Por esos años, también, el establecimiento con Duarte al frente se refundó con bombos y platillos. Hasta llegó al lugar el actual gobernador radical Gerardo Morales. Pero luego de las placas, la cobertura mediática y las fotos, todo parece haber caído en el olvido. Hoy la escuela tiene la bomba de agua rota. Los adultos encargados del lugar llenan el tanque a baldes que cargan en un manantial cercano; las paredes están rajadas, los pisos de cemento alisado, levantados; no hay calefacción aunque el termómetro juegue muy por debajo de los cero grados en invierno. Y falta gente especializada en nivel inicial, música, educación física y nuevas tecnologías. Eso sí, les prometieron un plan de repotenciación para que con más energía eléctrica se vea más y mejor.
Es una de las tantas escuelas públicas y rurales de la zona andina que necesita no dejar de ser noticia nunca y donde la escolaridad crece paso a paso, íntimamente ligada al calzado, entre otros tantos y vitales aspectos.
Además de Aaron, los alumnos y alumnas que asisten a “la escuela de Molulo”, como se la conoce en la comarca, son: Alvaro Girón, 11 años y Nº 37 de calzado; Doris Martínez, también de 11 años y talla 37; Albina Quispe, 10 años y Nº 35 de zapatilla; Nayeli Quispe, 10 años y 32 de calzado; Loana Tolaba, de 8 años y talle 29; Yamil Cuellar, 6 años y con pies que miden 29. Gael Quispe, de 8 años y 33 de talla; Lucas Leal, de 4 años y 28 de calzado. Y tres más de 4 años: Zoe Ríos, calzado 28; Nahir Mamaní, talla 26 y Noriel Ríos, con necesidad de unas zapas 25.
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Nombre, edad y calzado, dice la lista confeccionada por la escuela.
Foto: gentileza Acampar Trek
Un día de clases
En este momento la escuela Nº 76 funciona a cargo de Rosa Gauna, la directora y docente única de todos los grados. O como la llaman los chicos, “la seño Rosi”. La Capital la encontró dando clases en un aula llena de sol y colorida: con paredes repletas de láminas de las más variadas temáticas, piso de portland descascarado, una ventana con vistas a las montañas y un pizarrón verde dividido con contenidos sobre las partes de la célula, para los mayores, y el “ma-me-mi-mo-mu”, para los más chicos.
“Acá no se hacen relevamientos del edificio, todo lo que necesitamos lo debemos informar y tardan mucho en darnos respuestas. Se olvidan rápido de nosotros”, aseguró la docente con varias décadas en el magisterio y un sueldo de poco más de cien mil pesos.
Junto a ella, codo a codo, está la maestra de actividades prácticas Graciela Mamaní. Es quien da clases de dibujo y de tejido por la tarde, y agasaja a este diario y a las visitas (un equipo de trekking integrado por personas de distintas provincias y guiado por la firma Acampar Trek, que aportaron las imágenes para esta nota).
Es también Graciela quien ofrece el listado escrito en cuidada letra cursiva con los nombres del alumnado, sus edades y talla de calzado. Todo bordeado con tijera a picos, como buena maestra de manualidades. Pero también es quien organiza los actos escolares, las obras de teatro con títeres y los cumpleaños de cada alumno y alumna. “Acá los agasajamos en su día a todos”, asegura la mujer, quien es la segunda vez que trabaja en esta escuela y tras años de docencia está a punto de jubilarse.
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Graciela Mamaní da clases de dibujo y tejido en la escuelita de Jujuy.
Foto: gentileza Acampar Trek
Junto a Rosa y Graciela conforman el equipo de trabajo la cocinera Soledad Martínez, que muestra su rincón de trabajo con aroma a leña y a comida del mediodía; el portero Manuel Quispe y dos madres que ayudan en el internado: Gimena y Lina.
El edificio escolar se destaca como una línea blanca con paneles solares desde lo alto de los cerros, pero de cerca tiene forma de herradura. Está rodeado de cumbres y un paisaje magistral.
Algunas notas y fotos antiguas documentan que la escuela fue creada con adobe y paja en 1945 por gente del lugar. Actualmente es un establecimiento albergue pulcro: dormitorios con cuchetas, baños y cocina, y un comedor con rasgos de templo, propios del sincretismo de la zona.
Porque si bien las familias son de origen indígena y el establecimiento es público, hay a la vista un altar con una imagen de la Virgen del Cerro que se venera como patrona de Salta cada 8 de diciembre. Incluso los niños y niñas rezan y agradecen antes de comer guiados por sus docentes. El día de la visita de este diario se almorzaron fideos con carne, pero a veces hay pizza, guisos, empanadas al horno y charqui.
