En marzo de 2005 una nueva empresa de televisión por cable desembarcaba en Rosario planteando una innovadora visión dentro del competitivo mundo del mercado: su estrategia principal consistía en "tercerizar los servicios al punto de no tener que ofrecerlos". Bajo el lema "Enganchate a compartir", Pinche Empalme Justo ofrecía, a través de un sitio web y distintas piezas gráficas, todos los detalles de un secreto a voces: cómo colgarse del cable. La acción se completó con un stand ubicado en Corrientes y Córdoba durante cuatro días, donde jóvenes promotores repartían flyers invitando a conocer los beneficios de "la primera empresa de tv por cable, 100 por ciento gratuita y autoinstalable de la República Argentina". La reacción no se hizo esperar y en octubre de ese año Multicanal inició una demanda por "instigación a cometer delitos" al artista Fabricio Caiazza, uno de los autores de la obra. Sin embargo, tuvieron que pasar cuatro años para que una apelación finalmente determine que el arte y la ironía no son delito.
Cada época elabora sus propias relaciones entre la tecnología disponible y el arte imaginable, y fruto de estas relaciones han surgido valiosas prácticas artísticas a lo largo de la historia. En ese sentido, Pinche Empalme Justo (Cateaters, 2005) se inscribe dentro de las acciones que promueven nuevos modos de reflexionar sobre las actuales condiciones de producción y distribución de la información y la libre circulación de los bienes culturales, en el marco de la denominada Cultura Libre, filosofía cuyos principales ejes son las fronteras culturales y jurídicas de la propiedad intelectual en internet.
Si bien no todas las zonas del arte ponen de relieve su confluencia e interacción con la tecnología, arte tecnológico, poéticas tecnológicas y tecnopoéticas son algunos de los nombres que existen para las que sí lo hacen agrupando, de este modo, a "obras, proyectos, no-obras, ideas, personas y programas artísticos que de variadas maneras, incluso en formas políticas a veces irreconciliables, asumen en cada momento el entorno técnico del que son parte y actúan en consecuencia". Esta definición forma parte de Tecnopoéticas argentinas. Archivo blando de arte y tecnología (Caja Negra Editora), un libro de producción colectiva que aborda los diversos modos en que arte y tecnología se han cruzado en Argentina desde los inicios del siglo XX hasta la actualidad.
La publicación ofrece una serie de textos (definiciones, breves ensayos, reflexiones, descripciones) que, ordenados alfabéticamente a modo de diccionario, recorren las experiencias que nacieron de ese cruce. En diálogo con Señales, Claudia Kozak (doctora en Letras por la UBA, docente, investigadora del Conicet y compiladora del libro) explica que se denominó al libro archivo blando "con la idea de darle un formato flexible, abierto, que pueda leerse de a ratos, trazando recorridos en el momento". Precisamente, ese formato "blando" permitió cruzar artistas, épocas y experiencias, generando a su vez múltiples lecturas. Así, el archivo se puede recorrer siguiendo el orden alfabético o bien de acuerdo a motivaciones o intereses personales.
Los modernos
En Argentina es posible hablar de tecnopoéticas desde principios del siglo XX, cuando comienzan a instalarse fuertes imaginarios de modernización tecnológica. Esto coincide además con un momento en donde algunas vanguardias se posicionan frente al fenómeno técnico de su época. "Allí encontramos desde miradas exaltatorias hacia los nuevos paisajes tecnológicos (Futurismo), que veían una gran oportunidad para desembarazarse del lastre de la tradición, hasta miradas más bien desviacionales (Surrealismo), que hacían girar en falso esos mismos imaginarios de modernización tecnológica", explica la compiladora.
El debate se instala en el país en 1909 cuando se publican en un diario de Buenos Aires los once puntos centrales del Primer Manifiesto del Futurismo, apenas un mes después de la publicación original en París. Antes de este hecho, pero desde estéticas muy diferentes, hay una atmósfera técnica que, mezclada con lo fantástico, se lee en textos como Las fuerzas extrañas, de Leopoldo Lugones, publicado en 1906, y también puede verse en la fascinación de Horacio Quiroga por la fotografía, el cinematógrafo y la velocidad.
Kozak opina que es difícil hablar de artistas y obras sin aclarar que puede estar dejando fuera algo o alguien que podría resultar significativo. Por eso se refiere a movimientos y géneros a la hora de hablar sobre quiénes han sentado un precedente en nuestro país. De hecho, el libro trabaja en torno a tres momentos que condensan la relación arte- tecnología, que a su vez coinciden con una fuerte imaginación tecnológica operando en la cultura.
El primero de ellos en los años veinte, con la revista Martín Fierro y parte de la poesía de Oliverio Girondo; también en la plástica, con la aparición del cubofuturismo, a partir de la vuelta de Emilio Pettoruti al país en 1924.
El segundo momento tiene lugar en los años sesenta, cuando la conexión entre medios masivos, electrónica y vida cotidiana hace surgir una escena multimedial con gran visibilidad en las principales ciudades del país. En opinión de la investigadora, estos años fueron claves porque "recogieron lo desarrollado en las décadas anteriores y lo conectaron con distintas vertientes de las neovanguardias, haciendo evidente que la disponibilidad tecnológica permitía cruzar los bordes y conectar música, palabra, visualidad y cuerpos". El arte tecnológico adquiere un nuevo impulso: los artistas buscan en él nuevas formas de aproximarse al mundo sin necesidad de cambiarlo: su mirada deja de ser utópica, para ser más bien analítica y conceptual.
El último momento, con proyección al presente, arranca en la última década del siglo XX con la irrupción de la tecnología digital que se instala en muchos ámbitos de la vida cotidiana generando, según Kozak, "una atmósfera técnica omnipresente". El arte, por supuesto, también se ha visto interpelado en múltiples sentidos: en la proliferación de experiencias artísticas mediadas por dispositivos digitales; en la facilitación de cruces multimediales; en la multiplicidad de posibilidades para un arte participativo que si bien antes existía, ahora se ha potenciado; en las experiencias de producción casera y auto edición (de sonido, imagen, texto), que habilitaron una nueva generación de prácticas artísticas del tipo hágalo usted mismo (DIY: Do It Yourself).
En la actualidad, además de la línea vinculada con la cultura libre, el software libre y nociones asociadas como las de código abierto, no autoría o remix, se destacan el desarrollo de las artes electrónicas, de la mano de artistasprogramadores como Leonardo Solaas, Leo Núñez, Milton Läufe y Emiliano Causa. También el denominado bioarte, que utiliza la investigación ligada al cuerpo humano como punto de partida. Por ejemplo, la artista rosarina Luciana Paoletti (también biotecnóloga e investigadora de Conicet), que en sus trabajos reemplaza la pintura por bacterias obtenidas de diferentes fuentes, luego pinta sobre soportes con nutrientes y, cuando los microorganismos crecen, aparece la imagen que finalmente es fotografiada.
La era digital que hoy vivimos multiplica la posibilidad de los artistas de experimentar e interrogar permanentemente sus propias poéticas. Disciplinas nuevas como el bioarte, donde se cruza lo digital con lo biológico; espacios nuevos como el cibermuseo, cuyas piezas se recolectan y se difunden a través de plataformas multimedia; y zonas como la tecnopoesía, la videopoesía y la poesía digital, que hacen emerger a la literatura en un nuevo contexto, son algunas de las tecnopoéticas actuales que invitan también a reflexionar sobre los nuevos escenarios, no sólo de producción sino también de recepción, de una multiplicidad de manifestaciones artísticas que se encuentran y se desarrollan en un estado de constante experimentación.