En el prólogo de "Contraseñas, El crimen en la cultura argentina" (Unipe, 2021), dice Osvaldo Aguirre (Colón BA, 1964) que este libro es el resultado de algo que no pudo hacer. Afirma que tras terminar la carrera de Letras se presentó a una convocatoria del Conicet para explorar las obras de Rodolfo Walsh, Paco Urondo y Héctor Oesterheld, pero no fue avalado. Y que entonces Horacio González, seleccionado como director de aquella investigación que no fue, le dijo que podía hacer el mismo trabajo para el que se había presentado pero de otra manera, con otro tiempo también, a través de artículos periodísticos y académicos.
Al cabo de treinta años de recorridos por secciones Policiales, en especial la de este diario en la que se desempeñó por más de diez, la sugerencia aquella se ve largamente compensada. En la tradición de Jorge Rivera o Jorge Lafforgue, no es exagerado decir que Aguirre es probablemente la persona con mayor recorrido en el análisis crítico del género policial en Argentina. En este nuevo texto navega entre el ensayo y la crónica tras su trabajo en el diario La Capital pero también sobre los personajes de la literatura policial y sus legendarios hacedores.
“En la época en la que trabajaba en la sección Policiales pensaba que el verdadero suplemento de la prensa era la sección de noticias policiales, porque allí se publicaban los dramas y las intrigas que uno reconoce como típicos o más apropiados de la literatura. Y también que era el reverso complementario de las páginas de Economía, ya que podía ser leída también como una especie de ilustración del discurso neoliberal que comenzaba a volverse hegemónico”, dice Aguirre. “Pero no solo me interesaban las historias sino también los criterios estéticos y los puntos de vista que eran narrados, la forma en que los periodistas y también los escritores y los historiadores retrataban a sus protagonistas y escuchaban sus voces”.
En "Contraseñas", todos esos años de observaciones aparecen desplegados en tres ejes: la literatura policial, la crónica policial y la historia criminal. Así el volumen reúne una selección de artículos que tuvieron su primera versión en diarios, revistas y libros de autores varios. Pero lejos de la dispersión constituye una escrupulosa unidad temática, en la que se perfila cómo a lo largo de la historia el suceso policial tiene transformaciones significativas en la cultura argentina, sucesivamente revalorado desde su origen marginal para la comprensión de la época: la delincuencia, la prostitución, el narcotráfico, dice Aguirre, reclaman su lugar en el discurso de la Historia. El delito, según la enseñanza a la que alude de Hans Magnus Enzensberger, “se asemeja a una contraseña que, una vez descifrada, delata algo del total de la sociedad en la que sucedió”. Desde esa perspectiva intentó componer este libro.
—Este libro es una compilación pero un recorrido de tu trabajo durante largo tiempo. Te referís a situaciones de la criminalidad, a la mitificación de los discursos policiales y los personajes del hampa y de la literatura y el periodismo que apuntalan el género. ¿Qué quisiste destacar?
—Siempre tuve presente la pretensión de que los artículos que hacía podían ser borradores o primeras versiones de textos más definitivos de esos temas. En todos estos años hubo preocupaciones que se ordenan en los ejes de literatura policial, historia criminal y crónica policial. Así encaraba los artículos que están en el libro que reescribí muchísimo tratando de darles un recorrido. Una primera observación es que haya más mitos de delincuentes que policías. Como que los policías en Argentina difícilmente se convierten en protagonistas de leyendas, en el sentido de prosperar a partir del tiempo en un relato. El comisario porteño Evaristo Meneses es en ese sentido un personaje único que cobra sentido en una memoria institucional, una figura del panteón de la Policía Federal, donde la policía proyecta un ideal. Si lo contrastamos en la policía de Santa Fe uno se encuentra con un desierto. ¿Cuáles son los policías que trascendieron o que están presentes en la provincia? No hay nada. Meneses encarna el arquetipo de una policía de mano duro pero a la vez honesto o que no cometía delito al resolver sus casos. Es la figura ideal cuando después uno investiga se encuentra con versiones más contradictorias. Para generar adhesión, en contraste, en la atracción hacia el delincuente hay un requisito básico que es que no esté asociado a la violencia irracional como pasa con los ladrones del Banco Rio. Las víctimas en estos casos fueron bancos. Y los bancos, con el corralito como ejemplo obvio, están asociados con el robo a los ahorristas. Difícilmente alguien pueda tomar partido por un banco.
