El envejecimiento es un proceso natural y dinámico, que se da en una encrucijada entre los niveles biológico, psicológico y social. Por lo tanto, no podemos hablar de un único modo de envejecer; existen tantas formas de envejecer como personas en proceso de envejecimiento.
Comprendemos el envejecimiento como un proceso único, propio de cada subjetividad, donde cada uno llegará a esta etapa de la forma en que ha vivido los momentos vitales anteriores. En referencia a esta concepción, nos gustaría rescatar aquellas corrientes de la gerontología que conceptualizan a la vejez como una etapa de florecimiento, un momento de cosecha, sin escapar a la certeza de que cada etapa del ciclo vital tiene sus características, sus desafíos y su preparación propia.
Biológicamente en la vejez, el cuerpo físico comienza a perder su capacidad funcional. Esto trae aparejado un gran desafío a nivel psicológico: el poder ir integrando ese nuevo cuerpo.
Como el ser humano es un ser social, no envejece solo. Por lo tanto es importante que podamos pensar el lugar que como sociedad le damos al viejo, si lo tomamos y lo alojamos o si, por el contrario, lo expulsamos haciéndole sentir que ya no pertenece, que no tiene un lugar.
Los grupos sociales más cercanos suelen ser la familia, los pares, los compañeros de trabajo. Ellos tienen el gran desafío de acompañar la vejez que trae múltiples situaciones y experiencias difíciles que requerirán ser superadas en conjunto. No se trata de un desafío contra el otro, sino que hacemos referencia a un desafío personal en el cual poder adoptar ciertas habilidades resulta esencial para los acompañantes.
HABILIDADES PARA ACOMPAÑAR LA VEJEZ
¿Qué habilidad se necesitan? La tolerancia, la paciencia, la empatía, el entendimiento de nosotros mismos, la necesidad de apoyo, la escucha de lo que nos interpela. Acompañar a un adulto mayor es también ponernos en contacto con nuestra propia vejez.
Nos referimos como acompañantes a las personas que se acercan a partir del amor deseando involucrarse de la manera más asertiva posible. Es “desde” y “con” la ligazón amorosa que establecimos con aquellos que queremos acompañar, de donde salen las fuerzas para aprender a fomentar nuestras habilidades.
¿Se pusieron a pensar la puesta en práctica de estos recursos en las personas (padres, tíos, abuelos) que nos acompañaron en nuestra propia crianza?
Muchas veces el desafío recae aquí, en cuidar y acompañar los procesos con la ternura y la tolerancia que nos han tenido. Han sido estos adultos los que han permitido nuestra subjetivación, el reconocimiento con el otro de nuestra identidad. Cómo han conversado de nuestro multiverso, es de ese modo como ahora ahondaremos en los versos suyos.
¿Se tiene la misma escucha al niño que cuenta una experiencia del jardín como al adulto que comenta una situación en su clase de pilates? ¿Nos involucramos con el mismo esmero?
El reto se encuentra en observarnos y detenernos en acompañar esas vivencias que el adulto nos comparte. Desde un relato sobre su programa de televisión favorito, la invitación a sumarnos a un juego de cartas, hasta la predisposición a escuchar una historia, comprende un detenerse a conectar “ahí” con sus experiencias actuales que quieren ser compartidas. Es en ese compartir que lo hace sentir que existe.
¿No quiere acaso uno, apenas se asombra por un paisaje en vacaciones, pedirle al amigo que lo mire con nosotros? La vivencia es completa y la existencia es plena cuando uno logra mirar y sentirse con el otro.
En una sociedad que nos invita a vivir constantemente a un ritmo agitado, los acompañantes de nuestros viejos deben resolver esta encrucijada en la que quedan inmersos.
Si en lugar de hacer un mandado a la farmacia con mi padre lo hago sola porque con él se tarda más, si inhibo o censuro un relato porque yo no miro ese programa de televisión, no escucho esa música, entonces estamos yendo por un camino que puede ser peligroso.
Nuestros adultos mayores podrán tener muchas cosas, no les hará falta ningún remedio ni comodidad alguna, pero la experiencia del sentido se transita por otros caminos. Como acompañantes debemos reflexionar sobre los procesos y los tiempos que nos piden.
CUIDAR AL CUIDADOR
Otro punto muy importante se refiere a la pregunta ¿Quién cuida al cuidador? Es una pregunta que constantemente nos debemos hacer para elaborar las respuestas que muchas veces no están resueltas y sobres las que hay que poner manos a la obra.
En este acompañar hay un gran desgaste, donde se pone muchas veces el cuerpo, pero también una gran movilización desde lo emocional que se genera por el hecho de estar cerca de estos procesos de envejecimiento. El más claro, y el más permitido psico socialmente suele ser el enojo. Me enojo con mi abuela porque no quiere caminar, me enojo porque no llamó al médico, porque no arrancó el taller de estimulación cognitiva. Nos resta preguntarnos por las emociones que quedan disociadas allí donde a la dominancia se la lleva el enfado.
Es que lo que estamos atravesando duele. Es la dolencia por ese ser querido a quien ya no vemos como antes. Hay una sensación de pérdida, una angustia por la evidencia del paso del tiempo, con las limitaciones declaradas. Estamos acompañando en un proceso que muchas veces duele, angustia y pocas veces nos damos el lugar para reconocerlo.
Los acompañantes tendrán que encontrar sus herramientas para ser guiados y sujetados en este camino, para que estas movilizaciones tengan lugar de reconocimiento y de expresión
El cuidador necesita lograr niveles cada vez más altos de integración sobre todos estos aspectos por los que se ve atravesado.Recordemos siempre que el amor y el respeto son una forma de abrazar nuestra propia vulnerabilidad.
Ps. Carolina Soledad Adad. Ps. Lic. Georgina Cavanagh. Integrantes del equipo de Psique Consultorios