Martín Guzmán renunció al Palacio de Hacienda con una economía en alto crecimiento, el desempleo en baja y la inversión real en recuperación. No son números que acompañen habitualmente la salida de un ministro de Economía, a no ser que exista una crisis política en el medio.
La inflación, aun con las muy leves señales de moderación que mostró el Indec en mayo, sí está en un nivel como para amenazar la continuidad de cualquier ministro. El contrapeso es que no hay entre sus críticos muchos que puedan acreditar mejores antecedentes en la materia. Menos entre las administraciones más recientes.
En todo caso, seguirá siendo un desafío muy complejo, más todavía en este momento, para quien se quede con su sillón. El contexto internacional y la puja distributiva desanclada en medio de un régimen de alta inflación como el que se desencadenó a partir de 2018 es un monstruo difícil de matar sin respaldo político desde el oficialismo.
Ese fue el último hilo que tensó, según dicen, Martín Guzmán en la última reunión con Alberto Fernández. En la anécdota, se fue por perder la pelea con secretarios y subsecretarios del área de energía, una dependencia que en las formas le debería reportar. Es de recordar que desde una empresa pública de energía salieron las ventas masivas que, junto con las operaciones de economistas opositores, dieron el puntapié inicial de la corrida contra los bonos en pesos y contra el peso mismo.
En medio de esa “tercera corrida” que el presidente Alberto Fernández se ufanó hace unos días de haber superado, la nota política fue la reunión de Cristina con el economista macrista Carlos Melconian.
Con el boleto picado por la mayor parte del Frente de Todos, que en alguna medida también lo eligió como el devorador de sus propios desacuerdos y frustraciones, Guzmán eligió irse con un último gesto político y no esperar a que lo echen como a su colega Matías Kulfas.
Guzmán, que integra el top 10 de los ministros de Economía que más duró, se va con números y desempeños muy superiores a los que avalan a muchos de sus críticos, sobre todo los que estuvieron en el gobierno anterior. De hecho, asumió en medio de la mayor crisis económica y social desde 2001, piloteó la pandemia con una política contracíclica que financió el mayor rescate económico de la historia argentina y, en el medio, reestructuró la deuda externa con los acreedores privados.
La acelerada recuperación económica de 2021, que muy pocos esperaban, no alcanzó para evitar la derrota en las Paso. El kirchnerismo y otros sectores de la coalición de gobierno culparon del traspié al “ajuste” que hizo el primer semestre de ese año, luego de haber cerrado 2020 con un déficit primario del orden del 6% del PBI en el marco de su política expansiva.
El acuerdo con el FMI, súbitamente cuestionado en la coalición oficialista después de que se llegó a un principio de acuerdo, fue el punto de quiebre. No solo para el ministro. Atado su respaldo a la interlocución con el organismo y a la ratificación de un presidente débil, quedó atrapado en medio de una tormenta inflacionaria y con una corrida a medio superar. Y con algún tipo de ajuste que no ocurrió en el primer semestre, pero todo parecería indicar que será en el segundo, sea quien sea su sucesor. El ocaso de Guzmán es el del presidente. Llegó para “tranquilizar” la economía y se lo devoró un terremoto político.