La salida masiva de funcionarios del Ministerio de Seguridad, provocada por la investigación de espionaje ilegal contra Marcelo Sain, obliga al gobernador Omar Perotti a reformular toda un área de gobierno que desde el inicio de su gestión no solo tuvo resultados muy pobres, sino que por la personalidad del ex ministro se convirtió en una dependencia inclinada a las rencillas políticas con propios y ajenos.
Apenas se consumó la victoria de Perotti como gobernador, en junio de 2019, y se empezaron a completar los nombres que iban a estar al frente de cada ministerio, el nombre de Sain para Seguridad, salvo excepciones, prácticamente no tuvo objeciones. Es más, el ministro saliente, Maximiliano Pullaro, llegó a decir que se iba contento de ese lugar porque su reemplazante tenía los pergaminos y la experiencia probada para hacer una excelente gestión.
Sain, aún antes de asumir, era el ministro estrella de Perotti. El rafaelino basó su campaña en el eslogan “la paz y el orden” y la llegada del criminólogo generaba una expectativa superlativa. La apuesta de Perotti parecía lógica: poner al frente de Seguridad a un hombre con fama académica y trayectoria para reformular la seguridad pública frente a las bandas narcocriminales, delincuentes comunes y también de guantes blancos.
Nada de eso sucedió. Ya en la transición en los meses que quedaban de la gestión de Miguel Lifschitz casi no hubo contactos entre los equipos salientes y entrantes. Había aspectos logísticos que resolver, desde patrulleros y uniformes, situaciones que debía tomar un gobierno que se iba pero que afectaba presupuestos de un gobierno que todavía no había asumido. No hubo una sola reunión y esos seis meses se perdieron.
Una situación de extrema gravedad, con un registro de inseguridad creciente, exigía acuerdos y consensos amplios entre todos los estamentos sociales y políticos. Pero desde el vamos, en el acto de traspaso del poder, Perotti acusó a las gestiones anteriores de un pacto entre Estado y delito.
Esa tensión política se ahondó con las apariciones periódicas del entonces ministro de Seguridad. Sain fue el funcionario provincial con más centralidad en la escena pública, pero pocas veces por su tarea en un área de altísimo perfil, sino por lateralidades que orillaban la vulgaridad. Una especie de mastín tuitero camorrero y autorreferencial.
Su egolatría gigantesca arrastró muchas veces a la gestión Perotti. Porque no solo dinamitó los puentes con los sectores de la oposición, sino que entorpeció el entendimiento entre los propios peronistas con el gobernador.
Resulta paradójico, o tragicómico, que la persona que venía a delinear desde el Estado proyectos perdurables en materia de seguridad pública sea ahora investigado por una cuestión que atañe un grave problema institucional, como es el espionaje a políticos, empresarios y periodistas. Y todo ello realizado, presumiblemente, con fondos provenientes de los impuestos que pagan todos santafesinos.
Perotti debe rearmar su equipo de seguridad. En esa tarea estaba, con reuniones frenéticas, junto al actual ministro Jorge Lagna. El tiempo y la situación así lo requiere, aunque se hayan perdido dos años.