Llegamos a Villa Pehuenía, en la provincia de Neuquén, un grupo de 10 kayakistas provenientes de
Rosario, todos con muchas ganas de aventurarnos en las transparentes aguas del lago Aluminé y
recorrer los alrededores, el volcán Batea Mahuida, el cordón de la Bella Durmiente y Moquehue.
Acampamos a orillas del lago rodeados de cadenas de montañas, cobijados
por un cielo límpido y acariciados por aguas maravillosas. Algunas cabañas asomaban entre bosques
de pehuenes y coihues, un paisaje maravilloso.
La partida
Partimos el 1º de marzo en un primer recorrido y fue muy emocionante ver cómo la pala (remo)
se sumergía en el azul intenso del Aluminé y descubrir que un espejo nos devolvía nuestra imagen en
el agua.
Un chapuzón y aparecieron magicamente snorkels, antiparras y ganas,
muchas ganas de jugar y reír con el agua y el kayak. Bucear y confundirnos con la naturaleza que
invadía cada partícula de nuestro ser.
Llegamos a las playitas de piedra volcánica y piedra pómez, de esas que
hacen ruido cuando se pisan. Prendimos el fuego para cocinar y recorrimos la sinuosa costa a pie
entre cerros y bahías, bosques de coihues, pinos y pehuenes.
El pehuén es la araucaria americana, cuyo fruto, el piñón, fue alimento
de mapuches por su riqueza en hidratos. Actualmente se come en escabeche o en guisos o se muele
hasta lograr una harina con la que se fabrican riquísimos alfajores. Ya instalados se nos presentó
la noche superestrellada degustando un pollo al disco en el campamento. Luego de la ingesta nos
entregamos al descanso.
Al día siguiente partimos hacia el río Aluminé, donde desemboca el lago,
un río de 25 kilómetros de longitud, inquieto y caudaloso, con un lecho de piedras y el fluir
desenfrenado de sus aguas verdes enloqueciendo con remolinos y cascadas que atraparon nuestras
miradas.
Más al sur los rápidos permiten que la adrenalina fluya en el raffting.
Un alto para el almuerzo y algunas incursiones por las alturas del cerro, fueron las actividades
realizadas por el grupo.
Más vistas, más cielo, alguna siesta a la sombra y retomamos el recorrido para acampar en las
cercanías del río Ñari, río que baja hasta el lago Aluminé y donde pudimos cenar a la luz del fogón
un guiso de lentejas.
Al día siguiente partimos hacia el oeste a la unión de “La
Angostura” con el lago Moquehue. Un lago de 13 kilómetros con infinidad de entradas,
escondites y bosques, y más bosques de cipreses, pinos y coihues. Acampamos en el río Blanco y
cenamos un exquisito chivito traído por un baqueano a caballo. Por supuesto, todo acompañado por un
buen tintillo y un campeonato de truco que duró hasta altas horas de la noche donde las estrellas
fugaces se cansaron de caer.
En esta zona disfrutamos de los acantilados, donde la piedra irrumpe
abruptamente, y que fueron trampolines para la zambullida mañanera, que a pesar del agua fresca
resultó bastante tolerable. Aquí llueve poco y sólo en el atardecer sopla un viento del oeste que
envuelve toda la zona. Todo se conjugó para poder disfrutar de este maravilloso lugar donde agua,
aire, tierra y también el fuego nos remitieron a miles de años atrás y así imaginar el sitio sin la
presencia humana. Fue el mapuche el primero que pisó sus tierras. Hoy esta pequeña villa de la
provincia de Neuquén, cuenta con 400 habitantes y la comunidad mapuche ya no dispone enteramente
del lugar. Llegamos al camping de montaña El Trenel, en Moquehue, y después de ascender por un
sendero serpenteante en medio de ñires establecimos el campamento. Nos dio la bienvenida Alberto,
su dueño, un maestro de “quichua” establecido desde 1970 y enamorado del lugar.
A esta altura estábamos cansados ya que habíamos remado todo el día, por
eso nos dimos un buen baño con agua caliente. Realmente no tiene precio en estos lugares. Por ello
el comentario en el cartel: “5 minutos una ducha, 10 minutos un placer, 15 minutos un abuso".
Todos lo comprendimos y disfrutamos de las reparadoras gotas como una bendición. Por fin llegó la
cena, por cierto reparadora, la misma consistió en tallarines a la bolognesa y por supuesto el
infaltable tintillo.
El viaje fue una experiencia inolvidable en una zona privilegiada. Una
verdadera caricia para el alma.
Nora Galvalisi