“Más que en dólar billete, hoy por las tasas subsidiadas y el nivel del dólar oficial, es un momento para invertir en tecnología”. Lo dice Gabriel Fernández, el titular de AFG Ingeniería, una empresa rosarina que provee soluciones de ingeniería industrial a grandes empresas del mundo y que trabaja en las fronteras de innovación del sector manufacturero.
En el parque industrial de Uriburu y Avellaneda, la empresa está invirtiendo u$s 2 millones para ampliar la nave industrial de 3.600 metros cuadrados e incorporar robots y equipos de montaje. Allí se mudaron en 2020, aprovechando los nueve meses de parate a los que los obligó la pandemia. La impasse los agarró en uno de los momentos de mayor expansión, asociada entre otras cosas al desarrollo del nuevo modelo de la planta de General Motors en Alvear.
Es que el gran salto productivo de AFG está vinculado a la industria automotriz, y más específicamente a las inversiones de la marca norteamericana. Tras un duro proceso para convertirse en proveedores del complejo fabril de Alvear, en 2014 se consolidaron como parte de ese ecosistema a partir del comienzo de la fabricación del Cruze.
La firma que conduce Gabriel Fernández provee soluciones a los desafíos que surgen en la línea de montaje. La última joya es el sistema de almacenamiento inteligente diseñado y montado para resolver la gestión del cúmulo de vehículos que se genera en una línea de producción que saca un auto cada 110 segundos. Pero no es el único proyecto. Hoy se consolidan como proveedores regionales de la firma, próximos a desembarcar en la filial colombiana. Pero para eso tuvieron que recorrer un largo camino, en el que compitieron y trabajaron con estadounidenses, alemanes y coreanos. “Les absorbimos todo el conocimiento y el método de trabajo, ellos son muy eficientes pero nuestra competitividad está en el ingenio”, señala Fernández.
Afirmado como proveedor de la industria automotriz y también de la línea blanca, ahora van por la de maquinaria agrícola, a la que acompaña en su actual proceso de inversión para expandir su capacidad productiva. La historia de Fernández tiene un punto de contacto con el antiguo cluster autopartista de Barrancas, la localidad que referencia el punto medio de la provincia. Allí, donde en los 70 y 80 reinaron fábricas y talleres de autopartes para reposición, el empresario cursó el secundaria en la escuela técnica, mientras trabajaba de jardinero en Pueblo Irigoyen, su localidad natal. Luego vino la carrera de ingeniería mecánica en la UTN Rosario, su inicio como operario metalúrgico en una fábrica de Firmat y, tras la crisis y el big bang económico de 2001/2002, sus inicios con una empresa independiente.
En 2004, en el inicio del proceso de reindustrialización, Fernández vendió una moto y montó un taller, junto a dos socios, en Santiago y Gutiérrez. Al tiempo siguió sólo en su actividad de proveer soluciones de ingeniería a las empresas. “El trabajo es constante, hay que entender que nosotros entramos a trabajar a una fábrica cuando los otros descansan, lo feriados, las vacaciones, etcétera”, señaló.
Expansión y pandemia mediante, el nuevo ciclo de alza de la actividad industrial lo encuentra en pleno proceso de transformación de su propia empresa, que llegó a gestionar 26 proyectos a la vez. En lo edilicio, se mudaron al parque industrial, pasaron de 70 a 130 operarios (la plantilla tiene un promedio de 22 a 29 años) y prevén llegar a 150 en los próximos tiempos, de la mano de las nuevas inversiones.
Pero la meta es mucho más alta en materia de empleo (500) y expansión productiva, en la medida que avance con la estrategia “20/30” que tiene la empresa. “Mi visión es que la mayoría de la industria argentina está anclada en los noventa y nosotros queremos ir a la industria 2030, colaborativa, innovadora, tecnologizada con todas las herramientas de la industria 4.0”, dijo.
En ese concepto se basa su “proyecto Cero” de transformación empresaria, que tiene un primer paso: la creación de un cluster de proveedores nacionales que, a través de la plataforma de software desarrollada por la misma AFG, puedan integrarse en un sistema productivo que les permita ganar escala. “De la misma forma que en nuestra planta podemos ver el avance en tiempo de real de un proyecto, se puede automatizar la relación con un fabricante de otra localidad para colaborar en un proceso productivo, explicó. Puso como ejemplo el propio sector automotor. “Hoy no hay mayor porcentaje de integración nacional porque falta escala, con un proyecto de esta naturaleza se podría lograr, estamos hablando a lo mejor de trabajos de u$s 40 millones que entre diez se pueden hacer”, agregó.
El desafío no es sólo juntarse. También medir, establecer prototipos, cumplir estándares y hasta desarrollar una métrica para las transacciones dentro de un sistema productivo, son condiciones necesarias para que el plan tenga éxito. Con la tecnología es posible y esa es la pelea a la que hoy se aboca Fernández. Da charlas con empresarios, entidades y centros educativos en busca de esa masa crítica. A la planta de AFG van empresarios, políticos y representantes de instituciones vinculadas al sector productivo para ver esa plataforma en el terreno. Al recorrer el predio se pueden ver grandes pantallas monitoreando el proceso y a jóvenes recién llegados al establecimiento operando la máquina más cara y compleja de la línea. “Capacitar a un operario y entrenarlo, con la actual tecnología, es fácil, por eso lo que calificamos para el ingreso es básicamente la actitud y la iniciativa”, indica. Y completa: “Hoy los técnicos hacen trabajo gerencial”.
En la nave industrial de AFG, una computadora exhibe el plano de la máquina a desarrollar, la pieza a incorporar en el botón que hay que apretar. “Es sencillo, fácil, como un mecano”, asegura. Lo difícil, dice, es crear la solución a los problemas que se presentan una línea productiva. Y ahí entra el ingenio, la iniciativa y la colaboración.
“Un pantógrafo de corte láser más rápido no impactará en la productividad de una industria si la chapa se sigue cargando con equipos manuales y la pieza se acumula en el piso. Los cuellos de botella de las líneas de trabajo sólo se resuelven con tecnología de automatización y gestión integral de los procesos”, explica.
La apuesta de la empresa es mejorar la productividad de sus clientes. Y en esa tarea se destacan sus desarrollos de celdas robotizadas, medios de intralogística inteligente y líneas de producción automáticas.
En AFG hay más mesas de reuniones que escritorios u oficinas individuales. Las mentes brillan más fuerte si interactúan.
“Hoy el Estado ayuda mucho con créditos blandos y la administración de la política industrial, pero creo que hay que ir mutando del apoyo a la compra de un bien de capital hacia el concepto del proceso de producción, para que, por ejemplo, el financiamiento de una máquina se oriente a acompañar la creación de un taller de tres o cinco personas, incluso con los mismo operarios que quieran independizarse”, describió. Su apuesta es que se cree y fortalezca una red empresaria con esa misma impronta.
De hecho, AFG asiste a estos emprendedores técnicamente, con demanda y financiamiento, integrándolos a sus proyectos. Así espera llegar a 500 personas ocupadas. En Barrancas, la patria chica en la que hizo sus palotes de educación técnica, ya tienen dos empresas asociadas, de cinco trabajadores. Y sigue evangelizando.