Leila Guerriero honra al oficio del periodismo desde un sitio sustancioso,
delicioso: la crónica. Aunque no la crónica urgente, empaquetada en un centimetraje fijo y que
corre contra un horario de cierre, sino la crónica extendida, degustada con paciencia oriental en
todo su proceso de realización, desde la producción hasta la escritura. La crónica periodística
parece estar volviendo, y Guerriero está entre sus mejores cultoras.
Redactora de la revista dominical de La Nación y de media docena de
publicaciones relevantes de Latinoamérica y España (como Gatopardo y El País semanal, entre otras),
Guerriero se interna en convivencias transitorias con sus entrevistados que pueden alcanzar una
semana completa, con jornadas de hasta 15 horas por día. Luego se despide, agradece, carga con las
decenas de horas grabadas y varios anotadores desbordados de registros no sonoros y, sólo recién
entonces, redacta el material.
Conocedora —se autodefine— de los pliegues de la vida de pueblo, por
su Junín natal, Guerriero, "una chica pudorosa", llega a la cita con señales en un café del barrio
de Almagro dispuesta a hablar, con argumentos, de la crónica periodística. Un género en
ascenso.
"Siempre trabajé en revistas, nunca en diarios —confiesa—. Fue una
elección. El tiempo que yo le dedico a una crónica no está disponible en los modos de producción de
los diarios, aunque imagino que habrá una manera de hacer las cosas bien en un diario, del mismo
modo que en una revista. Le he dedicado cuatro meses a una crónica, aunque en el mientras tanto
complemento con otros trabajos más cortos, porque editorialmente no se propicia mantener a un
periodista dedicado a una crónica durante cuatro meses, no tiene sustento económico en la
Argentina, aunque sí en otros países".
—Con la creciente presencia de internet en la vida de
los lectores es común escuchar "la gente lee cosas cortas, no se puede escribir largo porque nadie
te lee". ¿Es tan así?
—Diría que la gente lee cosas cortas porque no es
fácil encontrar algo interesante. Y si hay algo interesante y largo, también se lee. Por lo demás,
los lectores musculosos, que leen con intensidad, nunca fueron multitudes, ni antes, ni ahora. A su
vez, internet se presenta como una versión del papel empobrecido desde el momento en que, por
ejemplo, no respeta las pausas o los espacios en blanco que ofrece la diagramación gráfica.
—¿Y los blogs?
—Y, la verdad no entiendo bien el sentido de todo
esto, veo comentarios publicados de la gente y no ideas interesantes. Mi impresión es que estamos
ante el triunfo del opinólogo de a pie. Todo bien, pero a mí no me interesa sentarme en una mesa
con catorce señoras del barrio a llenarme de lugares comunes. Lo que veo en internet es apenas eso.
La pregunta es si todo eso nos sirve para algo, el chusmerío de la esquina o la queja por la
inseguridad.
—¿Cómo encarás tus crónicas de inmersión, eso de
pasarte días enteros con los personajes que estás entrevistando?
—Son experiencias agotadoras y muy ricas. En cuanto a
mi rol no tengo mayores problemas, sé mantener la distancia, mi lugar de entrevistadora, aunque
esté una semana seguida con alguien. Las historias que investigo son por lo general tristes, y a
veces extremas. Sin embargo no caigo en el lugar de la piadosa.
—Se entiende que no es insensibilidad. ¿Te ayuda tu
estilo?
—Se ve que soy una perra (risas), en verdad me
conmuevo en el momento de escribir la historia.
—En televisión han proliferado formatos supuestamente
periodísticos con cronistas caminado por las villas, las cárceles, confundiéndose con las víctimas.
¿Qué diferencias notás con la crónica tradicional?
—Ese tipo de programas de TV son una banalización que
termina naturalizando un paisaje que no debería ser natural. Van un día con los cartoneros, otro
día a la Villa 31, son pequeñas excursiones al zoológico. Aun así, es mejor que esté ese paisaje en
la televisión, antes que la negación de esa realidad.
—¿Y lo negativo de esa televisión?
—Es que nos hacen creer que se trata de periodismo en
serio, y no lo es. Además, en muchos casos, el narrador tiene un lugar de preponderancia superior a
lo narrado, y ése es otro déficit.
—¿Cuál sería la diferencia, en el tipo de
intervención en las crónicas, en tu caso como narradora, con el caso del cronista televisivo que
transita la villa con el micrófono abierto y toma protagonismo con su jadeo sufrido en medio del
barro?
—La verdad que no lo sé. Tal vez el cronista de TV
cree que con su jadeo le está haciendo un bien a la humanidad (risas). Diría que mi idea es tener
una presencia más esfumada en las crónicas. Tengo un poco la impronta pudorosa de la chica de
pueblo. Prefiero la discreción aunque también tuve mi revoleo de ego, cuando era más chica. La idea
es que la presencia del cronista vaya produciendo un suave efecto corrosivo sobre el entrevistado
que se ofrece en confianza. Pero la responsabilidad, como periodista, es garantizar ausencia de
sarcasmo y también de cinismo. El entrevistado ve el compromiso nuestro como periodistas, y toma
confianza.
—Vos decidiste escribir un libro a partir de una
gacetilla que llegó a una redacción y a la que nadie le dio importancia. ¿Fue pura intuición?
—Fue intuición y también interés personal. Tengo
temas que están claramente fuera de mi interés y otros que los siento como propios. En este caso,
historias disfuncionales, familias complejas, pequeñas historias del interior del país, tal vez
porque yo misma soy del interior.
—Por tu Junín natal.
—Conozco muy bien la trama de la comunidad chica, con
sus costuras, miserias, maravillas, bordes y zurcidos. Y también conozco bien Buenos Aires, llevo
muchos años aquí. Me siento un bicho de dos mundos.
—¿Tu modo de trabajo, la prosa que ofrecés, reconoce
referentes en esta profesión, ¿Ryszard Kapuscinski o Jon Lee Anderson están dentro de tus
pasiones?
—Sí, están en mi biblioteca, en los estantes de
periodismo, junto a Tom Wolf, a María Moreno y varios más. Pero mi referencia principal en esto de
la crónica periodística, donde se une una prosa cuidada con la información periodística, es Martín
Caparrós. Un periodista y escritor que nunca relaja la prosa, ni siquiera cuando está dando los
datos duros que requiere una crónica.
—¿Cuál es el secreto principal de una buena
crónica?
—Mirar, estar atenta, escuchar y nunca creer que los
detalles son menores. Como en el principio del iceberg, lo que emerge, lo que se escribe no debe
ser más del diez por ciento del total del témpano, de la información que conseguiste. Lo más
importante lo tenés ahí abajo, de sostén de las palabras escritas, que tendrán mayor solidez cuanto
más sólido sea el témpano donde se sostienen.