Sábado 24 de Diciembre de 2022
Es un jueves cálido, una noche concurrida por avenida Pellegrini. En el aire se olfatea esta época del año donde convergen celebraciones, encuentros, despedidas. En una de las mesas de Bohemia Bar, Diana Bellessi da una pitada larga a su cigarrillo. Llegó a Rosario invitada a leer en “Yeguas”, evento organizado por un grupo de poetas -Claudia Masin, Mariana Vacs, entre ellas- que busca, en un futuro cercano, itinerar por diferentes lugares del país. Diana también ha venido a presentar la edición aumentada de Tener lo que se tiene, su poesía reunida bajo el sello Adriana Hidalgo editora, con curaduría de Sonia Scarabelli y prólogo de Jorge Monteleone. Mientras pide una cerveza y la esperamos, dice:
“Sí, yo quiero mucho a las mujeres pero también a los varoncitos. A todos los vivientes. También quiero a las cucarachitas, a las ranitas, a todos, digamos. Por supuesto a otro humano, con más razón, claro”.
Así comienza nuestra charla, luego de escuchar recitar -casi tipeo “cantar”- a las poetas recién mencionadas, junto a otras voces también enormes como las de Paula Jiménez España y Sonia Scarabelli. Pero qué cosa es la poesía, pienso, sino canto, canto recitado desde la voz menos fácilmente audible y sin embargo rotunda del mundo. La pregunta que abre el diálogo con Diana es a partir de su poema La cara oculta, que ella acaba de leer frente a una audiencia atenta que pidió “bis” a los aplausos. ¿Puede ser el verso final de La cara oculta, un emblema de tu poesía, Diana? le pregunto. Y Diana responde que puede ser, porque ella quiere, quiere mucho. En el segundo capítulo de La pequeña voz del mundo, su libro de ensayos escritos entre 1998 y 2010, explica: “Cada brizna de hierba, el insecto, el humano, el gatito ronroneando se vuelven sagrados, frágiles y eternos porque desde allí, en mágica transformación, el yo nos mira, el yo es otro en cerrado círculo de amor”. Y unas líneas más adelante resume: “En esos instantes donde la voz lírica canta, ella, no el poeta, ha rozado finuras del alma humana”
El poema La cara oculta, imposible de citar fragmentado, dice:
“Misterioso es siempre ver el otro lado / como un doblez que no crece aunque empuja / a la superficie indicios de belleza / o de pánico para recordarnos algo / ahí guardado, escapulario que reza / lo bueno está en todas partes y así / lo malo, pero antes, pero ahora quisiera / fijar los ojos en semejante cosa / oculta que me llena, no sé, de dulzura / pienso. Estos hombres, obligándose / siempre a parecer tan duros, obligados / quizá a esconderse como lo hace la luna / con una de sus caras y de repente / la muestran, hoy el Juanchi, tijera en mano / dispuesta para la poda veraniega / se detuvo en seco frente al manzano / y dijo quedo: un nido hay, con pichones / de zorzalito, voy a esperar que crezcan / Ahí se hace silencio, como si fuera / religiosa vergüenza o pavura acaso / o simplemente rendición ante el milagro / Tanto de madre en cada varón liberto / aunque un poco asustado, no pueden más / y a veces yo tampoco, sí señor, o usted / señora cuentemé, no le pasa a veces? / ¿Qué?, / el otro lado de las cosas simplemente”.
Diana Bellessi recorrió a pie, entre 1969 y 1975, el continente latinoamericano. Es autora de quince poemarios y seis libros de ensayos y protagonista del bellísimo documental “El jardín secreto”, dirigido por Claudia Prado, Cristián Costantini y Diego Panich. Ganadora de la beca Guggenheim en poesía en 1993, y en 1996 de la beca Trayectoria en las Artes de la Fundación Antorchas. En 2004 y en 2014 recibió el Premio Konex y, entre otras destacadas distinciones, en 2007 el premio Trayectoria en Poesía del Fondo Nacional de las Artes. Es una de las voces poéticas más destacadas de Latinoamérica.
