La experimentación formal y las voces del lenguaje cotidiano no suelen llevarse
bien en literatura. Precisamente en ese punto de difícil articulación se sitúa Ariel Williams, una
de las mejores voces de la poesía argentina actual. "Para mí, cada habla social es un mundo, un
lenguaje riquísimo que me abre muchas posibilidades creativas. Al escribir poesía hay que responder
a eso que se escucha, que murmura entre dientes, trabajarlo desde un horizonte que es a la vez
parecido y distinto", dice.
Nacido en 1967 en Trelew y residente en Puerto Madryn, Williams es autor de los
libros de poesía Viaje al anverso, Lomasombra y Conurbano sur y fue incluido en la Antología de
poesía patagónica publicada hace poco en España. Con su último libro, Los fronterantes, obtuvo una
mención en el concurso de poesía Olga Orozco. Convocado por la Universidad Nacional de San Martín a
través de su revista Nómada, el certamen reunió a 785 participantes de 24 países de América y
Europa.
La Patagonia, su ámbito de residencia y trabajo, está presente en la reflexión
de Williams. "Hay un imaginario que se ha ido construyendo —señala—, que ha sido
retomado y resignificado por distintas tradiciones, como la de los relatos escritos por los
viajeros que atravesaron y atraviesan aún hoy en día la Patagonia. Nosotros mismos hemos sido
moldeados por ese imaginario". Hay también "una dimensión política" para observar: "Términos como
vacío, nada, significan y significaron también vaciamiento y nadificación producidos por el
genocidio cometido contra los pueblos originarios, las masacres de peones, el despojamiento
permanente de la población".
Williams cita un verso de Jorge Spíndola —"todo es pasado, todo está por
suceder"— para señalar "uno de los despojamientos a que nos somete esa metafísica: se nos
despoja del presente —la Patagonia percibida como región que acumula todo el pasado y todo el
futuro— con una percepción que nos hace invisibles como seres históricos actuales".
El jurado que distinguió a Los fronterantes, integrado por Antonio Gamoneda,
Gonzalo Rojas, Juan Gelman y Jorge Boccanera, aludió a "la sucesión de metáforas que designan, bajo
lámparas agitadas por el ventisquero, un trasiego de frontera" y de "un paisaje de fin de mundo,
campamentos bajo cielos helados, personajes en semipenumbra deambulando en el centro de la
nada".
"Esa es una descripción hermosa del paisaje de mis libros —dice
Williams—. Hay un imaginario de fin del mundo que ha marcado la idea que se tiene de la
Patagonia con el que tal vez no estoy tan de acuerdo. Pero es cierto que hay una experiencia de la
inmensidad de los espacios y de seres humanos olvidados".
Y se adentra en una franja autobiográfica: "Viví con mi padre —era
ingeniero agrónomo y trabajó toda su vida en campos y chacras— experiencias muy fuertes de
viajes por la provincia del Chubut, noches pasadas bajo una lona en la inmensidad de la noche
patagónica o envueltos en una bolsa de dormir adentro de un galpón, en plena helada".
Para Williams, esa suma de vivencias "que en su momento no supe valorar del
todo, me han marcado profundamente. De todos modos, no han desembocado en un regionalismo
tradicional, por suerte. Creo que más bien se han conservado como experiencias de asombro increíble
y desde él aparecen en mi escritura".
El fallo del concurso agrega un comentario acerca del lenguaje del poeta, en el
que señala "palabras mordidas, acopladas, terrosas (que) se hacen una con la tierra rala (y) tejen
con hondura el murmullo del olvidado".
"Me identifico —dice Williams— con esa idea de palabras pronunciadas
entre dientes, mordidas, llenas de tierra. Creo que uno de los registros a los que estoy atento es
a ese murmullo que son muchas hablas silenciadas, un murmullo lleno de belleza y de tristeza.
Existen hablas sociales y mundos culturales que tienen una enorme riqueza expresiva y muchas veces
no son escuchados desde ese punto de vista".