Nací en la ciudad de Mendoza en 1955 y hace ya casi treinta años vivo en Canadá,
donde me recibí de fotógrafo comercial y publicitario. Comencé con un gran interés por la
fotografía documental. En 2002 tuve oportunidad de hacer mi primer viaje a India y después
prácticamente he ido todos los años. Siempre a hacer fotos, y ahora soy miembro además de la
Fundación Everest, con sede en Nueva Delhi, por lo que estoy en contacto directo con ese país
fascinante y su gente.
La muestra que presento en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia es una
selección de imágenes de una exposición anterior, Vida y muerte en el Ganges. En realidad, estas
fotografías son para mí parte de un proyecto que recién comienza.
Comencé haciendo fotos en Varanasi, por ser la gran ciudad sagrada de los
hindúes y además porque es impactante. Otras imágenes son del noroeste, de la zona de Rajhastan, en
el límite con Pakistán, y el desierto Thar. Lugares donde la tradición es bien antigua, la gente
sigue andando en camello.
Siempre vas a encontrar mucha gente en la calle. India es un país con más de mil
millones de habitantes y entonces hay pocas regiones donde uno se siente solo. Eso podría llegar a
ser un obstáculo para un fotógrafo, pero la gente es tan hospitalaria, tan amable, que no te hace
sentir un intruso. No sé si alguien me negó alguna vez una fotografía. Al contrario, la gente
prácticamente te pide que les tomes fotos.
Las imágenes hay que buscarlas, no están directamente en la calle. India te
presenta oportunidades, pero como en cualquier lugar hay que esperar la imagen, el momento de
suerte. Hay gente que te pide plata para sacar una foto o te ofrece ir a un lugar para tomar una
foto a escondidas. Yo me niego a eso, porque no robo ninguna fotografía. El 90 por ciento de mis
fotos han sido tomadas en contacto directo con el sujeto, y por ejemplo en el caso de las
cremaciones que aparecen en la muestra no me parecía correcto fotografiar de esa manera un momento
que es considerado sagrado. Hablando, los familiares me llevaron al lado de las piras donde se
hacían las cremaciones. Fue una experiencia muy fuerte, a veces faltan palabras para
describirlas.
La muestra tiene fotos en color, en blanco y negro y pintadas. En realidad
hubiera querido hacerla en monocromo, que es lo que más hago. Pero en algunas fotos, como la de las
mujeres en círculo, valía la pena mostrar el color. En otras es una cuestión de sentimiento: las
veo y digo "tiene que ser en color" o "vale la pena en blanco y negro".
En India los contrastes son muy grandes. En Nueva Delhi tenés la modernidad pero
uno nota esa tradición viviente que está en cada rincón.
Fotografié al hombre del camello en Rajhastan. Ese y otros fueron personajes que
se me presentaron, sin buscarlos. La imagen que sí busqué fue la de un viejito, el sadhu. Son los
hombres sagrados para los hindúes, gente muy respetada por haber dejado todo vínculo material en la
vida y que viven de la caridad. A ese viejito en particular yo lo había visto una tarde camino al
templo y no lo pude fotografiar. "Qué foto me perdí", pensé. Esa noche no podía dormir, quería
volver a verlo y no sabía cómo encontrarlo en esas callejuelas de Varanasi. Pero a la mañana
siguiente, muy temprano, lo vi.
(Entrevista: O. A.)
Hasta el 24 de agosto en el Centro Cultural Bernardino Rivadavia, segundo
piso.