¿Querés ir al lugar más lindo del mundo? —Sí, obvio. Esa fue la propuesta. Arrancó con una pregunta clara, sumamente directa, y yo sabía que estaba cargada de subjetividades. Y la respuesta fue natural, inmediata. En el tablero de decisiones se impusieron rápidamente las ilusiones, los reflejos y las complicidades sobre cualquier atisbo de análisis y reflexión. En ese momento, muchos posibles destinos desfilaron a alta velocidad por mi imaginario antes de poder esbozar un signo de reacción. Fue como soñar, o volar, despierto. Segundos más tarde, me dijeron que el viaje era al "Parque Nacional Torres del Paine". Intenté no dejar expuesto mi desconocimiento, pero fue imposible de camuflar y consulté dónde quedaba. "Investigá y vas a ver que es impresionante", fue la siguiente frase.
Y ese fue el camino de encuentro. Buscador mediante, pude descubrir la octava maravilla del mundo, que está ubicada en la Patagonia de Chile. Ese fue el primer paso. Después fue cuestión de esperar el viaje y matizar las ansias por conocer un lugar que asomaba atractivo, seductor, único, con características que lo elevan de condición por su gran variedad de entornos naturales.
Listo. Convencido y entusiasmado, armé la hoja de ruta. Tuve en cuenta que el destino está enclavado a una latitud baja, que las temperaturas suelen ser bajas, los vientos fuertes, y el clima en general impredecible, debido que suele cambiar su impronta durante el día. Tomadas esas prevenciones, el siguiente paso fue definir el itinerario. La base de acción fue el increíble y joven hotel Tierra Patagonia, enclavado a orillas del lago Sarmiento, elegido estratégicamente para realizar algunas de las tantas actividades y recorridos que propone la naturaleza.
Periplo mediante, aparecieron las Torres. Los famosos macizos. Costó identificarlos entre tanto paisaje. Principalmente porque son placas de granito que surgieron entre las montañas. Pero también debido a que fueron quedando en un segundo plano ante tanta soberbia de la naturaleza.
Las montañas, los lagos, las lagunas, la nieve, los glaciares, los valles, la flora y la fauna se fueron combinando continuamente y generaron un sinfín de postales mientras avanzábamos hacía las instalaciones, que por los siguientes días se convertirían en una suerte de base de operaciones.
Tanta naturaleza bajó los niveles de ansiedad por llegar. Las imágenes verdaderamente cautivaban. Tanto el lugar y sus elementos, como la interacción del hombre. Porque todavía hay rastros, y seguramente permanecerán por un largo tiempo, de los incendios forestales que se produjeron en la zona y por los que se debieron tomar medidas importantes. Principalmente el último, que comenzó el 27 de diciembre de 2011 y terminó el 8 de marzo del siguiente año tras varios días de lluvia. Y que invade de tristeza e indignación a cada lugareño cuando lo recuerdan.
Fue el más extenso registrado en Chile, con más de 17.600 hectáreas devastadas. Comenzó cerca del lago Grey, dentro del Parque Nacional Torres del Paine, por el descuido de un turista, y se extendió rápidamente hacia el sureste.
Todo eso hizo que el "llegamos" de ocasión interrumpiera un paisaje cautivante que permanentemente invitaba a la contemplación, a la reflexión y a las emociones. Ya estábamos ahí. El recibimiento y el lugar fueron impactantes. Pero la relajación tardó en llegar. Sobrevolaba cierta incomodidad. Algo faltaba y tardé algunos minutos en darme cuenta. Y cuando caí, desconecté. Instantáneamente, me sentí en otra dimensión. Así comprendí a los que describían y me repetían hasta el hartazgo "la paz que hay en el sur". Porque, aunque parezca increíble, lo más fuerte que sentía era la ausencia del ruido. En otras palabras, fue la apacible adaptación que propone con su serenidad la naturaleza.
Todo lo que vino después fue paisaje. Para dimensionar lo pequeños que somos ante tanta belleza, tanta amplitud, ante tanta imponencia y majestuosidad de la naturaleza.
La puesta en marcha fue una sucesión de sacar una foto atrás de otra. La idea era congelar la invasión de retratos maravillosos que iban surgiendo en cantidad. Difícil asimilar tantos estímulo era permanente. Así, la experiencia fue increíble, fascinante, con la cámara lista para capturar momentos soñados.
Mientras hacíamos camino al andar, nos marcaba el rumbo Nacho, un joven guía que desparramaba amor hacia este parque nacional. Se notaba en cada explicación, en cada palabra que transmitía, en la forma de encarar su trabajo .
Pasaban los lagos, los ríos, las montañas... y de fondo retumbaban historias, como ecos sin rumbo. Algunos recuerdos eran contemporáneos, algunos de antaño y otras que sonaban como mitos o leyendas del lugar. La conjunción de esos factores no provocó otra cosa que la fascinación. Y todos combinados a través de distintos actores a lo largo de la línea del tiempo. Porque los nombres de los accidentes geográficos del lugar están relacionados con historiadores, biólogos, la comunidad indígena tehuelche, y con hechos que sucedieron hace millones de años. Pero también existen aquellos como el lago Pehoe, que no se conoce el por qué de su nombre.
El mano a mano con la naturaleza deja de lado los adjetivos. Maravilla y nos deja sin palabras. La apretada agenda marcó que la selección de las actividades nos proponía "desafiar" la mayor cantidad posible de entornos naturales que existen en el lugar. La idea era conocer todo lo que podíamos.
Fueron días intensos desde que comenzó el trekking. Llegar a la base de las Torres no fue sencillo. El camino fue exigente y los cambios climáticos se sintieron. Durante las casi nueve horas de caminata por montaña se atravesaron todas las estaciones. Por momentos la temperatura cálida y las pendientes sofocaban, y por otros la caída de nieve combinada con grandes rocas y un viento cortante amenazaban. Ni hablar de cuando el sol comenzó a desaparecer, y el día nos despidió con una lluvia que hizo que cada paso sea más pesado e impreciso.
¿Suena terrible? Nada de eso. Porque durante todo el periplo la sensación de disfrute fue mayúsculo. Parar, recuperar el aliento, admirar el entorno, recargar la cantimplora de un hilo de agua increíblemente fresca y pura que bajaba de la montaña, hacer equilibrio sobre un tronco, atravesar un puente de palos midiendo cada paso, fueron sólo algunas de las impresionantes experiencias que vivimos a lo largo del recorrido.
Párrafo aparte para el hecho de llegar a la cima y sacar el almuerzo de la mochila para alimentarse contemplando una de las maravillas del mundo, al pie de la laguna que se forma sobre uno de los lados de la cadena montañosa.
La exigencia de los otros recorridos elegidos fue menor. Pero todos tuvieron una perceptible coherencia. Todos entregaron datos, guiños y postales irrepetibles. Con el área de sacrificio (el sendero que marca el camino) bien determinada, siempre buscando permitir situaciones de contemplación de paisajes, que resultaron laderos inseparables en esta escapada.
La experiencia de conocer el Parque Nacional Torres del Paine fue increíble. Unica. Antes de partir me habían prometido que era el lugar más lindo del mundo. Volví impactado, absolutamente fascinado, sin poder aseverar el rótulo de octava maravilla del mundo. Pero comprendiendo cabalmente que tiene todos los recursos naturales necesarios para aspirar a ese codiciado sitial de privilegio.