Hay algo inquietante en "El Caballero de la Noche". No es la carcajada macabra del Guasón de Heath Ledger, ni la amargura sin consuelo de Batman. No. Es otra cosa, un zumbido, un ronroneo lejano, un soplido seco y largo que se escucha a espaldas de los habitantes de esa mole de hormigón, hierro y mentiras que es la Ciudad Gótica de Christopher Nolan.
En sus calles hay retazos de la historieta original de Frank Miller, también de "La broma asesina" de Alan Moore pero, sobre todo, está Chicago, donde se filmó la película. Ese ruido sordo es la respiración de la ciudad, los neumáticos rodando sobre el asfalto helado, el traqueteo de los trenes en las vías elevadas, el rumor de las aguas tumultuosas del lago Michigan.
Es inevitable sentir una cierta inquietud al bajar por Madison, después de cruzar el Millenium Park, después de intentar el imposible de fotografiar la ciudad reflejada sobre la superficie de acero inoxidable de la Cloud Gate, ese frijol de metal gigante que diseñó el arquitecto indio Anish Kapor y que hoy es la Meca de los turistas que llegan a la ciudad que hizo famosa Al Capone.
Es una mezcla de temor y entusiasmo que empuja al corazón a latir fuerte, rápido, enloquecido, igual que cuando se está a punto de subir en una montaña rusa. Es que, bajo la enorme estructura de metal por la que corre el ferrocarril a poco más de dos metros por encima de la calle, todo es posible. Hasta que un payaso psicópata quiera volarlo todo por los aires con una bazuca.
Acaso el hecho de que en esa primera cuadra esté Graham Crackers, una de las comiquerías más populares de la ciudad, alimente la imaginación. Su manager, Matt Streets, no obstante, no es fanático de Batman ni de sus famosos archivillanos, sino de Flash, como Sheldon Cooper. De hecho, tiene un aire al insufrible nerd de "The Big Bang Theory", aunque con un flequillo a lo Carlitos Balá y corbata.
Al cruzar la calle, a mano derecha, está Reckless Records, la legendaria disquería de usados que "sirve a la causa de llevar música de calidad, películas y otros medios a las masas desde 1989". Es un local pequeño, atiborrado de joyas musicales y hipsters de anteojos de carey, camisas a cuadros y raros peinados nuevos. Si se busca con cuidado se puede conseguir un vinilo de The Who, impecable, por la módica suma de dos dólares.
No hay que mirar dos veces para reconocer el ambiente, el estilo de Champioship Vinyl, la tienda de discos que lleva adelante, más por amor que por dinero, Rob Gordon, quien en “Alta fidelidad”, la película de Stephen Frears, tiene la mirada triste de John Cusack. Y no es para menos, la historia de la novela de Nick Horny, un clásico de la literatura de rock, Hollywood la ambientó en Chicago y no en la Londres original. Un acierto inesperado.
Está en el corazón del Loop, el centro financiero de la ciudad, donde se alzan varios de los rascacielos más famosos del mundo, entre ellos la Willis Tower, que se ganó su reputación de ser el edificio más alto de Estados Unidos cuando sus primeros dueños la bautizaron Sears Tower. Tiene 442 metros de altura, sin contar las antenas, y un mirador con piso de cristal, en el piso 103, escalofriante.
El barrio es un museo de arte al aire libre. En la explanada del imponente Federal Building emerge la silueta carmesí del Flamingo, de Calder; unos metros más adelante, plenas de colores pastel, brillan con luz propia, inclusive en las noches más oscuras, las Four Seasons, de Chagall, y en un rincón de la Brunswick Plaza se eleva The Sun, the Moon and One Star, la imponente escultura de concreto de Joan Miró.
Todavía hay una maravilla más. Frente a la fuente de la Daley Plaza aparecen las líneas quebradas del ave de acero que diseñó Pablo Picasso y que, pese a la polémica que suscitó cuando fue instalada en 1967, resulta hipnótica. El inconfundible estilo cubista del artista andaluz, sus más de 15 metros de altura y sus 160 toneladas de peso hacen que la figura sea un imán irresistible para la lente de los turistas.
Un poco más al norte, en el exclusivo vecindario de Lakeview, hay un pequeño local con pisos de madera y amplios ventanales sin cortinas donde reparan bicicletas y sirven un café excelente. Se llama Heritage, fue fundado por Mike y Melissa Salvatore y es el paraíso de los ciclistas que, acobardados por el viento salvaje que azota la costa del lago Michigan, deciden tomarse un respiro antes de volver a la ruta.
No es extraño que el negocio sea un éxito. Chicago tiene más de 200 kilómetros de ciclovías que permiten desplazarse por la ciudad en forma rápida y segura. Tanto es así que existe un sistema de autoservicio para alquilar bicicletas que permite, con el pago de siete dólares por día, retirar uno de los rodados de las dársenas ubicadas en puntos estratégicos de la ciudad y devolverlas en ése mismo o en cualquier otro.
Al dejar el Loop quedan atrás Batman, el Guasón y la estructura de hierro de The L, el tren elevado que comunica el downtown con los barrios más alejados, 170 kilómetros de vías que permiten atravesar la ciudad en minutos, con un costo que va de los 5 a los 7 dólares, según la distancia del viaje. También, el Art Institute of Chicago que atesora obras de Rembrandt, El Greco, Monet, Renoir, Van Gogh y Goya que son la envidia de los museos europeos.
