Abandonamos en la capital de China las obras y tesoros de la dinastía Ming y
Qing, aunque una minúscula parte se trasladó con nosotros alojada en la memoria. Nuestro próximo
destino, también pródigo en riquezas, no quedaba muy lejos, apenas hora y pico de cómodo vuelo. En
el avión nos acompañaba una nativa de Xian, hablando de su pueblo, sus saberes y costumbres,
mantenidas más de mil años desde el primer emperador de la dinastía Tang.
Llegamos a destino pasadas las 18, con el objeto de demostrar que una tarde de
curiosidad, en un grupo motivado, puede dar mucho de sí. En nuestro caso, ambas —curiosidad y
motivación- eran muchas, por eso nos desplazamos desde el mismo aeropuerto hasta el centro, y de
allí a vivir un espectáculo de luces y colores en un teatro donde la voz humana se exhibe con
ostentación y los sonidos que escapan de instrumentos antiquísimos conmocionan los sentidos.
El laureado flautista Gao Ming, empeñado en imitar el pentagrama de la creación,
transformó su trabajo en un muestrario de trinos que remedaban mil aves virtuosas, que parecían
volar en el escenario, sin asustarse, ni siquiera cuando estalló un aplauso que no cesaba.
Era la tradición la que se mostraba al público. Cantos, bailes, escenografía y
música ejecutada y ofrecida de la misma forma en que se creó, en siglos jóvenes, cuando Xian estaba
impregnada de grandiosidad cultural. A pesar de murallas, pagodas, templos y de todo el arte que se
expone en Xian, muchos visitantes que llegan lo hacen convocados por un ejército, que acampa en un
lugar de la provincia de Shaanxi.
Es allí donde se exhiben los célebres guerreros de terracota, en instalaciones
construidas ex profeso en el lugar donde fueron hallados.
Todo comenzó en marzo de 1974, cuando unos campesinos excavaban un pozo cerca
del monte Li. El señor Yan, protagonista del acontecimiento ya que era uno de esos labradores, lo
certifica firmando ejemplares del libro que narra los hechos en una tienda anexa. Convertido en
personaje famoso se oculta detrás de un abanico para no salir en las fotos.
"De pronto comenzaron a aparecer en el hoyo restos de barro cocido". Las
leyendas aseguraban que en esa zona estaba enterrado el primer emperador de la China, el mismo que
200 años antes de Cristo impulsó la Gran Muralla, unificó el imperio, simplificó la escritura,
adoptó un patrón para pesos y medidas y dividió el país en provincias y municipios: Qin Shi Huang,
el hijo del cielo, o del infierno, pues masacró enemigos, los enterró vivos, quemó libros,
persiguió a los seguidores de Confucio y utilizó a 720.000 trabajadores esclavos para la
construcción de su mausoleo.
Pocos imaginaban que aquella primera pieza de terracota sería la avanzadilla de
muchísimas más, que fueron ensambladas con paciencia infinita para constituir una muestra digna de
pertenecer al Patrimonio de la Humanidad. Las figuras,fueron creadas a tamaño real, desde los
oficiales más eminentes hasta los últimos soldados. Bigotes, barrigas y sombreros en jefes de
aspecto amenazante, ropas más austeras y delgadez en los subordinados; jóvenes unos, mayores otros,
todos con caras y expresiones diferentes.
Bajo la tierra
Batallones de arqueros, lanceros y jinetes; caballos, ruedas y carruajes,
dispuestos en tres fosas, de las cuales la mayor es la número uno, donde están formados más de
6.000 guerreros, conservados durante centurias debajo de campos de labranza. La pedagogía ocupa un
capítulo importante en el museo, una película ilustra el prodigio de las figuras, el modo en que
fueron moldeadas, la forma en que se cocieron, el tiempo que los artesanos demoraron en hacerlas,
los motivos por los que fueron instaladas bajo tierra, y las razones de su destrucción y posterior
abandono cuando en 206 a.C. el general rebelde Xiang Yu saqueó la capital del imperio Qin y las
fosas fueron incendiadas.
En la fosa número dos se puede apreciar el estado en que los arqueólogos
encontraron el monumento funerario. Miles de trozos de torsos, brazos, y cabezas esperan el momento
de sumar volúmenes para convertirse en cuerpos íntegros. Esta sala es la última que se abrió al
público, y en ella trabajan expertos alemanes colaborando en un proyecto que parece imposible:
recuperar algo de los colores originales verde, rojo y púrpura o evitar que terminen desapareciendo
los pocos que quedan.
En un hall bastante moderno se exhiben guerreros protegidos detrás de cristales,
permitiendo a los visitantes mirar de cerca caras, gestos, atuendos y armas que en un tiempo fueron
arcilla. Considerado por la propaganda oficial como la Octava Maravilla del Mundo Antiguo, el museo
ha recibido más de 40 millones de visitantes en 20 años, que pueden ver sólo una parte del
mausoleo. De nuevo la propaganda oficial: "Grande fue la civilización que creó estos
guerreros, pero también grande la que hizo posible su restauración".