La internacionalidad económica avanza pero se adapta. Una de las manifestaciones de ello es que asistimos a lo que Richard Baldwin llama la “cuarta globalización”. Que es la que corresponde a la economía del conocimiento. No solo porque el conocimiento abstracto y como insumo es relevante sino porque aplicado a los productos es el diferencial para el éxito.
El conocimiento productivo, manifestado a través de diversas formas y aplicado a la innovación, creación, elaboración o comercialización de bienes y servicios, se ha convertido en el principal motor de la economía global. Patentes, royalties, propiedad intelectual, know-how, servicios, innovación, ingeniería aplicada, diversas herramientas de creación de reputación, certificaciones y cumplimientos de estándares garantizados (públicos y privados), nuevas tecnologías para la diferenciación de la producción, diseño, marcas, management, técnicas de organización estratégica y productiva, capital intelectual en general y varias otras vías de “intangibles” productivos generan una nueva economía.
Actuamos en una economía global en la que la diferencia ya no la hacen máquinas, ni las plantas de producción, ni siquiera el capital o el dinero; sino el saber aplicado.
Podríamos llamar a esta nueva economía como “glognitiva” (global y cognitiva): una globalización integral y sistémica (que se consolidará con la salida de la actual pandemia) que puede ser calificada como “globalización hexagonal”. Porque es una vorágine que integra 6 flujos transfronterizos. El comercio internacional de bienes (que se redujo menos que lo previsto en 2020 y ya recupera fuerzas en 2021) y la inversión extranjera directa; sumados al comercio internacional de servicios (más dinámico que el de bienes) y a los flujos de financiamiento internacional productivo (que apuntalan proyectos innovadores); a los que hay que adicionar dos movimientos propios de la época: el tráfico internacional de datos, conocimiento e información (que creció 1.500 veces en diez años) y las modernísimas migraciones (físicas y especialmente virtuales que incrementan año a año la cantidad de trabajadores internacionales a través de las nuevas redes y tecnologías -nowhere people-).
El World Intellectual Property Report en un reciente trabajo titulado “la geografía de la innovación” (Local Hotspots Global Networks), elaborado por la World Intellectual Property Organization (WIPO), expresa que estamos una nueva economía incrementalmente global y apoyada en las llamadas “Global Innovation Networks” (GIN). Y que las empresas internacionales (aunque sean pymes -que algunos llaman ya micromultinacionales-) que se adaptan a ello son las que lideran la creación de valor en el mundo.
Esto es: las tradicionales cadenas globales de valor (redes de empresas que en el mundo que se consolidaron en los últimos 25 años y generan alianzas sistémicas productivo-comerciales que explican 75% del comercio internacional planetario) ahora están mutando hacia esas redes globales de innovación (GIN) en las que los que tienen éxito incrementable y sostenible en el tiempo han generado condiciones propias de la época nueva. Lo que les permite actuar directamente en esas redes o al menos hacerlo indirectamente -proveyendo a los actores que están dentro de ellas-.
Varios indicadores dan cuenta del fenómeno: la economía actual muestra más dinamismo en las exportaciones de servicios que en las de bienes; mientras -a la vez- se constata que en las exportaciones de bienes hay más presencia de calificadores “intangibles” en los productos -que los hacen más exitosos-; y también se comprueban crecientes cambios en esas cadenas globales de valor para adaptarse a una internacionalidad novedosa.
Por ende, para quienes pretenden exportar con éxito de manera sostenida y hacia el futuro lo relevante es actuar en la economía del conocimiento, la globalización de los intangibles, las redes de arquitecturas vinculares relacionales externas basadas en nuevos atributos competitivos y la diferenciación basada en la economía “glognitiva”.
Explica la WIPO que los pilares en base a los que este marco internacional se organiza son tres. Por el lado de los recursos humanos: su formación, sus habilidades y las migraciones. Por el lado del mercado: la formación de pools de organizaciones (asociaciones espontáneas de actores que interactúan entre sí retroalimentándose) y economía de escala. Y por el lado del conocimiento: información accesible y suficientemente capilarizada (spillover), capacidades tecnológicas disponibles y actualizadas y una naturaleza que interactúe con lo anterior.
La participación transfronteriza en las referidas GIN depende, pues, de inversión, empresas, personas, ambiente, soporte, creación y actualización de conocimiento.
Desde una perspectiva sistémica (adecuada a la época) para adaptar las plataformas de salida hacia estos sistemas productivo-comerciales internacionales hay cuatro niveles significativos que preparar: el microeconómico (las empresas con sus virtudes propias), el mesoeconómico (el entorno inmediato organizado para generar ecosistemas de proveedores y aliados/socios para el éxito), el macroeconómico (variables en políticas públicas equilibradas y ordenadas y un sistema jurídico que garantiza derechos subjetivos) y el metaeconómico (valores, creencias y cultura que alimenta las estrategias y las acciones posteriores).
Pues ante esto es inevitable advertir que en Argentina estamos en deuda. Es por ello un requisito proceder a la modernización de la economía argentina (en los 4 niveles antes referidos) para participar activamente de la nueva globalización cognitiva.
El índice de capital intelectual (elaborado hace algunos años) que mide cuánto capital intelectual (CI) participa en la formación del PBI en el mundo y cuánto en cada país señaló que mientras los principales países en el planeta (en materia de participación de CI en el PBI) son economías desarrolladas como Suecia o EEUU (con una participación del CI de alrededor de 70% en el PBI), Argentina logra una participación débil (solo 34,6%). Según Art van Ark, de The Conference Board, el capital intangible contribuye con alrededor del 45% en el promedio total del PIB mundial.
La Argentina, por lo tanto, se encuentra poco vinculada a las redes de la economía global del conocimiento y es preciso que se revise y mejore el desarrollo de atributos a los efectos de lograr la inserción internacional apropiada. No solo lo público son también las empresas. Los escasos resultados que puede exhibir nuestra intencionalidad hoy (apenas contribuimos con 0,3% del total de exportaciones planetarias cuando hace 60 años nuestra participación era 0,8% del total) nos califican.
Para tener más éxito internacional se necesita, pues, más conocimiento en los procesos de producción, nuevas tecnologías como soporte, más atributos y virtudes intangibles en empresas y productos. Y más saber hacer, mejor capacidad organizativa, desarrollo de innovación, modernas alianzas internacionales virtuosas, salto tecnológico, nuevos planes y acciones, modernización en estrategias, más calificación y cualidades singulares propias del nuevo tiempo en los productos (sean éstos primarios, insumos, bienes de capital o bienes finales; sean bienes físicos o servicios; sean a través de ventas spot o como parte de relaciones sistémicas).
La globalización cambia. Y exige. Podemos exportar granos, alimentos, máquinas, automóviles, partes de equipamiento, bienes intermedios, materiales, servicios y prestaciones profesionales, elementos productivos varios. Pero los mercados exigen adaptación al nuevo tiempo.
Ha comenzado la tercera década.
Por Marcelo Elizondo.
Director de la maestría en Desarrollo Estratégico Tecnológico [ITBA]; especialista en negocios internacionales