"El comisario Meneses es una figura del panteón que construyó la Policía Federal. Al contrastarlo con la policía de Santa Fe se advierte un desierto. No hay nada así" "El comisario Meneses es una figura del panteón que construyó la Policía Federal. Al contrastarlo con la policía de Santa Fe se advierte un desierto. No hay nada así"
—En el libro enfocás a delincuentes míticos que se distinguían por la inteligencia o el desafío. Jorge Villarino, los Locos Prieto, la Garza Sosa, o acá en Rosario Damaso Herrera (al que matan en un asalto a la DGI en los 90) parecen haberse agotado. ¿Hay algo parecido a los delincuentes de entonces? Si están, ¿por qué no son celebridades?
—Ese tipo de figuras no están más, la violencia arrasó con todas. Pienso ahora como excepción a (Sergio) Cañete que es el que planificó la fuga de Piñero del año pasado. Cañete es un delincuente que no llegó a la cárcel por el narcotráfico sino por robos a bancos que mostraban ingenio o capacidad de planificación. Es una excepción porque ya no vemos que aparezca en Rosario esto. Hoy el fenómeno criminal pasa por otras modalidades. Una es el narcotráfico, la fugacidad de los liderazgos, nadie se mantiene. Están como hechos típicos las balaceras y las extorsiones del fenómeno mafioso. Un rasgo notable hoy es cómo lo mafioso funciona como un modelo cultural, todas las apelaciones a la mafia son de presos relacionados al narcotráfico que se referencian con Pablo Escobar o con Scarface. Otro aspecto de la criminalidad tiene que ver con la virtualidad, del tema del delito que se hace por la web o por el teléfono. Con la crisis de 2001 se comenzó con secuestros virtuales lo que hoy se incrementó con la cuarentena. Algo que muestra el fenómeno del miedo al delito, el miedo a que nos pase algo irreparable. Uno de los ardides más usuales de quienes hacen estafas telefónicas es decir que el gobierno va a cambiar la plata lo que toca un recuerdo sensible de la gente y lo hace verosímil. Estas modalidades delictivas hacen perceptibles las cosas que vivimos.
—Un capítulo del libro se llama La sección Policiales. En ella hablan muchos históricos del género que trabajaron en redacciones. Entre todos se percibe como punto común algo que dice Francisco Loiácono, el director de la revista Esto: “Ahí aprendí que no tenía que escribir lo que le gusta a la gente sino la verdad de lo que pasa”.
—Me interesa cómo funciona el discurso periodístico en relación al sentido común sobre el delito. El periodismo está atento a lo que aparece como preocupación pública y provee de argumentos e interpretaciones. Por eso me parece importante el rol del periodismo, porque a veces lo que hace es reforzar las concepciones más represivas o alimentar la idea de que los presos salen mucho de las cárceles o que las leyes son frágiles cuando queda poco por agregar al Código Penal. Para mí la sección Policiales es un punto de vista privilegiado sobre la sociedad, sobre las relaciones sociales, una forma de observar el mundo que permite aprender mucho. No solo noticias policiales, sino de política y de economía. Me atrae hablar con las personas que protagonizan hechos. Siempre me resultó atractivo encontrar en las personas el lenguaje atravesado por la violencia. Y cómo se construyen historias o versiones sobre situaciones en general extremas.