-Uno de los versos de Mariana (Vacs) decía que un poema es una piedra que se tira cuando ya no podemos más.
-Bueno, quizás para ella es así. O quizás sí. Pero otras no es cuando no se puede más, es cuando se quiere más que nace la poesía. Pero el poema de Mariana es precioso.
-¿Lo decís desde el afecto, desde la motivación?
-Lo digo objetivamente. Desde la poesía lo digo (ríe). Porque el poema de Mariana empieza diciendo que no es una plancha, es una piedra que arrojás con furia, con intensidad. Eso es la poesía. No sé si cuando no podes más. O cuando podés menos. No sé. Es un misterio la poesía.
-Te propongo un juego, Diana, que me parece que va a ser nutritivo para la entrevista y es incorporar la voz de otra persona a nuestro diálogo. En este caso le pedí a Gabby De Cicco que me compartiera alguna inquietud respecto de tu escritura y Gabby quiere saber lo siguiente: si sentís que cambió algo, y qué, en tu proceso de escritura del poema, desde tus primeros libros o tiempos hasta ahora. Más allá de la práctica del oficio; si hay otro lugar, otra visión, que vos puedas notar.
-Sí. Justo de eso va a hablar mañana Sonia (Scarabelli) en la presentación de la obra reunida. No sé cómo decirlo, pero creo que en los primeros libros hay más pensamiento formal sobre cómo se escribe un poema, que lo que vino después. Lo de después es tucu tucu tucu tucu, pura emoción, creo. Y aunque nunca he perdido la voluntad formal, que sigue estando presente, y el pensar, que también sigue estando presente, simplemente son sintonías diferentes. Yo creo que mi unión con el mundo es mucho mayor ahora que antes.
-Quizás sigue pujando ese pensamiento o esa reflexión, pero está tan bien sostenida que no se ve, ¿cierto?
-No porque no quiero que se vea.
-Claro, es involuntario.
-Y pienso que quizás por eso la gente aplauda tanto luego de la lectura de un poema, por esa sintonía con lo que dije.
-Llegaste a Rosario para participar de esta lectura, y también presentás tu obra reunida. Releyendo el prólogo de Monteleone, él habla de varios mitos personales de tu historia. El primero, el referido a las voces familiares, vos decís que fuiste la primera en acceder a la escuela secundaria y a la universidad.
-En terminar la primaria, también…
-Y en relación con esto, vos mencionabas que tu familia quiso ponerte al alcance del vasto mundo no para perderte sino para volver a casa. Monteleone enuncia esta idea como el primer mito personal. Y el segundo sería el viaje latinoamericano.
-Que se parecen uno con el otro.
-¿En qué sentido?
-Porque cuando yo viajé por Latinoamérica encontré la lengua realmente. No la lengua española, sino la lengua latinoamericana, que es una lengua española muy transformada. Y encontré los diminutivos andinos, y encontré todo aquello que hace a mi poesía. Y amplié la patria, hasta que mi patria no fue solo Argentina sino toda Latinoamérica. No sé si eso tiene que ver con la familia, yo creo que sí, ¿no?
-¿Quizás porque de alguna u otra forma siempre se vuelve a la lengua materna?
-Exacto, sí, es eso. Y la lengua materna esta fraguada en la infancia, digamos. Creo que esto se relaciona con la pregunta anterior que me hiciste. Es un arduo trabajo crear una obra, ¿sabés? Y mientras más blanda es la lengua, más estás en ella, más llegás a construir esa obra. Estoy siendo, no sé… (ríe)
-Me encanta. Porque hay un espacio, un territorio quizás, que tiene la infancia, ese contacto que hay que tener cuidado de no perder.
-Sí, yo pienso que es algo que adquirís, más que perder, a medida que te ponés vieja, ¿entendés?
