Entre la picada vertiginosa que corren el dólar y los precios, el desgobierno del Frente de Todos y los incendios en la islas, los rosarinos y las rosarinas atravesaron -otra vez- una semana literalmente asfixiante.
Por Mariano D'Arrigo
Entre la picada vertiginosa que corren el dólar y los precios, el desgobierno del Frente de Todos y los incendios en la islas, los rosarinos y las rosarinas atravesaron -otra vez- una semana literalmente asfixiante.
La incapacidad del peronismo para domar la crisis expone la versión más disfuncional del artefacto político ensamblado a los apurones a mediados de 2019 ante el desgaste prematuro del experimento macrista.
No es sólo que el poder de un Alberto Fernández al que se le anima cualquiera esté irremediablemente licuado, y que Cristina -al contrario de lo que escribió Ernesto Laclau- se desentienda de las demandas de su golpeada base de apoyos y se concentre en su batalla personal contra el Poder Judicial.
El elemento más inquietante es que, más allá de las reuniones como la de ayer en Olivos, en la casa matriz del Frente de Todos aparece descalabrada toda la línea de montaje de las decisiones políticas: el diagnóstico, la definición y la ejecución.
Fernández piensa en semanas o meses -en una remake del viejo “hay que pasar el invierno”- para una crisis que se juega en días, horas, e incluso minutos.
Lejos de ser un verdadero programa de estabilización, las medidas que se tomaron hasta acá para evitar la espiralización y rascar dólares lucen insuficientes, con escaso crédito político y a destiempo. Demasiado poco, demasiado tarde.
En este marco, los parches se vuelven insostenibles cuando la brecha entre el dólar oficial y las distintas versiones de la demandada divisa norteamericana ronda el 150%, y los torniquetes cambiarios cortan el oxígeno a una economía que ya venía languideciendo incluso antes de la corrida económica y política que aceleró la eyección de Martín Guzmán.
El drama del gobierno encabezado formalmente por Alberto Fernández se cifra en estos días. Elegido hace casi tres años para dejar atrás el ajuste que aplicó Cambiemos, elevó la procrastinación a política de Estado y ahora debe tomar las medidas más difíciles cuando menos capital político tiene para enfrentar los costos.
En el corto plazo, los escenarios que enfrenta el ex jefe de Gabinete van de malos a catastróficos. Todos incluyen diferentes combinaciones de salto brusco del tipo de cambio, inflación y más transferencias de ingresos de la base a la cima de la pirámide social.
Es lógico que Fernández se resista a entregarse a una devaluación que ya parece inevitable. No sólo por el cataclismo económico: cada vez que el impiadoso mercado le torció el brazo a quien ocupaba la presidencia -sea Cristina o Macri- en las elecciones siguientes el veredicto de las urnas fue implacable.
Más preocupante es si el discurso maniqueo contra el agro es, más que un mensaje hacia el cada vez más enojado electorado del peronismo, la clave con la que en Casa Rosada decodifican la realidad. Lejos de ser un mundo habitado por buenos y malos, el de la economía es un terreno en el que actores grandes, medianos y chicos se mueven por incentivos: premios, castigos y expectativas.
En esa pulseada, frente a la cual el gobierno se muestra con una pasividad inquietante, cada uno se aferra a las herramientas que tiene. Así como los productores se sientan sobre los 14 mil millones de dólares en granos que, según reconocen en la cámara aceitera, faltan liquidar, los formadores de precios remarcan o retienen stocks, los sindicatos reclaman por los salarios y los movimientos sociales convergen en las calles.
Son los mismos intereses que guían al Fondo Monetario Internacional y a Estados Unidos, que tiene en la mirada al triángulo del litio que forman Argentina, Bolivia y Chile. Caída la cumbre entre Alberto Fernández y Joe Biden, le toca a Silvina Batakis exhibir a Kristalina Georgieva y a los funcionarios de la secretaría del Tesoro el estado de las cuentas públicas argentinas y pedir clemencia.
Ni al FMI ni a EEUU les interesa sumar turbulencia a un mundo en guerra y que atraviesa la peor inflación en décadas, pero tampoco hacen beneficencia. Seguramente pedirán, como dijo hace poco la búlgara amiga del Papa Francisco, más acciones dolorosas.
Con el antikirchnerismo como principal pegamento, Juntos por el Cambio intenta capitalizar la crisis en la que también tiene su cuota de responsabilidad -sobre todo, por el acuerdo que firmó Macri con el Fondo- y rechaza cualquier pacto de gobernabilidad con el peronismo, en el que tiene mucho más para perder que para ganar.
Eso no significa que al interior de la alianza las posiciones sean uniformes. Mientras un endurecido Horacio Rodríguez Larreta apuesta a un escenario de crisis sin colapso, que posibilite un acuerdo con sectores del PJ después de las elecciones, una diputada de Patricia Bullrich verbalizó el sueño húmedo de los halcones: que sea el peronismo el que la choque para así volver al poder con la motosierra a cortar las mil cabezas de la hidra populista.
Todo esto, en un clima que se torna espeso con palabras como "saqueos" y "adelantamiento de elecciones", y en el que reaparecen en escena figuras marginales como Carlos Ruckauf, Aldo Rico y Raúl Castells para caranchear con la crisis.
Mientras tanto, los gobernadores viajan a Buenos Aires y hacen su negocio. Aprovechan el raquitismo político de Fernández para conseguir recursos para sus distritos, comprometiéndose al mínimo -o directamente despegándose- de un gobierno al que ven más como un yunque que como un salvavidas.
En esa clave, Omar Perotti se reunió con Juan Manzur para seguir el recorrido de las obras públicas -casi el único rubro en que se puede ajustar en el marco del programa con el Fondo-, se trajo 1.081 millones de pesos para financiar dos proyectos de investigación en Rafaela y Rosario y cruzó al presidente por sus dichos sobre la especulación del campo, un sector con alto peso específico en la provincia.
El último informe provincial de la consultora Doxa Data registra un dato interesante. Pese al declive del Frente de Todos y los problemas para aplacar la violencia -la principal demanda en los centros urbanos- 35% de las personas encuestadas se mostró a favor de que el peronismo siga gobernando Santa Fe, con 15% de indecisos. “La provincia no está regalada, ni mucho menos”, dicen Roque Cantoia y Mario Ramos, los directores de la compañía.
En un contexto de baja visibilidad, cada uno elige su ruta hacia 2023. Mientras Carolina Losada parece más cerca de jugar en el tablero nacional que de bajar a Santa Fe, Pablo Javkin busca levantar la gestión con obras y ampliar su armado provincial, el PS apuntala a Clara García, el PRO levanta a Federico Angelini y Maximiliano Pullaro trata de posicionarse como el opositor más duro a Perotti.
En tanto, algunas cuestiones siguen sin resolverse, como la quema del humedal. Más allá de que el ahora ex responsable de Defensa Civil de Entre Ríos Fabián Daydé se incineró solo en una entrevista, la persistencia del humo y los chispazos entre funcionarios reflejan la exasperante combinación de incompetencia y descoordinación que hace que en casi todos los terrenos los problemas se apilen en lugar de resolverse.
Por Lucas Ameriso
Por Gonzalo Santamaría