—La crónica policial está siempre asociada al sensacionalismo. Pero al mismo tiempo hay en Argentina una tradición que entrega al género a sus mejores escritores. No sólo Arlt en Crítica, sino también Borges conviviendo con esos estilos en el suplemento de Cultura, Fray Mocho en Memorias de un vigilante, ni que decir Walsh. ¿Qué se juega en este vaivén de convivencia entre lo amarillo y las mejores tradiciones de las letras?
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Una escena de "Plata Quemada", basada en el libro de Piglia, uno de los grandes momentos del libro de Aguirre.
Archivo La Capital
—Veo mucho prejuicio sobre la prensa sensacionalista. Hay hechos que solo refleja esa prensa. Claro que se va a encontrar allí un reflejo contradictorio, ambiguo, horripilante pero también único y muy valioso. Un ejemplo es cómo aparecieron los asesinatos de travestis en la prensa en los 80. Durante muchos años en la panamericana había muchos asesinatos de travestis. Y las únicas revistas que hablaban de esto eran las de Crónica, la Revista Flash y la Revista Esto. Y el enfoque dependía del periodista que las escribía. Había gente de izquierda como Marta Ferro y gente de derecha extrema. Entonces se encuentran crónicas sobre esos crímenes que son estigmatizantes y que están pegadas a las peores versiones policiales. Y se encuentran también grandes crónicas que asumen el problema como las que escribió Marta Ferro. Ella problematizó la violencia contra las mujeres en el periodismo cuando eso no configuraba una noticia. Y fue desde una revista sensacionalista. Otro rasgo destacable es que muchas veces estableció diálogos con delincuentes y allegados no tenidos en cuenta por la prensa seria. Encontraron en esa prensa desacreditada un lugar para ser escuchados. Hoy vemos que los rasgos de la prensa sensacionalista aparece en medios considerados serios: la cuestión de la obnubilación ante las imágenes, esa prensa que agita las emociones e impide la reflexión. Es imposible reflexionar en el marco de determinados tratamientos periodísticos.
“En la prensa sensacionalista se encuentran grandes crónicas. Marta Ferro problematizó desde allí la violencia contra las mujeres cuando la prensa seria no lo hacía” “En la prensa sensacionalista se encuentran grandes crónicas. Marta Ferro problematizó desde allí la violencia contra las mujeres cuando la prensa seria no lo hacía”
—Recién hablabas de los ataques mafiosos. No puedo dejar de pensar por tus trabajos en la mafia en Rosario en los años 20 y 30 en qué cosa diferente aquellos hechos de Chicho Grande y Chicho Chico con la actual, aunque vuelva las prácticas mafiosas como la venta de protección. ¿Cómo ves este vaivén histórico?
—Es en realidad como un hilo cortado, tiene muy poco que ver, por circunstancias históricas. Hablamos de fenómenos separados por más de ochenta años. Lo mafioso de hoy se referencia más, como decía antes, con una cultura del cine o las series. Maximliano “Cachete” Díaz, que balea el casino, decía que su modelo era Pablo Escobar. También están las representaciones de Rosario como Medellín que están disparatadamente fuera de escala. Lo mafioso aparece como un recurso que es eficaz porque las víctimas tienen una representación de lo mafioso. No hay que agregar nada más, cuando se dice "con la mafia no se jode" todos sabemos de qué se está hablando. De hecho es como una fórmula que en Rosario tiene una confirmación reiterada a través de una secuencia de crímenes que se vienen produciendo.
—En todos los juicios sobre estos grupos aparece el fuerte lazo con policías jerárquicos. ¿Qué pensás de ese vínculo afianzado?
—Como ya plantean algunos fiscales de Rosario, lo que vemos de la criminalidad, Los Monos, o la familia Cantero, son fenómenos más instalados en la sociedad. No sólo tienen que ver con un grupo de feos, sucios y malos sino que muestran conexiones con la economía de la ciudad y con otros órdenes de la vida social que ahora están quedando al desnudo. Eso es lo más preocupante, aunque que estos fenómenos vean la luz es interesante.