-Y puede que sea una especie de vuelta a ese origen, ¿no?
-Claro, es eso, es un largo camino.
-Yo quería preguntarte si vos creés que hay un tercer mito personal, de la adultez, funcionando en los poemas. ¿Puede que sea esto que estamos diciendo?
-Es de lo que estamos hablando, sí. Yo creo que lo que he adquirido como poeta es transparencia. Pero en las poetas que escuchamos hoy también había transparencia. Transparencia más joven, pero transparencia. Mientras más simple y más transparente es un poema, más llega al corazón de los otros y entonces para mí más bello es.
-Pensaba en el poema “Adoro”. O en “He construido un jardín”.
- Ese lo voy a leer mañana.
-Tienen algo ¿no? esa transparencia…
-Adoro es pura enumeración. Adoro, adoro…
-Es muy visual. Está tan conectado con algo, con el sentido de la vida, no sé.
-Con la vida que se nos va, pero no me refiero a que se nos vaya personalmente. El planeta se nos va. Yo no sé por qué le gusta tanto a la gente ese poema. Debe ser porque el mundo se está yendo.
-No sé si ya te han preguntado esto ¿Hay una respiración Bellessi, que se impregna de la lectura de poetas más jóvenes? ¿Lo advertiste alguna vez?
-Yo nunca lo advierto, siempre me lo dicen pero nunca lo advierto. En los chicos jóvenes escucho su propia voz todo el tiempo. Y cuando digo jóvenes pienso entre 20 y 30 años.
- Leés poetas de las nuevas generaciones?
- Sí. Todos me mandan su libro. Salgo a la esquina y tengo un libro (ríe). Claro que los leo, los leo y aprendo, no solamente los leo.
-¿Qué aprendés?
-Aprendo las formas, y aprendo lo que dicen. Me llega al corazón lo que dicen. Hay muy buenos poetas en Argentina, de todas las edades. Es increíble la cantidad. Y esta noche misma escuchaste una muestra de ellos: Claudia Masin, Paula Jiménez España, Sonia Scarabelli, Mariana Vacs.
-Hay una cita de Ernst Jünger que figura en El jardín, que dice: “Un jardín proporciona más certidumbre que cualquier sistema filosófico”. Vos estudiaste filosofía, y el jardín, los jardines, la naturaleza domesticada o salvaje, aparece como un gran tópico de tus poemas. ¿Qué lugar podría tener para vos la poesía respecto este diálogo con la certidumbre?
-Tiene el más alto lugar. La poesía, que para mí es por sobre todas las cosas canto, nace desde cuando inventamos el fuego, es la más antigua de todas, y sigue siendo algo parecido. Entonces, si vos me preguntás por un lugar entre la filosofía y la naturaleza, yo te diría que se parece a la naturaleza, humana. Pero la filosofía a mí me ha dado muchas cosas, me ha permitido leer libros que no hubiera leído jamás, y la aprecio mucho.
Tres poemas de Diana Bellessi
Algo de aquel fuego quema…
I.
Algo de aquel fuego quema todavía.
La luz del sol móvil
sobre la copa de los árboles,
y mi corazón desbocado, de deseo.
Afuera, al alcance de mi mano
la fiesta.
Los tiempos verbales
amarrados, como helechos a una misma piedra.
II.
Paso por un pueblo borrado de arena.
Un resplandor fogoso lo detiene.
Entro a un café desierto
con las ventanas levemente entornadas
y una mosca zumbando frente a los espejos.
La cerveza esta helada y amarga.
Una mujer vestida de negro cruzo la calle,
la memoria,
como un relámpago oscuro su tarde de verano.
V.
Dormí a la sombra de su casa
en la isla San Cristóbal, bautizada Chatman por
balleneros norteamericanos.
Me invitó con té, un mazo de cartas y su serena
desgracia. Caminé despacio. Playas de seda
festoneadas de cangrejos e iguanas,
el volcán al centro y las lloviznas sobre el lago,
los naranjales pudriéndose a orillas de las estancias.
