Si más de un millón de turistas argentinos visitan cada año los lugares
tradicionales de la costa brasileña, el estado de Maranhao (Marañón) aún los aguarda con veterana
paciencia para cuando se decidan a conocer una de las maravillas que la naturaleza ha prodigado a
su territorio: el Parque Nacional de los Lençóis (sábanas).
Se trata de 155 mil hectáreas de dunas, recostadas entre la selva y el mar, a
las cuales las lluvias les siembran cada año una constelación de lagunas de impactantes gamas de
azules y verdes, consecuencia de la combinación con la vegetación y las propiedades del suelo. El
esfuerzo y la variedad de medios para llegar hasta allí harán del viaje una especie de aventura, a
los que se suman luego momentos irrepetibles que sin duda serán guardados para siempre en las
retinas del que arriba.
Nuestro tour se inicia en el aeropuerto de San Luis, capital del Estado, desde
donde tomamos un avión de bajo porte para recorrer, en 40 minutos, los 260 kilómetros hasta
Barreirinhas. También se puede llegar por vía terrestre en un viaje de tres horas, pero se sugiere
al menos hacer un viaje aéreo, de ida o regreso, para poder apreciar la majestuosidad del
parque.
Barreirinhas es un pueblo en crecimiento, con un dejo antiguo y bastante
movimiento en su puerto sobre el río Preguiça (Pereza), desde donde parten las excursiones. Allí se
hace base en posadas u hoteles, uno de ellos, el Porto Preguiça, cinco estrellas, ubicado en el
delta, donde la estadía se nos vuelve en una excelente terapia contra el estrés: desayuno típico
brasileño, con toda la variedad de frutas y cenas con la mejor oferta de frutos de mar. Piscina
extensa con base de arena fina y entorno atrapante para caminatas diurnas o nocturnas.
Desde ahí partimos el primer día en camioneta (jardineira para los lugareños)
hasta el puerto da Beira Río y navegando en lancha llegamos a la comunidad de Tapuio, para conocer
la Casa de Farinha y su proceso de producción artesanal de derivados de la mandioca (raíz), entre
ellos la harina, alimento milagroso e insustituible en la mesa brasileña. Allí un productor de la
aldea, nos dará en un portugués claro una lección magistral y práctica sobre la diversidad de
mandiocas, su forma de cultivo y su múltiple aprovechamiento, el cual les permite a las familias
sobrellevar la vida con cierta expectativa en ese recóndito y entrañable lugar del noreste
brasileño.
De regreso, por el río Preguiça, volveremos a apreciar la selva cerrada, donde
predomina el burití, palmera típica de la región de cuyas fibras se producen hilos y sombreros,
entre otros derivados. Y es preciso recordar a quienes vayan con más tiempo que esta excursión
puede extenderse hasta El bosque de los Guarás, un santuario ecológico donde anidan aves de fuerte
color rojo, cuya panorámica, según el relato de nuestro guía, es propia del realismo mágico.
En la segunda jornada nos aguarda el primer encuentro con los lençois. Son los
pequeños lençois, ubicados hacia el oriente de Barreirinhas y que demandará casi dos horas de viaje
en lancha. Aunque el tiempo se volverá fugaz frente al despliegue de manglares (uno de los más
grandes del planeta) a lo largo de todo el recorrido. Además, existen en ese inmenso delta atajos
construidos por el hombre que permiten internarse en una maraña de inmensas raíces de manglar que
verdaderamente intimidan y hacen guardar silencio por su poderío. Una hora después, Vassouras será
el lugar del primer desembarco.
Es un punto de encuentro entre la selva y las dunas y existe allí una posada;
hacia un lado, la vegetación poblada de macacos que bajan de los árboles para retratarse de cerca;
del otro, los médanos, que convocan a escalarlos, para comenzar a comprender de qué se trataba
aquel presagio que divisábamos desde la butaca del Piper. Lo primero que hay que hacer es
descalzarse sin miedo.
Y es que las napas freáticas, alimentadas por las lluvias, mantienen a grados
transitables la temperatura de la arena. Mientras el sol, cercano al mediodía, desata una
luminosidad única y enceguecedora que obliga a las gafas. Es posible entonces que en esta frontera
de la naturaleza uno entienda cabalmente el profundo significado del verde y amarillo en la bandera
de Brasil. Escalamos dos dunas, mojamos los pies en un lago de agua tibia, probamos su agua dulce y
retornamos rápido a bordo para proseguir rumbo a la desembocadura del río Preguiça en el mar. Media
hora después arribamos a Caburé, un complejo de cabañas instalado en el vértice que forman el río y
el mar.
Es tiempo de aprovechar las fuertes olas, tormar sol y degustar los exquisitos
platos que ofrecen los restaurantes, mientras nos relatan algunas historias de la región, como la
del reggae maranahense (ver aparte).
El regreso al caer la tarde sólo nos demanda una hora de viaje. La mañana
siguiente emprendemos camino hacia el objetivo central del tour: los grandes lençois. Esta vez lo
hacemos por vía terrestre, en jardineira, atravesando un difícil terreno poblado de restingas
(vegetación baja y cerrada) y riachos, ideal para la competencia de rally. El bamboleo de la
camioneta genera cierta tensión y obliga a mantenerse bien aferrado al asiento, con el sombrero a
la altura de las cejas.
Algo más de una hora después arribamos a la base y pertrechados de agua mineral,
protector solar, repelente y cámaras fotográficas iniciamos el paseo por la zona del parque donde
se ubican las lagunas más notables. Los médanos aquí resultan más elevados, algunos alcanzan los 40
metros de altura, pero el esfuerzo del ascenso siempre se ve compensado por el descenso, donde un
espejo de agua espera para una reparadora inmersión. En esta primera etapa se trata de la laguna
Bonita. Permanecemos allí una media hora buceando.
Los cardúmenes se mueven muy cerca nuestro, como sorprendidos con la presencia
humana en medio de este desértico laberinto de dunas. Continuamos unos kilómetros más adelante y
hallamos la laguna Azul, del doble de extensión de la anterior y de un intenso verde turquesa. Nos
quedamos allí a pasar la tarde, inmersos en un silencio profundo, sólo interrumpido por el paso de
las aves migratorias, que llegan para alimentarse de peces, tortugas y cangrejos.
Algunos continúan escalando nuevas dunas en busca de otros espejos de agua. Y regresan perplejos
intentando describir los colores de las nuevas lagunas que descubrieron. El tiempo se nos escurre
sin darnos cuenta y regresamos sobre el crepúsculo a paso sostenido, sin síntomas de cansancio. Un
aguacero típico de la hora y el lugar nos acompaña como una señal de bendición y despedida. Hemos
estado en un lugar único, irrepetible en el extenso territorio brasileño, candidato a ser declarado
maravilla del mundo. Quien posea un espíritu de aventura y le apasione el ecoturismo, los lençois
es una buena y saludable excusa para volver a Brasil en cualquier época del año.