Camina sin apuro, observa la ciudad, sus calles. Usa pantalón, camisa de jean y un
saco, y lleva un bolso donde guarda su computadora. Es tranquilo, le gusta contar historias y cada
tanto dice, en un medio tono, algunas verdades que pueden molestar. No usa las típicas muletillas
del mundo del rock ni del ambiente de las artes plásticas. Sin embargo es un integrante de ambos
mundos. Su nombre es Ricardo Cohen, sus amigos le dicen Mono y sus obras, replicadas por miles,
llevan su firma como artista visual: Rocambole.
Dice que no le pesa ser el creador de la imagen de Los Redonditos de Ricota, que
aún mantiene "el sueño del pibe" de crear una revista de historietas y que la falta de educación
visual "nos hace carne de la televisión".
Cohen fue invitado a Rosario por el Centro Audiovisual Rosario (CAR) para que
cuente su experiencia en el II Encuentro de Animadores, realizado pocos días atrás. Es que el
dibujante tiene un estudio de animación y arte digital. En diálogo con Señales recreó parte de la
historia de Los Redondos, pero también habló de la importancia de la educación visual (fue
vicedecano de la Facultad de Bellas Artes de La Plata, adonde es profesor) .
—¿Cuál fue el primer trabajo para Los Redondos?
—El momento exacto en que nacieron: "Esta noche se acostaron siendo
cualquier cosa y a la mañana se levantaron como Los Redondos", no se sabe muy bien. Pero la leyenda
dice que más o menos entre el 76 y el 78, en La Plata, comienza a armarse el grupo enmarcado en esa
especie de deformidad que se hacía por entonces, el happening. Después vino el nombre, que fue
creado con cierta urgencia en Salta, adonde habían ido a tocar. Se necesitaba un nombre para la
difusión. Yo les hice un afiche, no en ese momento sino para la segunda vez que actuaron con ese
nombre, actuación que se frustró. O sea nunca se usó, pero suelo exponerlo.
—¿En ese entonces pensabas que estabas trabajando sobre la imagen del
grupo o simplemente dibujabas?
—Era una actividad natural porque éramos un grupo de gente de La Plata y
como yo era el que habitualmente andaba con las artes plásticas, lo más normal era que me dijeran
"Mono, ¿por qué no nos hacés tal cosa?". En realidad, ahora que lo pienso, lo primero que hice fue
decorar la sala de ensayo. Pinté en el techo unas nubes con estrellas y saturnos.
—Después te convertiste en el traductor visual del grupo.
—Claro (risas), fui como el vocero visual del grupo. Igual, lo que hoy
podemos denominar imagen del grupo surgía de charlas comunes, y de una especie de ideología
espontánea, teníamos las mismas lecturas, las mismas situaciones ideológicas, políticas,
artísticas, estéticas.
—¿Y qué pensás cuando hoy ves tus dibujos de entonces reproducidos por
miles, incluso tatuados?
—No dejo de asombrarme y emocionarme ante esas imágenes que uno hizo sin
pensar que fueran a difundirse tanto. Siempre me emociona encontrar una imagen de esas en una pared
o una remera. Y en un tatuaje... eso es peor, eso me impresiona, eso va a durar hasta que el tipo
se muera. Es fuerte.
—Una vez le preguntaron a Dalí la diferencia que existe entre un original
y una foto, y él, refiriéndose a Velázquez, respondió que la diferencia eran unos cuantos millones
de dólares. ¿Vos que opinás de la reproducción en el arte?
—Y claro, se entiende, Pero hay otras diferencias, nosotros acá, lejos de
los grandes centros artísticos, nos criamos con una cultura de reproducciones. Yo tenía una idea,
por ejemplo, de los pintores del Siglo de Oro español, amaba al Greco, adoraba a Velázquez, pero
trajeron a Buenos Aires una muestra del Siglo de Oro Español, todos originales, y cuando vi un
Greco por primera vez me asombré, porque al observar la textura, vi cómo el tipo había aplicado la
mano, encontraba cosas fantásticas. Por más que esos cuadros tienen siglos, y han variado algunas
de sus condiciones originales, no es lo mismo que la reproducción.
—¿Igual, vos valorás la copia y su relación con el aprendizaje?
—Sí, me parece que la única manera de aprender es copiar, o una de las más
importantes. En ese caso muchos teóricos de la educación se levantarán a pegarme (risas). Pero
bueno, a mí me parece que es así. Uno podrá tener ideas fantásticas, pero para que eso tenga alguna
eficacia necesita una solidez de realización. Como práctica, copiar está bien; obviamente no
solamente copiar, una vez que uno se siente fuerte con sus habilidades tiene que empezar a explorar
campos. Además es fundamental, como en todos las cosas, equivocarse. Hay que pensar que uno no es
un cirujano, uno puede equivocarse, no mata a nadie.
—Tus inicios en el dibujo seguramente se remontan a la infancia, al menos
eso es lo que todo dibujante dice. ¿Vos también?
—Claro, esa es la muletilla que uso para mis conferencias (risas). A los
dos años y medio aprendemos las tres cosas más importantes que nos van a servir en la vida que son:
caminar, hablar y dibujar. A los 5 años son fantásticos, porque ya dominan todo. Uno le dice a un
chico de 5 años "haceme una ciudad", y el pibe no dice "no me sale", se pone a hacerlo. Dibuja
aviones, autos, edificios, probablemente hay algo que pasa entre los 5 y los 12 años...
—La escuela.
—Si (risas), que hace que esa habilidad se anule. Pero parece que en esta
sociedad se necesita más hacer cuentas o hablar bien, porque se insiste más bien en un sistema de
pensamiento de tipo verbal, y hay otro modo de pensar. La cabeza de un dibujante, después de años
de entrenamiento, con su vista y su mano, es diferente, porque al mundo lo ve como a un campo donde
pasan cosas. El dibujante es capaz de ver en profundidad, compositivamente. La educación tendría
que apelar a desarrollar el lenguaje visual, no digo que todos sean artistas, que todos sean
dibujantes, sino la capacidad de usar el ojo, porque nos están mandando muchísimos mensajes a
través de la imagen, para ordenarnos lo que tenemos que comer o comprar. Y nosotros sin educación
visual somos carne de televisión. De hecho, yo aprendí a leer con las historietas, antes de ir a la
escuela. Era tal la fascinación que tenía por esos personajes que quería saber qué decían.