De traje oscuro y corbata, sentado ante un piano de cola y en la inmensidad del
escenario. Fito Páez eligió mostrar sus canciones desnudas en el teatro El Círculo. Y conmovió. En
un marco que osciló entre solemne e informal, el rosarino despachó una veintena de canciones
interpretadas del mismo modo en que fueron compuestas, a sólo piano. Su esencia, su historia y su
presente pasaron por allí. Y dio gusto estar en ese viaje.
"Rodolfo", el nombre que le pusieron papá y mamá, fue la excusa del show. Una
suerte de ADN de alguien que garabateó sus primeros acordes a una cuadra del bulevar Oroño y que
desparramó sus canciones por el mundo. El Fito cercano, el que tocaba el piano en su amada casa de
calle Balcarce, el que iba a la escuela Mariano Moreno y se divertía con sus compañeros de la Dante
Alighieri, el que aún sufre la muerte de sus tías, el que creció con Charly y Spinetta, el
comprometido socialmente, el que se sentó al costado del camino. El que puso a rodar su vida.
Con ese equipaje abultado presentó, paradójicamente, esas canciones despojadas,
íntimas, frescas. Acompañado, en ocasiones puntuales por sus amigos, Coki Debernardi (al que lo
llamó con su nombre César, como de entrecasa), Gonzalo Aloras y Carlitos Vandera, quienes además
son músicos que vibran en la misma frecuencia de Páez.
El show fue de menor a mayor, en un crescendo que Fito comandó como un director
de orquesta. Era noche de jueves y el frío calaba hondo, pero había alta temperatura en los
corazones. La gente fue a escuchar, quería disfrutar las canciones en estado puro, con Fito
luciendo más entonado que nunca, y cuando no fue así, a quién le importa. El registro sensible de
"11 y 6", "Tumbas de la gloria", "Un vestido y un amor", "Normal 1" o la impecable "El cuarto de al
lado" —por nombrar sólo algunas de las que brillaron en la primera de las dos noches
rosarinas— se encolumna entre lo mejor que dio el género por estas tierras.
Tras una disparatada presentación, Fito invitó a Coki a tocar "El fantasma
caníbal y la niña encantada en Ciudad del Cabo", una historia delirante que impactó por el clima
rockero que imprime el músico de Cañada de Gómez y porque supo darle el carácter justo a partir de
su voz cascada.
El público aplaudía y pedía más. Desde "Instantáneas" y "La última curda" hasta
"Iba acabándose el vino", de Porsuigieco, que disparó una atinada salida de Páez: "¿Iba acabándose
el vino? Eso te pasó a vos", retrucó y dio pie a las risas.
Con un palo a la presidenta, se despachó con "Al lado del camino" y abrió el
arcón de los clásicos que cerró con "La rueda mágica" y "A rodar mi vida". Guitarra en mano salió
en los bises con "Ciudad de pobres corazones" y "Naturaleza sangre", y volvió al piano con
"Brillante sobre el mic" y "Dar es dar". El mejor Páez vibró en Rosario.