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Foto: gentileza Acampar Trek
Afuera del edificio tampoco quedan ya vestigios del rancho: hay un alto mástil con la celeste y blanca, un horno de barro, una campana de hierro, un aro de básquet sin pelota a la vista, una hamaca y un subibaja. Aunque nenes y nenas no se preocupan por la falta de oxígeno que provoca la altura y eligen como juego del recreo de diez minutos saltar la soga a toda velocidad. Junto al aula principal donde se junta el alumnado completo hay una sala de internet con conexión, pero con varias notebooks bloqueadas que no se pueden usar. Una gran pena.
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Nenes y nenas no se preocupan por la falta de oxígeno que provoca la altura y eligen como juego del recreo saltar la soga a toda velocidad.
Foto: gentileza Acampar Trek
Hay también otra sala que alberga a la biblioteca, con instrumentos musicales, pero sin maestro o maestra de música que enseñe a usarlos. Este salón está repleto de libros, juegos de mesa y material didáctico enviado por la provincia y la Nación (como la serie animada del personaje Zamba, que se emite desde 2010 por canal Encuentro y Pakapaka). Todo muy bien ordenado por ciclos y clasificado por género: novelas, cuentos y diccionarios, en estanterías que piden a gritos más uso y animación.
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Foto: gentileza Acampar Trek
Los alumnos y alumnas de la escuela de Molulo y de las cinco restantes de este valle jujeño asisten al aula bajo el sistema 20x10. A pesar del frío y la altura, las clases se cursan de marzo a diciembre, al igual que en Santa Fe. Pero en este caso, los niños y niñas se quedan unos 20 días internados y regresan a sus casas por unos diez. Claro que esa costumbre, como en tantas otras escuelas argentinas, quedó interrumpida por la pandemia, con la diferencia de que acá la virtualidad no fue posible.
Sin embargo, algunos prefieren volver al final de cada jornada a sus hogares, aunque eso implique caminar una hora cuesta arriba o cuesta abajo. Tal es el caso de Loana. Su mamá, Gimena Mamaní, está embarazada de ocho meses y se ocupa del dormitorio de las nenas. Y su chiquita, más mimosa que nunca tal vez por la cercanía del nacimiento de su hermanito, prefiere volver a su casa al final de la tarde, en plena oscuridad y solo con ayuda de una linterna: allí la esperan sus primos y tíos, su padre, sus abuelos —Felipa y Chavelo—, caballos, chivas, gallos, ovejas, perros, pavos y unas vistas a las que no les hace justicia ninguna foto.
Las otras escuelas de la zona son las de El Durazno, la de Yala, Alonso, Loma Larga y Monte Carmelo. A todas ellas llegaron a lomo de burro y desde Tilcara los censistas Marcela López y el profesor secundario Roberto Ruiz. Casi cuatro días enteros trabajamos con unas 25 familias promedio por escuela”, le confirmó Ruiz a este diario, a medio camino y en plena montaña. El tiempo invertido en el relevamiento, fue a las claras muy diferente al que invirtieron en general los funcionarios en pueblos y ciudades, pero además refleja que en territorio andino no hay institución más socializadora que la escuela.
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Foto: gentileza Acampar Trek
Camino y sueños
La comunidad educativa de Molulo y las familias del lugar se esperanzan con el corredor educativo, turístico y productivo que conectará la ruta nacional 9 con las comunidades de Alonso, Yala de Monte Carmelo, Loma Larga, El Durazno y Molulo.
Una primera etapa de esta obra (Huacalera-Alonso) se inauguró en junio de 2018, ahora restan 25 kilómetros hasta llegar a Molulo. Y este anuncio los tienen inquietos y contentos. Las maestras aplauden el proyecto al decir que “comunicará a la gente y traerá avances a la zona”.
Las familias sueñan con no cargar más desde pueblos como Tilcara la mercancía pesada y pagar el triple por su traslado. Los ambientalistas dudan. Dicen por lo bajo que la obra “en realidad” favorecerá a quienes explotan litio y otros minerales jujeños.
Chicos como Yamil no dejan de hablar de los operarios y las máquinas excavadoras que ya están trabajando. Las dibujan y sueñan con manejarlas alguna vez. Se ilusionan como con la posibilidad de contar con un nuevo par de zapatillas, allí donde las suelas se gastan más rápido que un sueldo.
* Quienes puedan enviar calzado nuevo o en buen estado pueden comunicarse a los teléfonos 0388-5926904 (Gimena Mamaní, madre) o 3886-653914 (Graciela Mamaní, docente) o al fijo de la escuela: 388-4894501.
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Yamil muestra el dibujo de una máquina excavadora que trabaja en la zona.
Foto: gentileza Acampar Trek