beth Harmon, la niña prodigio da paso a una dama que sacrificó su infancia para llegar a una cima plagada de obstáculos, abusos, paranoia, cinismo y diagonales dramáticas.