"Es una historia de amor, pero que también habla de la libertad". Así definió
Boy Olmi a su ópera prima como director "Sangre del Pacífico" que se estrena hoy en Rosario. El
filme aborda, a través del encuentro de un hombre mayor y una chica que llega a Buenos Aires a
trabajar como mucama, los "resabios de la esclavitud", y la forma en que las "pesadillas,
recuerdos, fantasías y el deseo conviven con el mundo real, esas cosas que nos habitan y regulan
gran parte de nuestras actividades".
—¿Cuál es el origen de la película?
—Hay dos intereses. Uno mi interés por dirigir que me acompaña desde que
era niño porque cuanta cosa hice intenté ponerle mi sello personal, aun cuando hice cosas en
televisión o como conductor. Hace más de veinte años exploro como director de videos independientes
y experimentales. Y darle forma de cine industrial era algo pendiente. Con respecto a la historia
obedece a los dictados más inconscientes.
—Es el tema de las mucamas como resabio de la esclavitud y el de los
granaderos porque el héroe romántico es un granadero del Ejército Libertador. No el protagonista,
que es un viejo artista que está al borde de la muerte y que dice que quiere filmar una película
épica sobre las guerras de la independencia latinoamericana; sino el granadero, un personaje
atemporal, que viene de otros tiempos en donde la nobleza de la independencia se podía pensar como
posible. Es una película en la que los símbolos están muy presentes. Los cuatro protagonistas se
ven irrumpidos por su inconsciente que se manifiesta en forma de pesadillas, de recuerdos,
fantasías, deseos. Convive el mundo real de lo tangible con el otro no tan tangible, que es ese que
nos habita y regula gran parte de nuestras actividades.
—¿Qué expectativas tenés con tu ópera prima en un panorama en el que son frecuentes
las películas de directores debutantes?
—La ópera prima es una circunstancia, es la primera vez de algo: que uno
hace el amor, que viaja a Europa, que toma un avión. Es la primera de una cantidad de veces, por lo
tanto es una circunstancia ajena a uno. Uno tiene que atravesar la ópera prima porque siempre hay
una primera vez para todo. Pero, en realidad, esto para mí forma parte de una larga cadena de
juegos, experimentos y experiencias creativas que se remontan a mi infancia, que sigue en mi
adolescencia y en mi vida adulta en donde siempre estuve haciendo cosas que tienen que ver con
expresar mi deseo y mi necesidad de ejercitar el camino creativo. Para mí no es nuevo esto de
contar historias, imágenes y, básicamente, de jugar con los sonidos, las sensaciones y las
emociones.
—¿Qué desafío implica pasar como dijiste de la experimentación al cine
comercial?
—El salto es muy grande, pero siempre traté de hacer las cosas no por lo
que los demás vayan a pensar, sino hacerlas y tratar de ser honesto con mi propia necesidad. Estoy
muy orgulloso de que la película se parece mucho a lo que quería hacer, independientemente de que
vaya a satisfacer más o menos a algunos. A muchos les sorprende que sea tan personal, tan osada, y
al mismo tiempo tan legible porque tampoco es una película hermética. Es entretenida. Creo que hay
algo que debe pasar con el cine y es que sea entretenido. El cine, en la medida que demanda casi
dos horas de atención sostenida y exclusiva, debe entretenernos y fascinarnos. Para lograr que el
cine nos saque de la realidad tiene que ser entretenido.
—Además debutaste con un elenco heterodoxo, con intérpretes como China Zorrilla y dos
debutantes como Delfi Galiatti y Emilia Paino...
—El patrón no fue la experiencia de cada actor, sino la proximidad que
tenían con el personaje. El personaje de China lo escribí para ella y para mí es un privilegio y
una fiesta filmar con ella. El de Emilia está tan logrado, compone a esa peruana que es casi un
animalito de la selva que se integra a la ciudad con una apertura de corazón y sensibilidad
increíble. Y lo mismo pasó con Galbiati. Llegué a él por China. Me costó encontrar en la Argentina
un hombre grande que tuviera la gallardía y la postura del Quijote que yo quería. Y China
interpreta a una señora aristócrata que arrastra ese pensamiento un poco arcaico sobre la
diferencia de clases y sobre la subestimación que tiene que ver con que emplear a una mujer implica
considerar que casi le pertenece.
Tevé “de culto”
Boy Olmi, como todo el equipo de “Ciega a
citas”, está “muy contento con el programa” que tuvo su origen en un blog
ficcionado. El actor, que interpreta al marido de Georgina Barbarosa, aseguró que en la tira
“hay una calidad enorme, con libertad creativa y un clima de fiesta, porque se está
transformando en un programa de culto”.