Un testimonio de Villa Devoto

¿Qué cosas extrañas puede llegar a pensar un hombre que está muriendo? ¿Qué cosas extrañas puede pensar un hombre que está matando? La voz de Haidar me llegó en la oscuridad, pausada y casi monótona, reviviendo con fría objetividad los sucesos del 22 de Agosto. Estábamos acostados en nuestras camas, solos en una celda de Devoto.

  "A eso de las dos de la madrugada nos dijeron que armáramos el mono y formáramos en el pasillo, que nos iban a trasladar. (...) De pronto sentimos gritos y tiroteo de ametralladoras. Pensamos primero que era un simulacro para intimidarnos, pero cuando vimos caer a los primeros atinamos a tirarnos de vuelta dentro de las celdas. Después cesó el tiroteo y durante un momento hubo absoluto silencio. Oímos a uno que los puteaba. Creo que era la voz del petiso Ulla. Entonces empezaron los tiros de 45. Estaban rematando. Alberto me contó después que él y Cacho, se despidieron muy sencillamente. «Esto es la boleta, chau, Cacho. Sí, es la boleta, chau, Alberto». Yo no me acuerdo si me despedí de Carlitos. El teniente Bravo entró a la celda de ellos y les preguntó: «Hijos de puta, ¿van a declarar como tienen que declarar, o no van a declarar?» Ellos lo mandaron al carajo y les tiró un tiro a cada uno. Después entró a nuestra celda con la pistola amartillada y preguntó lo mismo. Entonces le dijimos que sí. Nos miró sorprendido, bajó el arma y se fue.

  Enseguida entró el capitán Sosa. Sin preguntar nada nos pegó también un tiro a cada uno. A mí el balazo me hizo dar un giro completo en el aire y caer de rodillas al piso, con medio cuerpo sobre la cucheta. Los lentes cayeron también sobre la cucheta, veinte o treinta centímetros más allá de mi cabeza. Yo los veía y veía también el charco de sangre que se iba formando debajo mío. Pensaba, ¿agarro los lentes o no los agarro? Si no agarro los lentes, no veo nada. Pero si agarro los lentes y alguno me está viendo se va a dar cuenta que no estoy muerto y me remata. Mejor no agarro los lentes. (...) Al fin escuché voces preguntando que había sucedido. «Se quisieron escapar», decía Sosa. «Pujadas me arrebató la ametralladora». Por el rabillo del ojo vi un guardapolvo blanco. Entonces sí me quejé, para que vieran que estaba vivo. Cuando me pusieron en una camilla me desmayé y desperté en el Hospital Naval de Bahía Blanca".

(fragmento del libro Del Cordobazo a La Tablada, inédito).