Después me fui a Floreana, la de la arena negra,
y a Santa Cruz, donde abundan las tortugas gigantes,
los refugiados nazis y los manglares.
En la Isabella recogimos cocos con el chileno
pescador de tiburones, a quien luego perdí el destino
y quizás, se hizo a la mar en balsa
de Guayaquil a las Galápagos.
De regreso visite al ciego, contador de historias,
guitarrero, en cuya casa dormí.
Me dio una carta para sus parientes
en Guayaquil. Y nunca la entregue.
Seria de vida o muerte,
De que sería la espesa grafía que dictara el ciego
puesta entre mis manos sin sospecha
Nunca la entregué. Estará esperando todavía.
Estará esperando.
VI
Ahora que nunca volverás, mi amiga,
y no tejeremos recuerdos y palabras
como una estera que nos proteja del viento.
Para sentarnos allí,
y contar la saga, noche a noche
mientras se consume el kerosén de las lámparas.
Ahora que nunca,
solo a mí me toca
darles vuelta a los niños
la cara.
Y guardar risas, gestos furiosos,
miradas
que hacían el amor
la danza.
Aquella melodía humana
compartida en ciudades
en carreteras salvajes
hoteles y carpas,
aquella melodía
que ya no escuchas, mi amiga,
y se hace humo, en el aire lento del mañana.
(De Crucero ecuatorial, 1983)
Fresno en otoño
Reconcentrado en sí mismo.
El sol lo baña
con un agua de oro
e ilumina vastos paisajes
de pájaros y ojos.
Entra en meditación.
(De Tributo del mudo, 1982)
He construido un jardín…
He construido un jardín como quien hace
los gestos correctos en el lugar errado.
Errado, no de error, sino de lugar otro,
como hablar con el reflejo del espejo
y no con quien se mira en él.
He construido un jardín para dialogar
allí, codo a codo en la belleza, con la siempre
muda pero activa muerte trabajando el corazón.
Deja el equipaje repetía, ahora que tu cuerpo
atisba las dos orillas, no hay nada, más
que los gestos precisos
dejarse ir para cuidarlo
y ser, el jardín.
Atesora lo que pierdes, decía, esta muerte
hablando en perfecto y distanciado castellano.
Lo que pierdes, mientras tienes, es la sola compañía
que te allega, a la orilla lejana de la muerte.
Ahora la lengua puede desatarse para hablar.
Ella que nunca pudo el escalpelo del horror
provista de herramientas para hacer, maravilloso
de ominoso. Sólo digerible al ojo el terror
si la belleza lo sostiene. Mira el agujero
ciego: los gestos precisos y amorosos sin reflejo
en el espejo frente al cual, la operatoria carece
de sentido.
Tener un jardín, es dejarse tener por él y su
eterno movimiento de partida. Flores, semillas y
plantas mueren para siempre o se renuevan. Hay
poda y hay momentos, en el ocaso dulce de una
tarde de verano, para verlo excediéndose de sí,
mientras la sombra de su caída anuncia
en el macizo fulgor de marzo, o en el dormir
sin sueño del sujeto cuando muere, mientras
la especie que lo contiene no cesa de forjarse.
El jardín exige, a su jardinera verlo morir.
Demanda su mano que recorte y modifique
la tierra desnuda, dada vuelta en los canteros
bajo la noche helada. El jardín mata
y pide ser muerto para ser jardín. Pero hacer
gestos correctos en el lugar errado,
disuelve la ecuación, descubre páramo.
Amor reclamado en diferencia como
cielo azul oscuro contra la pena. Gota
regia de la tormenta en cuyo abrazo llegas
a la orilla más lejana. I wish you
were here amor, pero sos, jardinera y no
jardín. Desenterraste mi corazón de tu cantero.
(De El jardín, 1992)
Fotos, Silvina Salinas (La Capital).