Cerrará Falabella, en 60 días, y dejará a 110 trabajadores desocupados o braceando con una changa. Ellos y todos los que dependían de esta tienda histórica en el corazón céntrico de Rosario sobre la que desde ayer se leen innumerables semblanzas históricas y anécdotas melancólicas. Lo que no se lee tanto, como siempre, son las estrategias de los ricos y famosos de este país, los países de la región y de esta ciudad para quedar como víctimas ante las crisis económicas.
Aunque hay excepciones que aclaran el panorama al momento del análisis político. Decir que estamos mal económicamente lo dice cualquiera con solo meter la mano en los bolsillos y si se es apenas un asalariado, más. Basta ver cómo el sueldo se desgrana entre las manos, cómo nos llenamos de deudas, de agobio, de incertidumbre.
Y digo que hay excepciones porque entre los recuerdos de La Favorita devenida en Falabella, y las observaciones de que el centro se queda vacío, se dice la mitad en esta ciudad donde ya hay 506.419 personas viviendo bajo la línea de pobreza.
Se dice la mitad porque por años, poco o nada se reflejó sobre los alquileres y gastos centrales obscenos que cobraban los dueños de los locales céntricos. No solo vivían de rentas: vivían muy bien mientras asfixiaban a los inquilinos con montos y cláusulas inauditas.
Ahora, tras la ida de la zapatería Borsalino hace dos semanas, sigue el vacío en la misma esquina pero con Falabella y sus capitales multinacionales. Y leo por parte del diputado Carlos Del Frade algo que aclara el panorama:
"Falabella facturó en 2018, 12.789 millones de pesos. Y en 2019, 25.644 millones de pesos, según el balance presentado en 2020. A razón de 70 millones diarios, 3 millones por hora y 48.789 pesos por minuto. Pasó del puesto 154 al 116 entre las mil empresas que más facturan en Argentina. El cierre anunciado no es resultado de ninguna crisis; simplemente no ganan lo que quieren".
Si esto se sintiera como un recorte, vale otra excepción periodística para el análisis. Es el dato que brindó anoche en su programa de televisión Brotes Verdes el periodista Alejandro Bercovich, sobre el popularmente conocido Impuesto a la riqueza, que no es más que un aporte solidario y extraordinario para palear una pandemia. Un gravamen con el que se podrían recaudar 300 mil millones de pesos para afrontar la pobreza actual y la crisis sanitaria, tras un endeudamiento internacional impiadoso por parte del macrismo más sus políticas que respaldaron a la clase social más favorecida.
Aseguró Bercovich que ya hay 79 reclamos judiciales de ricos (algunos no tan famosos) que se niegan a pagar el impuesto que dicho sea de paso es en pesos, no en dólares. Un sector legalista y republicano hasta que le gravan sus fortunas o debe aumentarles el salario a sus empleados, a quienes la inflación tiene más asfixiados que el propio Covid.
Dijo Bercovich y también lo publicó La Capital ayer y hoy en Economía, que el FMI, no un partido de izquierda ni el gobierno de Cuba o de Venezuela, recomendó al gobierno de Estados Unidos cobrarle el 2% a quienes tienen fortunas de más de 50 millones de dólares y un 3% a lo de más de mil millones de dólares para generar empleos e inversiones en obra pública.
¿Se entendió? El FMI le recomienda esto al presidente de Estados Unidos Joe Biden, quien como ironizó Bercovich "no es precisamente el Che Guevara". Y lo hace, entre otras cosas, por la gran evasión fiscal de ricos y famosos a los paraísos fiscales.
Allá y acá, no es verdad que los que tienen grandes fortunas quieren ganar: la verdad es que quieren ganar mucho, mucho y sin miramientos.
En mi barrio a eso le decían "angurria", los religiosos hablan de pecado: la codicia. Pero tal vez lo peor de todo es que los más castigados, los asalariados, los desocupados, muchos pobres o por serlo, aún siguen poniendo la culpa de todos los males en los indigentes: en los que cobran planes apenas para sobrevivir o los que viven en la calle y no pudieron ni podrán ya comprar en Falabella. Y ni hablar de los que hacen colas interminables para aprovechar y comprar algo cuando todo se cae a pedazos.
Llegué a ver una hilera de cuadra y media que llegó por peatonal Córdoba hasta mitad de calle Mitre. Es como ponerse a tomar sol al lado de quien se está ahogando. Ojalá reaccionaran con esa premura para defender a los trabajadores, asistirlos y reclamar juntos tanta precarización y desempleo. La sed de consumo y de oportunismo da pavor, desanima. Eso también es una miserable angurria.