No es cierto lo que dice un personaje de La descomposición. Es posible narrar, Hernán Ronsino lo demuestra. Es más, instala al lector en la propia trama de esta historia que no es ninguna y es todas las historias a la vez.

No es cierto lo que dice un personaje de La descomposición. Es posible narrar, Hernán Ronsino lo demuestra. Es más, instala al lector en la propia trama de esta historia que no es ninguna y es todas las historias a la vez.
Eso de la imposibilidad de contar que un personaje le advierte al narrador de La descomposición no es más que un mensaje que, como si fuera una botella, es lanzado como un pedido de auxilio. Porque un síntoma de la angustia, sino el más importante, es no poder decir.
Y Abelardo Kieffer, el protagonista y narrador, tiene mucho para decir. Ronsino es, en todo caso, quien decide cómo y cuándo lo dirá.
Sonidos similares
Este hombre, ex director de un diario típico de una ciudad del interior, decide que es tiempo de abandonar el luto. Eso en el principio de la novela, sólo esa pista. A la que le añade la similitud entre el sonido que produce un hacha cuando golpea un tronco y el estruendo de un escopetazo. Algo violento se intuye, y lo hay.
Pero cuán cerca o lejos estuvo y está el protagonista de la violencia, de lo siniestro. O del miedo de sentir o, mejor aún, de vivir o morir.
La novela de Ronsino arroja al lector a un territorio de sospechas e intuiciones. Y en ese recorrido las certezas se nutren de un pasado que opera como rito de iniciación. Sino cómo leer esa manía tan típica de un grupo de hombres de ir a cazar liebres, y de arrastrar con ellos a un niño, para que aprenda.
Sino cómo leer en el relato del Colorado Kieffer la desaparición de una fábrica clave en esa ciudad pueblo, o el amor perdido detrás de las cortinas del puticlub de entonces.
Así, cada historia que el protagonista cuenta encadena la trama, hacia atrás y hacia adelante.
Cada personaje es cincelado por Ronsino con un perfil preciso y la historia, esa "capa subterránea", los envuelve una y otra vez para ser arrojados a veces impiadosamente sobre sus propias vidas.
El registro en el que escribe Ronsino tiene aroma a Juan José Saer, esos climas, los giros mínimos, la cadencia en que se mueve su prosa lleva esa impronta.
Un final que se construye desde el principio y que tienta a seguir la lectura con fruición para no dejar huellas sin descubrir o caminos sin transitar junto a este hombre que alguna vez estuvo en pareja y tuvo un hijo. Recorrido que por momentos parece acercarse y alejarse, a la vez.
El misterio lo rodea pero lo ha decretado: "Ya es tiempo de levantar este luto". Y ese anuncio permitirá una hendija por donde la palabra pueda jugar su mejor partida, para liberar la angustia, propia y ajena a la vez.