Si se tiene suerte, ya que la obra suele ser la más requerida para las muestras itinerantes del país, se le podrá dar un vistazo a uno de los iconos de las artes plásticas estadounidenses, la inquietante "Nighthawks", de Edward Hooper, que retrata a tres personas, dos hombres y una mujer con un vestido rojo, sentadas en la barra de un bar en medio de la noche, ante la mirada perdida del camarero del local.
Hooper se inspiró en un diner del Greenwich Village para pintar el cuadro, que bien podría ser cualquiera de los que se pueden encontrar a la vuelta de la esquina en "la ciudad de los vientos", como han dado en llamar, con buen tino, a Chicago. Caminar por cualquiera de las calles perpendiculares al lago una tarde ventosa es un desafío, aún para los andinistas acostumbrados a los rigores de las altas cumbres.
Pese a que las calles trazan una cuadrícula perfecta, no es difícil perderse cuando se pasea por el centro. Es imposible abstraerse de las atracciones que surgen aquí y allá y que son muchas e irresistibles, y además, está el Chicago River, que corre entre edificios imponentes de tantos estilos distintos como puedan imaginarse y que se bifurca en dos brazos, uno que se pierde en lo profundo de la ciudad y el otro que desemboca en el lago.
Dejarse llevar por State Street, la calle comercial del Loop, es un peligro. A un lado y al otro de la calle se apiñan casas de moda para jóvenes, como Urban Outfiters y Forever 21, y entre Washington y Randollph está Macy's, la segunda tienda de departamentos más grande del mundo, custodiada en sus entradas principales por centinelas de lujo: los relojes de siete toneladas forjados en hierro macizo, que marcan las horas desde 1858.
Una distracción, como tomarse un minuto para sacar una foto de la marquesina luminosa del Chicago Theatre, puede ser fatal. El río que estaba a la derecha queda a la izquierda y la inevitable referencia del Walker Drive, la avenida que serpentea junto al curso de agua, en vez de acercarse, se aleja. Hay que llegar hasta el río, levantar la vista y buscar entre los edificios una silueta familiar y salir en su búsqueda.
Pueden ser los ruleros del Marina City, que asombran porque sus primeros 19 pisos son cocheras con una rampa en forma de bucle, o el edificio del Chicago Tribune que señala el comienzo de The Magnificent Mile, al norte de Michigan Street, la Quinta Avenida de Chicago, donde se encuentran las marcas más elegantes, entre las que se destacan Burberry, con su edificio exclusivo de paredes negras, Ann Taylor y Tiffany & Co.
Lo cierto es que cualquier pista, cualquier señal, es buena para encontrar el camino a casa. Inclusive las letras de neón azul del House of Blues, un templo de la música negra a donde bien vale hacerse una escapada para escuchar la música que late en el corazón de la ciudad, mientras se toma una pinta de Goose Island, la mejor cerveza para acompañar el ritmo sincopado de "Sweet Home Chicago", como le gustaba cantarlo a los Blues Brothers.
Aunque la mejor manera de adentrarse en la historia musical de Chicago es hacer el tour "Jazz, Blues & Beyond", escuchar atentamente a Amanda Scotese, que más que una guía turística es una guía espiritual de la ciudad, y conocer The Green Mill, el bar preferido de Al Capone, que todavía sigue en pie y sirve, como también lo hacía en los tiempos de la prohibición, el mejor whisky del estado de Illinois.
El paseo culmina en Chess Records, la discográfica que grabó a los titanes del blues Wilie Dixon, Muddy Waters, Buddy Guy y Chuck Berry, con una clase de armónica que demuestra que la música es sentimiento puro, sobre todo el blues y el jazz, ya que hasta aquellos que en su vida pudieron sacarle una nota a un instrumento pueden ensayar un fraseo, una escala, un ritmo, con tan solo tener el deseo de hacerlo.
Chicago es mucho más que el Loop y The Mag Mile, que el blues, el jazz y los tiempos de plomo de Eliot Ness y los Intocables, que sus rascacielos de cristal y las obras, porque sus casas son obras de arte, no hay quien lo discuta, de Frank Lloyd Wright. Su historia, su gente, que es amable, relajada, como si viviera en un pueblo, y que si se los mira a los ojos sonríen y saludan, hacen de la ciudad un tesoro del Middle West americano.
Es la tercera ciudad más poblada de Estados Unidos, detrás de Nueva York y Los Ángeles, y se extiende mucho más allá de lo que se puede ver desde la cima del John Hanckok Center. Recorrer los barrios, visitar sus puntos de interés, es una tarea ardua que se facilita si se toma la visita guiada del Chicago Loop Tour Train, que además es gratis. Los tickets se solicitan en la Chicago Architecture Fundation, en el 224 de Michigan Avenue.
Otra buena opción son los colectivos turísticos con el sistema de "hop on, hop off" que permiten subir y bajar cuantas veces se quiera en alguna de las trece paradas que hacen en los principales puntos de interés, que incluyen desde la Water Tower, construida en 1869 para albergar una bomba de agua y que sobrevivió al boom inmobiliario del Streetville, hasta el Field Museum de Natural History y el Shedd Aquarium.
También se puede subir en el asiento del acompañante del Batimóvil y correr a máxima velocidad bajo las vías del tren aéreo, directo hacia la silueta siniestra del Guasón, que espera con una Thompson de cargador circular en la mano y mira con ojos de muerto esperando el momento justo para disparar. Sí, eso también es posible pero solo si se dejar volar la imaginación, algo que en Chicago es lo más natural del mundo.