Una isla perdida en la inmensidad del océano Pacífico, donde se desarrolló una
extraña civilización aislada del mundo, dedicada al culto a los Moai, los dioses de piedra cuyo
significado nunca ha sido enteramente develado. Tranquilidad absoluta y contaminación cero. Playas
vírgenes y conmovedores paisajes.
Tras la ventanilla del avión, un cielo límpido y generoso crea la ilusión de que
el océano Pacífico es infinito y sin islas. Recién a las cinco horas de vuelo hacia los confines de
la tierra, aparece en el horizonte la primera y única excepción a la monotonía celeste del
panorama: un pequeño triángulo de tierra emerge en medio de la nada. la isla más remota del planeta
(a 4 mil kilómetros de la costa más cercana).
Al sobrevolar Rapa Nui (el nombre que le dan los nativos), se advierte la aridez
de esta solitaria isla, la más oriental de la Polinesia. A simple vista parece un islote desierto
con suaves lomajes verdes, rodeado de caprichosos acantilados de lava negra y tres volcanes
ubicados en cada vértice de este triángulo perfecto. "Te Pito O Te Henua" es el otro nombre
ofrendado por los antiguos habitantes a este inhóspito paraje que, modestia aparte pero con mucho
tino, significa "El ombligo del mundo".
En el pequeño aeropuerto los pascuenses reciben al visitante con las fotos de
sus hoteles en mano. Habrá que elegir alguno porque en la isla de Pascua no hay taxis y, salvo el
propio dueño de un hotel, nadie llevará al viajero hasta el poblado de Hangaroa. La colosal
cabeza de un Moai en la cantera del volcán Rano Raraku.
El nacimiento de los moai
Como la isla mide 180 kilómetros cuadrados, se debe elegir un medio de
locomoción: bicicleta (10 dólares por día), camioneta 4x4 (50 dólares por día) o una combi con
chofer (30 dólares por día). El lugar natural para comenzar la recorrida es la cantera del volcán
Rano Raraku, donde llegaban al mundo los Moai. Los gigantes de piedra se tallaban recostados,
directamente sobre las paredes volcánicas. Luego, como si se les cortara el cordón umbilical, las
estatuas eran separadas de la roca madre para transportarlas al resto de la isla. En Rano Raraku el
visitante asiste al nacimiento trunco de centenares de Moai a medio construir que quedaron unidos a
la cantera. Otros están de pie esperando desde hace 400 años ser trasladados hasta el sitio que les
había sido destinado.
Los últimos destellos crepusculares surgen del mar mientras en el interior del
cráter se configura un virtual cuadro surrealista: un grupo de caballos salvajes abreva en las
aguas de una laguna inmóvil, rodeada por una pronunciada explanada verde donde algunos Momia
erguidos parecen descender hacia el centro de la tierra.
Al visitar el volcán Rano Raraku, queda claro que no hay ningún misterio en la
construcción de los Moai. Al haberse interrumpido abruptamente la producción (año 1600), en la
cantera quedaron representadas una por una las etapas del tallado. Incluso las herramientas de
piedra están desperdigadas por el sitio.
Civilización Rapa Nui
La hipótesis de la ayuda extraterrestre irrita a los pascuenses, indignados de
que desde Occidente se cuestionen los logros de sus ancestros, mientras que a nadie se le ocurriría
poner en duda las grandes obras europeas del Medioevo.
Lo verdaderamente asombroso de la civilización Rapa Nui es que haya desarrollado
técnicas artísticas tan complejas en condiciones de aislamiento absoluto, y en un contexto
geográfico tan adverso (apartándose de la norma según los arqueólogos).
Durante la noche, el silencio es tan perfecto que ni siquiera el vecino mar
arrima sus murmullos. La actividad comienza temprano en la mañana, cuando las polvorientas calles
se pueblan de gente que se saluda con ruidosos "ia-o-rana" (buenos días). Nadie tiene prisa, y
nuevamente aparecen en escena los caballos salvajes que se acercan a pastar en la plaza del
pueblo.
El papel que cumplen estos caballos es extraño; casi siempre están en el medio,
como los animales de las películas de Emir Kusturica. Uno los encuentra en los caminos de la isla
cerrando el paso, donde permanecen inmutables como las vacas sagradas de la India.
Son indiferentes a la presencia del hombre... no le temen, simplemente lo
ignoran.
Unos pocos han sido domesticados (a los pascuenses no les gusta caminar), y los
usan como medio de transporte.
En Hangaroa vive la mayoría de los 2900 habitantes de la isla. Prácticamente no
circulan autos y sólo dos calles están asfaltadas.
Frente a la bahía es común ver a la gente practicar el deporte tradicional del
lugar: el canotaje, también disponible para los turistas. Casi la mitad de los pobladores son
chilenos continentales y el mestizaje casi no existe.
A los nativos pascuences se los reconoce con facilidad por sus rasgos polinesios
(raza maorí): cabellos lacios, fina fisonomía, contextura robusta y elevada estatura.
Las mujeres ostentan una exótica belleza, con cuerpos delgados y un inquietante
quiebre de cadera al andar. Se habla (además del castellano) un dialecto de tronco polinesio.
Mirando hacia el interior
Los Moai están distribuidos a lo largo de toda la línea costera, mirando siempre
hacia el interior de la isla (la razón es desconocida).
Están emplazados sobre unas plataformas llamadas Ahu, que originalmente eran
tumbas abiertas construidas mucho antes que los Moai. De hecho, todavía quedan algunos Ahu con
antiquísimos huesos al alcance de la mano de cualquier turista inescrupuloso.
El Ahu de Tongariki tiene una amplitud de 160 metros y sostiene quince rígidos
Moai perfectamente alineados. Fue construido alrededor del año1000, cuando se desató la fiebre
escultórica en Rapa Nui.
Las figuras miden entre 3 y 10 metros de alto y pesan unas 80 toneladas. Sus
ojos, vacíos e inexpresivos, parecieran otear el infinito con pétreas miradas.
En tanto las orejas son alargadas y los brazos se apoyan en el abdomen, mientras
que los cuerpos se cortan abruptamente al nivel de la cintura.
En Tongariki sólo uno de los moai tiene colocado el Pukao, que a simple vista parece un
sombrero, pero en realidad es un tocado. Un lugar para visitar cargado de misterio y leyenda.