Los británicos de Blur pasaron el domingo por Buenos Aires y dejaron una estela de todo lo que una banda de rock tiene que hacer: mezclar clásicos con canciones nuevas, traer un set sin escatimar instrumentos y, por sobre todo, demostrar que tras 25 años la diversión entre público y músicos todavía es posible.
A las 21.05, la guitarra de Graham Coxon largó como estiletazos los primeros acordes de "There Is No Other Way", un clásico de "Leisure", y la gente sintió cómo esas dagas que emergían de la Les Paul la transformaba en una masa compacta que saltaba desenfrenada.
Seis minutos antes, encabezados por el carismático todo terreno Damon Albarn, el cuarteto británico -completado por el bajista Alex James y el baterista Dave Rowntree- apareció en el escenario del microestadio de Tecnópolis y arrancó su show con "Go On", uno de los cortes de difusión de su flamante "The Magic Whip".
La puesta en escena era un tanto somera, pero, en contraposición, el grupo fue acompañado por un tecladista, tres coristas, un percusionista y cuatro vientos (dos trompetas, un trombón y un saxofonista que tocaba, además, el clarinete), evitando, así, el vicio actual de tirar pistas pregrabadas desde la consola.
Ya desde la primera canción, Albarn desenrolló su faceta histriónica abriendo botellas de agua y arrojándosela a la gente, como si fuera un sacerdote bendiciendo a sus feligreses, pero con cierto aire satánico que invitaba a la violación de la paz en pos de la diversión.
Tras "Badhead", otro clásico del brillante "Parklife", el cantante se señaló la rodilla y explicó que la noche anterior (tal vez durante el show en Córdoba) se la había lastimado, aunque, a diferencia de varios artistas que se mandan la parte, en ningún momento acusó recibo del dolor.
A partir de la quinta canción, "Ghost Ship", el sonido se empezó a acomodar, aunque las falencias que hasta el momento había mostrado se mantuvieron hasta el final: un bajo que no se notaba y unos coros demasiado bajos, sobre todo cuando Coxon elegía subir la distorsión y llevar el experimento hacia el rock más clásico.
Si bien existe la tendencia de encasillar a los grupos dentro de un estilo, como si fueran piezas de cañería dentro de una ferretería, el caso de Blur es paradigmático, porque tiene poco descaro para decir que es brit pop, pero demasiada alegría para incluirla en el post punk.
Albarn da todo el perfil para ser un sensual rock star, pero en vez de preocuparse por los cortes de pelo y la vestimenta, aparece ataviado tan sólo con una chomba y un jean, como si fuera un joven saliendo de su trabajo, con el pelo despeinado, en la city porteña.
Con esta dicotomía, expresada, también, en un público que intercala el grito desenfrenado de las mujeres, otro que está más concentrado en la música y el que salta ante cada hit, se puede entender cómo se animan a pegar cinco canciones fuera de la distorsión y cercana a un ambiente más Radiohead.
Así, pasaron "Out of Time", "Caravan", "Beetlebum", "Thought I Was Spaceman" y "Trim Trabb", hasta que llegó "Tender" y su estribillo rozando el gospel, brindó un ambiente de sagrada misa, en la que Albarn pasó la posta de maestro de ceremonias a Coxon y coristas.
A esta altura, Tecnópolis ya se había convertido en una cápsula en la que el tiempo se había detenido y sólo se movía al compás de Blur, dejando momentos fuera de la variable temporal, como cuando invitaron a cantarle el feliz cumpleaños a una chica que gritó desde el campo: "It"s my birthday!".
Luego llegó "Parklife", canción para la cual subieron al escenario unas adolescentes que se sacaron fotos y hasta se animaron, invitadas por Coxon, a cantar el estribillo.
Agotado, Albarn cayó rodando dos veces sobre las tablas, pero lejos de quejarse siguió cantando y, como si fuera un líder barrabrava desde arriba de un paravalanchas, agitaba con los puños cerrados a que la gente haga lo mismo.
Antes de los bises pasaron por el mega hit "Song 2", "Ong Ong", "To The End" y "This Is Low", una canción del último disco, que bien podría pertenecer a cualquiera de los trabajos que los llevaron al estrellato a mediados de los 90.
Cinco minutos después, los músicos regresaron para terminar la ceremonia empezada una hora cuarenta antes y, como si fueran sermones, pasaron por "Stereotypes", "Girls and Boys", "For Tomorrow" y "The Universal", canción que tuvieron que reiniciar tras un pifie que Albarn achacó a Rowntree, aunque al segundo dijo: "Tal vez me equivoqué yo".
Fueron casi dos horas en los que toda una generación pudo disfrutar no sólo de la vigencia de los clásicos que los vio crecer, sino, también, del podio que el cuarteto de Colchester se supo apropiar.