Los conflictos no saldados de un muchacho joven que trataba de escapar del pozo de las adicciones se presenta como la conjetura más firme del motivo del doble asesinato ocurrido la mañana del viernes contra dos vecinos del barrio San Francisquito, acribillados a balazos con ferocidad desde corta distancia y a la vista de vecinos en la esquina de Lavalle y Amenábar.
Contra uno de ellos los asesinos dedicaron la mayor saña al destinarle nueve de los doce disparos que gatillaron. Ese era Brian Soto, de 20 años, el muchacho seguido por los fantasmas de alguna cuenta pendiente. Pero Andrés Pizarro, de 30 años, también quedó trágicamente arrastrado por ese conflicto. A él, que le había conseguido un puesto en su mismo trabajo a Brian y lo había llevado a vivir a su casa, le quitaron la vida los restantes tres balazos.
El viernes a las 8.15 los dos cuñados salieron del pasillo de Lavalle al 3000 para ir a trabajar en una moto Honda 150 color plateada de Pizarro. Este tenía un trabajo formal en una empresa de refrigeración y le faltaban tres meses para ser padre por primera vez. Brian Soto había empezado a trabajar allí con él por lo que cada día salían juntos.
No llegaron a hacer una cuadra por Lavalle cuando un auto gris los tocó de atrás y los hizo caer al suelo. Un sicario abrió la puerta y sin bajar del vehículo los ejecutó con una pistola calibre 9 milímetros mientras ellos yacían al costado de una zanja.
La ejecución fue con tanta celeridad pero tan precisa que a los investigadores se les hacía difícil pensar en un error. De hecho ambos hombres hacían la misma rutina cada mañana desde hacía tres semanas, cuando Brian Soto se mudó a esa casa. Y los asesinos esperaron con paciencia sin demorar para concretar su accionar los pocos segundos que llevó a la moto transitar 90 metros.
Las averiguaciones preliminares dejaron saber una versión unánime hacia Pizarro, al que diversos testigos y allegados describieron como un trabajador comprometido que llevaba la vida de un hombre común. Brian Soto en cambio había estado arrinconado por problemas con drogas y estaba amenazado porque debía dinero por estupefacientes o por haber gestionado un préstamo. Sus parientes sabían que estaba amenazado por ese asunto y quisieron protegerlo. En el marco de opiniones dispares el más resuelto a ayudarlo fue Pizarro que era el marido de la hermana de Brian. Pizarro parece haber pagado un precio extremo, deslizaba un investigador, por ayudar al otro a que encaminara su vida. Lo estaba tratando de alejar de las relaciones conflictivas y del rigor del consumo de estupefacientes.
Soto había estado en pareja con una chica que estuvo detenida por tenencia y portación de arma de fuego y robo calificado. En ese momento, según conocidos de Soto, se había introducido en el mundo de consumo de sustancias problemáticas y en los conflictos de ese entorno. Un mes atrás se había instalado en la casa de su hermano y su cuñado Brian, que antes había vivido en la casa de su madre, Ayacucho y Batlle y Ordoñez.
Andrés y Brian trabajaban en Frion, una empresa de climatización y refrigeración de Riobamba al 7300. Según consignó el sábado la crónica de este diario, al salir el viernes doblaron a la derecha y encararon por Lavalle. Nunca se percataron de que por detrás los empezó a seguir un auto gris que para algunos era un Peugeot 206 y para otros un Gol Trend. Tras pasar el cruce con Amenábar el auto tocó de atrás la moto plateada e hizo caer a Soto y Pizarro sobre el mejorado.
Ahí comenzó la última secuencia del ataque, que duró menos de 20 segundos. Con los dos muchachos tirados sobre la calle, el auto se les colocó en paralelo. Una puerta del lado derecho se abrió y, sin bajarse del vehículo, el sicario ejecutó doce disparos. Pizarro recibió tres, Soto nueve. El caso lo investiga el fiscal de Homicidios Gastón Avila, quien desde un primer momento descartó cualquier hipótesis de robo. “Las dos víctimas tenían sus pertenencias, celulares y billeteras. Incluso la moto quedó en el lugar”, dijo el fiscal.